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  • Alejandro Deustua

Venezuela en el Mercosur y en la ONU

21 de Junio de 2006



El impulso desestabilizador de Venezuela (es decir, de su dirigencia) se pondrá institucionalmente a prueba próximamente en los ámbitos subregional y global.


Como consecuencia, desde inicios de julio próximo, en Caracas, y a partir de la incorporación de Venezuela como miembro pleno del Mercosur, los presidentes de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay también pondrán a prueba la capacidad de absorción de ese organismo subregional en la contención del impulso desestabilzador que sus Estados están a punto de recibir. Su tarea será la de tratar de regular la conducta del agente de mayor potencial fragmentador que haya emergido en América Latina en las dos últimas décadas.


Y luego, los Estados latinoamericanos, entre todos los miembros de la Asamblea General de la ONU que apoyen a Venezuela, deberán evaluar bien cuáles serán los costos de su respaldo a la candidatura de Venezuela a un sitio entre los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad. Aunque en ambos escenarios Venezuela busca incrementar su poder, sólo en el primero será posible que éste encuentre límite. Pero en tanto este último se organiza en torno a los principios constitutivos del Mercosur, el fracaso de esa entidad en aplicarlos rigurosamente al revoltoso nuevo socio puede erosionar más aún la ya debilitada cohesión de intereses de esa atribulada organización. Y a la inversa, si el Mercosur tiene éxito en exigir a Venezuela el cumplimiento de los principios básicos de la economía de mercado que permiten la elemental coordinación de políticas propias de una zona de libre comercio y de una unión aduanera, el Mercosur habrá prestado un gran servicio estabilizador a Suramérica. Y si los principios que regulan la denominada seguridad política en esa subregión logran aplicarse con el propósito de que Venezuela se comporte de manera acorde con las normas de “armonía, confiafibilidad, razonabilidad y previsibilidad” que pretende el Mercosur, el servicio estratégico a la región será aún mayor.


Es más, si los Estados que suscribieron el Compromiso Democrático del Mercosur y el Protocolo de Ushuaia sobre ese Compromiso en 1996 y 1998, respectivamente, logran que Venezuela efectivamente practique la democracia liberal (y no la autoritaria) como condición de pertenencia a ese grupo y sea castigada con la separación si altera ese orden dentro de su país o de cualquier otro, el Mercosur habrá hecho una contribución ya no sólo a la región sino a la comunidad internacional. Lamentablemente la tarea será difícil porque las fuerzas de fragmentación están hoy presentes en esa agrupación subregional y porque algunos de sus representantes consideran que lo importante es la participación del Estado venezolano antes que el cambio de la naturaleza de su orden político o de la calidad de su respaldo. Esa actitud en un grupo de integración que, por definición, desafía al realismo clásico, es un signo de que parte de su membresía ha decidido postergar las referencias valorativas y comunitarias con las que fue creado. Al respecto es interesante que se destaque que con Venezuela el Mercosur representará el 75% del PBI suramericano antes que la condición liberal que lo sustenta. Y que no se diga absolutamente nada sobre la forma cómo se procederá a la coordinación económica sobre la base de economías cualitativamente distintas. Y que tampoco se establezcan las condiciones expresas que regirán la supuesta “armonía y confiablidad” ni las exigencias democráticas que el propio Mercosur ha establecido para sus socios fundadores.


Al respecto se dirá que la expansión del Mercosur, no siendo equivalente a la de la Unión Europea, no requiere de esos estándares (que en la UE son condición sine qua non). Si al hacerlo se estará admitiendo que los requerimientos energéticos del Mercosur pesan más que los principios y normas que definen el régimen conosureño, entonces quien se sienta en capacidad de vulnerarlos en función de una oferta ad hoc (la energética) se sentirá también en capacidad de alterar todavía más los términos de cohesión del grupo y de dictar las pautas de su comportamiento.


Si ello ocurre, el Mercosur ofrecerá a Suramérica inestabilidad agregada y a sus socios extraregionales -Estados Unidos y la Unión Europea- fricción adicional a la que, por ejemplo, hoy bloquea la negociación de un acuerdo de libre comercio con la UE (para no mencionar las diferencias en la Ronda Doha.)


Esa fricción se incrementará si, además, los socios del Mercosur avalan la aspiración venezolana de acceder a la membresía no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU en sustitución de la Argentina. Especialmente si Venezuela, según el Financial Times, pretende “representar a los países pobres” nada menos sin que éstos le hayan reconocido a ese país capacidad de liderazgo alguno ni éste haya sido requerido en los grupos del tercermundismo remanente de décadas pasadas. La materialización de esa ambición, por lo demás, colisionará con el consenso creciente en la ONU en torno a la necesidad de luchar contra el terrorismo y contra la proliferación nuclear. En este punto, la estrecha vinculación de Venezuela con Irán, por confrontacional, servirá de detonante antes que de disuasivo en momentos en que el problema que plantea ese país ha sido trasladado por la Organización Internacional de Energía Atómica al Consejo de Seguridad (como puede serlo el Corea del Norte mañana).


Ello es sólo una muestra de lo que puede ocurrir en ese principalísimo foro si Venezuela, bajo la dirigencia de Hugo Chávez, accede a él. La responsabilidad de los Estados que lo apoyen no podrá diluirse entonces. Si éstos no desean girar un cheque en blanco a un agente desestabilizador y tampoco desean considerar la alternativa de apoyar a Guatemala por el simple hecho de que Estados Unidos la respalda, siempre pueden optar por una candidatura distinta si se desea coadyuvar a la estabilidad global de una manera menos desafiante que la que el ánimo confrontacional venezolano plantea.

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