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  • Alejandro Deustua

Obama: Una Nueva Etapa de Modernidad Norteamericana

Cuando asuma el cargo de Presidente de Estados Unidos Barack Obama ciertamente estará cerrando un largo ciclo de lucha contra la segregación racial y por las libertades civiles.


Este período ha encontrado su origen oficial en la Proclamación de la Emancipación de los esclavos realizada por Abraham Lincoln en 1863 y en la XIII Enmienda de la Constitución norteamericana que prohibió la esclavitud en 1865 bajo el gobierno de ese presidente, continuó en la era contemporánea con el movimiento liderado por Martin Luther King (que arribó a su zénit en la Marcha sobre Washington y el discurso “I Have A Dream” en 1963) y culminará el 20 de enero del 2009 cuando Obama jure el cargo.


Como es evidente, ese acto consagratorio tendrá un enorme contenido simbólico. Y como sujeto simbólico, Obama tendrá que cuidarse bien del significado que otros deseen otorgar al símbolo.


En efecto, éste tenderá a emplearse sensatamente o a manipularse dependiendo de la prevalencia de factores razonables de reconocimiento de una nueva realidad social o, alternativamente, de estímulos irracionales cuyos operadores querrán encumbrar su particular interpretación del símbolo. Buena parte de las extraordinarias expectativas que recaerán sobre el 44 presidente norteamericano se fundamentarán en esas variables cuyos límites serán, a veces, difíciles de diferenciar.


Así, no pocos tenderán a olvidar que el presidente Obama será el presidente de todos los norteamericanos. Al hacerlo, tenderán a percibir esa representación (o intentarán hacerlo) de manera restringida a un ámbito que atañe principalmente a los “afroamericanos negros” o a los no cristianos.


Al respecto debe recordarse que Obama es un mulato cuya educación corrió a cargo de su madre blanca y su familia. Y aunque la formación de su identidad tiene múltiples raíces, además de la de su padre nacido en Kenya, su dimensión académica, histórica y política ha sido formada por una de las más elitistas universidades norteamericanas y por la militancia en uno de los partidos más antiguos y tradicionales del mundo (el Demócrata) de donde emergió nada menos que como Senador.


Y aunque Obama realizó trabajo social debe recordarse que también encajó bien en el ejercicio de la abogacía de altos ingresos.


En otras palabras, Obama puede pertenecer a una minoría, pero antes que un representante “étnico” o que un confrontacional luchador social, ha sido más bien un político quizás al estilo de los hijos de John y Robert Kennedy y será un hombre de Estado.


Como tal, ese presidente procurará defender los intereses nacionales de su país antes que los transnacionales de un pueblo étnicamente definido. Y desempeñará el cargo dentro de las reglas de una de las democracias más antiguas, consistentes y ciertamente referenciales de la comunidad internacional.


La línea política de esa conducta se acercará, por tanto, más al liberalismo político y económico (aunque con las restricciones propias de la tentación proteccionista en momentos de crisis) que al populismo. Y ciertamente estará alejado de los populismos étnicos del tipo que encarna, por ejemplo, Evo Morales.


Ello, sin embargo, no implica que el color de la piel deje de jugar un rol en la política norteamericana y mundial. Todo lo contrario, se incrementará. Pero, en la perspectiva de Obama, ese rol será incluyente antes que racista, moderno antes que milenarista y asentado en principios de justicia y equidad que perfeccionarán a una vieja República y su proyección internacional antes que en ambiciones refundadoras.


Si los ciudadanos norteamericanos y de otros países ayudan, Obama puede conducir a Estados Unidos a una nueva etapa de modernidad, liderazgo y referencia ética. El nuevo presidente debe resguardar bien esa posibilidad y defenderse de quienes deseen, de un lado u otro, acapararlo o confontarlo.



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