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  • Alejandro Deustua

¿Venezuela arrea al Mercosur?

24 de Julio de 2006



Un par de semanas después de que el presidente Chávez forzara la suscripción del protocolo de adhesión al Mercosur en Caracas, la cumbre de esa organización realizada en Córdoba (Argentina) sugirió, con la presencia oficial de Fidel Castro, un sustancial cambio de orientación: el Mercosur prefería la geopolítica confrontacional, la disonancia autoritaria y el sesgo antihemisférico en lugar de una integración económica sólida, la buena relación continental y la adscripción a los valores liberales que inspiraron orginalmente al grupo.


En todo caso, el espectáculo caribeño montado en la provincia argentina exhibió así el mensaje de sus representantes.


Es verdad que el Mercosur nació en 1991 como un proyecto político de estabilidad que debía ser cohesionado por un mercado común. Así lo percibieron Argentina y Brasil a propósito del entendimiento entre esas dos potencias rivales en 1988 marcando un punto de inflexión estratégico en el Cono Sur.


Pero ese proyecto político adscribía a valores democráticos que se consolidaron en 1992 y 1998 (Ushuaia) como condición indispensable para pertenecer al grupo integrado además por Uruguay y Paraguay. Y adhería también a políticas de mercado (de las que el Consenso de Washington fue sólo un artilugio mal presentado) que debían aplicarse en la formación de una zona de libre comercio y una unión aduanera. Sobre esa base debía procederse a la inserción regional y global en ejecución del principio de regionalismo abierto.


Aunque la evolución del Mercosur, como ocurrió con la CAN, mostró serias dificultades en la aplicación de sus mecanismos creadores de mercado (a pesar de que los intercambios intraregionales crecieron notoriamente), nunca se cuestionó abiertamente los principios económicos organizadores. Ello no ocurrió ni en los peores momentos de las crisis brasileña y argentina de fines del siglo pasado y principios del presente. Y tampoco sucedió con el rasero democrático y la vocación externa del grupo.


Sin embargo, el ingreso de Venezuela, cuya admisión ha sido incondicional, implica que los miembros del Mercosur aceptan hoy una variación de esos principios. En efecto, una economía de cada vez más complicada adscripción a la reglas del mercado, en cualquiera de sus versiones, por la presencia desbordada del Estado ha sido admitida sin imprescindibles requerimientos moduladores. Ello complicará tanto la coordinación económica intraregional como el comercio exterior del grupo (Venezuela emplea hoy de manera no excepcional mecanismos muy parecidos al trueque). Es más los principios económicos definidos en el protocolo de adhesión correspondiente no son los de la competencia sino los de la complementación, mientras que los instrumentos de integración (la zona de libre comercio, la unión aduanera y las negociaciones externas) no han sido definidos aún (a éstos se les ha otorgado sólo un plazo final de 4 años mientras que los términos de la apertura binacional han sido fijados hacia el 2012 en promedio). Ello indica que el acuerdo económico (el protocolo de adhesión) terminó siendo principalmente político (ver Bouzas en El Mercurio).


De otro lado, es francamente cuestionable que en Venezuela tengan “plena vigencia” las instituciones democráticas como lo reclama literalmente el Protocolo de Ushuaia como condición indispensable de pertenencia al Mercosur. Ciertamente el presidente Chávez ha sido electo en las urnas, pero el monopolio del poder con el que gobierna no coincide con las instituciones del régimen de gobierno al que adscribió el Mercosur.


Al respecto se alegará que Venezuela está redefiniendo la democracia y que ésta apunta hacia una versión “participativa” en lugar de la “representativa”. Pero fue a la segunda a la que el Mercosur adscribió y en la que se fundamentaron los acuerdos postmilitaristas brasileño-argentinos de 1988. Es más, si se considera que el protocolo de adhesión otorga a Venezuela un “rol catalizador” en la subregión, sus miembros están aceptando que la alteración de los principios políticos del Mercosur tienden a cambiar también el régimen de integración. Ello se ha manifestado claramente cuando Venezuela, sin respetar su reciente membresía y con el silencio de sus nuevo socios, ha apoyado el proyecto nuclear y misilero de Corea del Norte (condenado por el Consejo de Seguridad) mientras que el presidente Chávez acaba de establecer que Bielorusia (cuyo régimen es cuestionado seriamente por la Unión Europea para no hablar de Estados Unidos) es un modelo político-social que el presidente Chávez quisiera para sí. A pesar de ello, los miembros del Mercosur han apoyado la candidatura de Venezuela al Consejo de Seguridad. Y algunos, alentados por la cuota de beligerancia que Venezuela aporta, no han perdido la oportunidad para reiterar la apología de la “defunción” del ALCA, saludar la derrota del “imperialismo” y, sobre esas bases, alentar la constitución de América Latina en una potencia mundial.


Es claro que en este caso es necesario separar la retórica de los objetivos de los concurrentes a la cumbre realizada en Argentina. Pero cuando la retórica es persistente y reiterativa también es claro que ésta refleja los intereses de quien la ejerce (Venezuela). Si los miembros del Mercosur han preferido no dar cuenta de ello, llama la atención que los futuros adherentes como México (cuya relación con Estados Unidos es predominante) hayan optado por insistir que la identidad entre retórica e intereses aquí no existe. Esa actitud ha sido acompañada silenciosamente por algunos de los andinos que, a pesar de haber sido marginados de toda referencia, han decidido quedarse en la mesa limitándose a realizar otra declaración de principios. Ese silencio, como el guardado por los países del Cono Sur cuyas políticas exteriores tienen vocación occidental (Bolivia la tuvo hasta el 2003), es absolutamente contraproducente.


Especialmente cuando las negociaciones con la Unión Europea y Estados Unidos son indispensables para buena parte de ellos (el Mercosur ya negocia con la Unión Europea y países como Brasil y Uruguay mantienen con Estados Unidos relaciones de mercado y de seguridad crecientes). El silencio acá puede ser más costoso cuando se arriesga el deterioro de la relación hemisférica (que Cuba alienta). Ello es un escenario indeseable para la inmensa mayoría de los miembros del sistema interamericano.


Si estas peligrosas contradicciones ocurren es porque los países de la región están siguiendo un curso de fragmentación que quizás no desean pero que Venezuela arrea. Y porque el Mercosur se está orientando inercialmente hacia el lado de una alianza antisistémica antes que a consolidar un grupo de integración serio.


Si, a pesar de todo, América Latina sigue siendo, entre los países en desarrollo, la región más estable del planeta es hora de que los socios mayores del Mercosur no arriesguen más esa condición.

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