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  • Alejandro Deustua

La XIV Cumbre de la APEC y el Comunicado Presidencial

20 de Noviembre de 2006



En un contexto de deterioro de la seguridad en el Asia, de emergencia acelerada de nuevas potencias la cuenca del Pacífico, de incremento de tendencias proteccionistas en Estados Unidos y de extensión desbalanceada del crecimiento global se ha llevado a cabo la XIV cumbre de la APEC.


Sin embargo, los Jefes de Estado concurrentes a ese foro de 21 miembros han emitido una declaración de título bucólico (“Hacia una comunidad dinámica para el desarrollo sostenible y la prosperidad”) marcada más por el progreso gradual hacia una integración distante que por el sentido de urgencia. ¿Es que los miembros de la APEC han alcanzado la etapa burocrática en la que sus mecanismos de integración pueden reemplazar con el disfraz optimista de la diplomacia la realidad del escenario?.


A pesar de que en ese documento los miembros de la APEC no han tratado por su nombre la crisis que les plantea Corea del Norte, ni el establecimiento progresivo de múltiples centros de poder en el área, ni de sus precarios equilibrios, ni el problema que presenta a sus economías los altos precios del petróleo ni los desequilibrios derivados de las brechas insustentables de balanzas de cuenta corriente, la respuesta es negativa.


Amparados en el extraordinario crecimiento asiático (especialmente el de China), la extensión del ciclo expansivo global (que, sin embargo, está en cuestión) y el cuestionamiento del poder norteamericano (complicado en el Asia nororiental, el Asia Central y el Medio Oriente), los concurrentes han preferido priorizar nominalmente una agenda de liderazgo económico global, de cautela regional en materia de seguridad y de tutela institucional entre sus miembros (los medios, sin embargo, han reportado el predominio de los temas de seguridad en la reunión).


En efecto, en lo que fue quizás su decisión más destacada, los miembros de la APEC decidieron apoyar los esfuerzos por destrabar la moribunda ronda Doha y llamar la atención sobre la necesidad de ordenar la proliferación de los acuerdos de libre comercio en el área. No deja de ser extraordinario que los miembros de una asociación regional cuyos miembros asiáticos crecieron al amparo del proteccionismo, del modelo de sustitución de importaciones y cuyas economías, en no pocos casos, están aún en proceso de apertura se pongan al frente de un nuevo esfuerzo multilateral de apertura liberal y que decidan establecer normas de referencia para el ordenamiento de acuerdos comerciales en un escenario donde éstos se negocian a diario.


Este bienvenido llamado al orden comercial deriva de la conciencia colectiva de los costos políticos y económicos de un fracaso adicional de la OMC en momentos en que ésta, en medio del desorden político global, intenta hacer un último esfuerzo para salvar la denominada “ronda del desarrollo”. Ello no sólo contrasta con la nueva tendencia proteccionista instalada en el Congreso norteamericano sino con la posición dura de países miembros del G 21 (India) o con el dirigismo remanente en nuevas “economías de mercado” como la de China.


Es evidente que para estos países la evidencia de los costos del fracaso de un régimen como la OMC se mide también en términos de futuros conflictos que se deben evitar y en términos de riesgo de una recesión global políticamente inducida. Si los países latinoamericanos nos debemos felicitar por esa disposición preventiva, la pregunta no respondida por los miembros de la APEC es cuánto están dispuestos a pagar por ella en términos de más apertura y/o de reducción de subsidios a la producción y exportaciones agrícolas.


Y ante la evidencia de la proliferación de los acuerdos de libre comercio en el área, es una buena noticia que la APEC se preocupe por establecer parámetros no vinculantes para que esos acuerdos sean “de calidad”. La necesidad de esos parámetros, que debieran ser de más visible competencia de la OMC, parece derivar menos del cuestionamiento de la práctica negociadora de los Estados miembros que de los apresuramientos a que puede conducir una carrera para ganar acceso a los mercados por la vía bilateral. Por lo demás, la complejidad de esos acuerdos no sólo complica su administración sino que oscurece la aplicación del principio de no discriminación en el área.


Pero si las recomendaciones para atenuar esa preocupación son funcionales adicionalmente a las recomendaciones por abrir y consolidar mercados financieros en el área, ellas contrastan con el poco entusiasmo de los miembros de la APEC por constituir un acuerdo de libre comercio regional que apresure los plazos de los acuerdos de Bogor. Al respecto, una vez establecido el rumbo, los Estados miembros (y quizás más los asiáticos) parecen preferir un proceso tan extenso como cauteloso revelando, indirectamente, las diferentes posiciones al respecto.


