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  • Alejandro Deustua

Tendencias a la Ingobernabilidad en la ONU

La Asamblea General de la ONU ha inaugurado un nuevo período de sesiones con diversos llamados de urgencia por los participantes iniciales pero sin demasiado entendimiento entre ellos.


En efecto, mientras el Secretario General, Kofi Annan, ha concentrado su atención en el requerimiento del respeto del derecho como instancia fundamental del orden internacional e interno, el presidente norteamericano ha urgido a reemprender esfuerzos en la lucha contra el terrorismo y un grupo de países, a iniciativa brasileña, han realizado un renovado llamado a la lucha contra el hambre y al cumplimiento de los objetivos de la Cumbre del Milenio. La interrelación entre estas prioridades, se dirá, radica en su complementariedad implícita. Hubiera sido mejor, sin embargo, que ésta fuera explícita para asegurarnos que el incremento de la gobernabilidad global –o de su alternativa internacional- es posible en las actuales circunstancias. Y ello no parece estar ocurriendo.


No es razonable deducir al respecto irracionalidad o ignorancia en los principales miembros del sistema internacional. Los requerimientos de seguridad, legalidad y bienestar ciudadano son intereses colectivos que no escapan a la atención de ningún gobernante en tanto que de su satisfacción depende ya no el nuevo sentido común universal de la post Guerra Fría sino los términos de la propia supervivencia. Pero sí se puede colegir razonablemente que la disparidad de prioridades propuestas en este foro es de una naturaleza tal que muestra la vigencia de muy diferentes percepciones sobre la urgencia de ciertos temas.


Esta conclusión no es una buena señal para los reclamos de gobernabilidad global –o internacional-reclamada por casi todos en tanto que el consenso básico que ésta requiere no sólo no se hace ahora patente sino que la tendencia a que cada representante estatal o institucional haga referencia preferencial a su propia problemática parece haberse agudizado. En efecto, los legítimos llamados norteamericanos contra el terrorismo, los argentinos contra la inequidad (y la ineficiencia) financiera del FMI, los bolivianos contra la injusticia de la persistencia del problema de la mediterraneidad o los peruanos contra la impunidad en el caso de la protección japonesa a Fujimori siguen revelando una preocupación de los Estados por sus particulares puntos de vista y problemas. ¿Es que no estamos en tiempos de globalización?.


Pues no necesariamente como lo demuestra la tendencia que muestran las listas de preferencias referidas. La interdependencia asimétrica, que define mejor el ambiente internacional, sigue reportando la primacía de los intereses nacionales e institucionales sobre los globales. En la perspectiva norteamericana, por ejemplo, la lucha contra el terrorismo sigue siendo propuesta como una iniciativa de Estados Unidos antes que como una deber colectivo que deba cuajar en amplia y efectiva convocatoria multilateral. Y en la del Secretario General de la ONU, el llamado al estado de derecho no hace referencia a la necesidad de legítima coacción internacional que éste requiere –incluyendo el uso de la fuerza-, ni al cumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad cuya vulneración está en la base de varios conflictos, ni a la legalidad actual de la acción de la coalición en Irak otorgada por el propio Consejo de Seguridad. Los discursos pronunciados al inicio de esta sesión de la Asamblea General muestran que la preocupación global carece de consenso suficiente y tiende a ser, para la mayoría, un elemento importante pero referido de manera parcial y poco sofisticada.


Es más, cuando esa preocupación adquiere una cierta masa crítica, ésta tiende a ser acompañada de propuestas declarativas antes que de eficaces mecanismos implementadores. Al respecto, la Declaración de Acciones contra el Hambre adoptada en los prolegómenos de la Asamblea General es una prueba manifiesta. Si bien esa Declaración revela una preocupación real, se limita a reiterar los objetivos de anteriores conferencias (en el caso de los Objetivos del Milenio, p.e., la reducción al 50% de la pobreza y de la pobreza extrema para el 2015, de 2/3 partes de la mortalidad infantil y materna, la cobertura plena de la educación primaria y la erradicación del hambre) a través del comercio multilateral y equitativo y el incremento de la asistencia al desarrollo (US$ 50 mil millones y el compromiso de 0.1% del PBI de los países desarrollados). No hay al respecto, sin embargo, ninguna iniciativa ejecutiva que no sea el replanteamiento de “mecanismos financieros innovadores” (la reducción del techo de la deuda para incrementar la inversión pública y restringir la contabilidad del gasto) que, desde que fueron planteados en el Grupo de Río, no encuentran aún engarce operativo en las instituciones financiera multilaterales.


A falta de instituciones globales con poder organizador suficiente en un contexto de erosión de la capacidad ordenadora de los Estados menores y de la indisposición de los que ostentan mayor poder, el orden internacional sigue dependiendo de un estamento hegemónico flexible sin gran capacidad de gobernar el sistema. De allí que lo que sostenga el orden sea, en muy buena cuenta, la fortaleza de las interacciones entre los Estados y actores no estatales y los principios con que éstas se rigen y menos un superestructura internacional o el liderazgo de una potencia hegemónica que, librando una guerra que sí tiene fundamento, no encuentra el apoyo suficiente entre sus socios y ciudadanos.


De allí que el discurso del presidente Toledo, a pesar de su falta de alcance operativo sea reconocible en tanto vincula los problemas de inseguridad colectiva con sus fuentes económicas (la pobreza de 2,800 millones de habitantes) y la insuficiente representatividad de las instituciones multilaterales (el Consejo de Seguridad, por ejemplo). Sin embargo, aun éste dejará de ser suficientemente apreciado por la ausencia de mención a la amenaza global del terrorismo, entre otros puntos.


Si bien la Asamblea General de la ONU es un foro de expresión de las particulares preocupaciones de sus miembros, en el siglo XXI debe empezar a ser una fuente de eficiente gobernabilidad internacional, si no global. La ONU tiene aquí una tarea pendiente.

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