De otro lado, si en materia económica y comercial, los miembros de la APEC pretenden para sí un rol constructivo multilateral, una disposición similar parece bastante más renuente en el ámbito de la seguridad. Y no porque esos Estados no perciban el riesgo de ciertas amenazas globales sino porque no desean dar cuenta de otras más convencionales.


En efecto, la disposición a luchar contra el terrorismo (calificado sin ambages como amenaza global) es clara y concreta (especialmente en el desmantelamiento de grupos transfronterizos, la acción colectiva y la denegación o neutralización del financiamiento). Igual ocurre con la disposición a proteger ciertas áreas (el transporte aéreo y marítimo) o a reaccionar en otras (desastres naturales) a través de la acción individual o conjunta. Pero en el documento presidencial no ocurre lo mismo con la amenaza que representa Corea del Norte.


Así, a pesar de que el desafío que presenta ese Estado a la seguridad internacional ha sido establecido por el Consejo de Seguridad y que aquél intenta ser controlado por un grupo de países miembros de la APEC (Estado Unidos, Rusia, Japón, China, la República de Corea), el comunicado de la cumbre no menciona el tema (salvo de manera vaga a través del compromiso de eliminar la proliferación de armas de destrucción masiva, de sus vectores y de otras amenazas directas).


La falta de consenso en este tema dice poco sobre el predominio de los temas de seguridad en la cumbre APEC tan reportado por los medios y mucho sobre la falta de disposición a confrontar ciertas amenazas. La divergencia de intereses parece aquí clara entre los que prefieren una reacción más diplomática (Corea del Sur, China) y los que insisten en que la disposición a implementar la resolución 1718 del Consejo de Seguridad que, bajo la normas coercitivas del Capítulo VII de la Carta de la ONU, condenó los ensayos nucleares coreanos del mes pasado, demandó que Corea desista de su programa nuclear militar y estableció sanciones al respecto. Este hecho revela una grave vulnerabilidad de la APEC al tiempo que aquélla parece fuertemente vinculada al precario balance de poder en la zona sobre el que sus miembros tampoco han deseado pronunciarse. Y aunque la amenaza norcoreana fuera considerada por los canales más expeditivos del trato bilateral o plurilateral restringido, la ausencia de consenso acentúa la selectividad de la disposición a la acción colectiva en el área de seguridad y las limitaciones futuras de ese tipo acción en el ámbito del este foro.


Ello lleva a una conclusión: en una materia que compromete intereses vitales, la “comunidad APEC” es aún inexistente o muy poco relevante. De allí que los esfuerzos para construir sociedades (internas) y una comunidad fuerte continúen prefiriendo el aporte de cooperación técnica y de otros instrumentos constantes antes que la definición de intereses comunes y valores compartidos en el ámbito estratégico. Como ocurre en América Latina, en la región Asia-Pacífico la diplomacia aún no distingue entre las posibilidades de una comunidad y las de un sistema internacional.


Esta situación debe superarse. Especialmente si los intentos por densificar la interdependencia entre los miembros del área de mayor valor de producción y de comercio en el mundo van incrementándose progresivamente. Ello viene ocurriendo a través de acuerdos de libre comercio, pero también con arreglos de seguridad (en los que Estados Unidos es el centro occidental) y políticos. Un ejemplo de ello es el acuerdo peruano-ruso que eleva el status de la relación bilateral al nivel de asociación (y que, luego de definirse mejor, debe evolucionar hacia el reconocimiento de Rusia como economía de mercado). Estados Unidos ya ha avanzado en ello facilitando el próximo acceso de Rusia a la OMC. Perú debe hacer lo mismo pero balanceando ese reconocimiento con el prometido a China.


Especialmente cuando, en el marco de la próxima cumbre de la APEC de la que el Perú será anfitrión, el Estado desea que la mayor parte de los países latinoamericanos ribereños del Pacífico puedan acceder al foro o proyectarse de manear coordinada a la cuenca. Si para ello se requerirá buena disposición en el frente externo (y no sólo coordinación en este lado del Pacífico) también será necesario entonces incluir otro punto en la agenda: cómo disminuir la brecha económica entre América Latina y el Asia que los países centrales de la APEC siguen alimentando.

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