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  • Alejandro Deustua

La Ronda Doha en la Zona Roja

26 de Junio de 2006



Según se dice, la reunión ministerial de 149 miembros de la OMC que se realiza esta semana en Ginebra será la que determine el éxito o fracaso de la “ronda Doha para el desarrollo”. A pesar de que el Director General de esa institución, Pascal Lamy, sostiene que esas negociaciones están en la “zona roja”, quizás el dicho y la evaluación no sean todo lo dramáticos que parecen por una sencilla razón: las expectativas de ganancias colectivas que ésta produce se han reducido desde que la ronda Doha se lanzó el 2001.


Es verdad que los grandes interlocutores de esta negociación (especialmente Estados Unidos, la Unión Europea y el Grupo de los 20) esperan aún grandes resultados. Pero lo hacen menos en función del éxito inicial que de los fracasos limitados de estas negociaciones multilaterales en Cancún (2003), Ginebra (2004) y Hong Kong (2005). Aunque, en consecuencia, oficialmente no se acepte una disminución de expectativas, el hecho es que éstas ya han sido reducidas. Para probarlo basta recordar que las negociaciones de esta semana no tratarán sobre la conclusión de la “ronda” (que, en teoría debe terminar este año luego de múltiples aplazamientos) sino sobre los acuerdos sobre procedimientos que deben garantizar su éxito.


Sin embargo, a pesar de este necesario tono menor, el éxito de la reunión de ministros de esta semana es indispensable por varios motivos.


El primero de ellos consiste en probar que el régimen que gobierna el comercio mundial efectivamente beneficia de manera sustantiva a los países en desarrollo. Habiendo sido éste el motivo original de la “ronda”, es indispensable que la reducción de barreras al acceso de los productos de estos países (especialmente agrícolas) se abatan y que tal reducción sea lo suficientemente intensa como para mejorar estándares de vida y reducir de la pobreza en los países que la padecen (como se sabe, este resultado por sí solo es cuestionado académicamente…. y hasta en las calles cada vez que la OMC convoca a grandes eventos negociadores).


En términos cuantitativos y generales la dimensión del éxito se estimaba el año pasado en US$ 85 mil millones hacia el 2015 en ingresos adicionales para los países en desarrollo que mejoren su comercio exterior como resultado de la “ronda” (The Economist). En términos más específicos, Estados Unidos considera que el éxito de esta negociación reportarían ingresos superiores para el 61% de los 70% de los países en desarrollo que dependen sustancialmente de la agricultura (Departamento de Estado). En el caso de los países del sur del África, por ejemplo, ello podría representar un incremento de 8 puntos del PBI hacia el 2020 según algunos.


Aunque la “ronda” tiene una agenda más amplia, probar ese punto dependerá de la disposición de esa superpotencia, de la Unión Europea y de Japón a reducir tarifas y/o eliminar subsidios a la producción y exportación agrícola.


La disposición norteamericana consiste al respecto en lograr una reducción arancelaria promedio del 66% para los productos agrícolas. La oferta de la Unión Europea contemplaría una reducción promedio de tarifas de 39% que habría evolucionado a un “corte” de 50%. De otro lado, el señor Lamy estima que nada menos que una 54% de reducción es aceptable.


En materia de subsidios, en cambio, las propuestas son más complejas. Aunque existe un compromiso nominal de extinguir progresivamente los subsidios a la exportación hacia el 2013, el hecho es que la Unión Europea no puede ofrecer mucho ahora en tanto ya ha comprometido erogaciones asistenciales en el presupuesto de la UE mientras Estados Unidos tiene limitaciones con los subsidios a la producción (una fuerte resistencia en el Congreso). Por lo demás, ninguna de las partes está dispuesta a avanzar sin contraprestaciones de sus pares (el requerimiento a los países en desarrollo consiste en que éstos reduzcan aún más barreras a los productos industriales y los servicios). Si éste es el núcleo duro de la negociación, he aquí una razón adicional para la disminución de expectativas.


Pero existen otros motivos para procurar el éxito de la “ronda”. Uno de ellos es de carácter institucional. Si la OMC es el primer régimen global aprobado después de la Guerra Fría, de su buena marcha depende también el nivel de satisfacción general con el orden económico de la era emergente (que algunos confunden con la denominada “globalización”).


En un contexto de pérdida de influencia de la Asamblea General de la ONU, de cuestionamiento de la representatividad del Consejo de Seguridad (la institución de mayor poder multilateral) y de redefinición de roles del Banco Mundial y del FMI, las negociaciones de la OMC han devenido en el foro de negociación colectiva por excelencia. En consecuencia, de su buen desempeño depende tanto la percepción global de la capacidad institucional de generar bienes públicos universales como buena parte de la eficacia del multilateralismo contemporáneo. De allí que la voluntad de compromiso general sea indispensable.


Y ello implica tanto un grado importante de flexibilidad de las partes una vez que éstas han presentado sus propuestas como que cada uno se asegure de no ser asignado más tarde con la responsabilidad de un eventual fracaso de la “ronda”. Por lo tanto el nivel de participación efectiva de las partes será esta semana más importante para determinar su grado de participación global. Si esto es lo que se espera de los “grandes” actores, los pequeños que son menos identificables pasarán cómodamente inadvertidos si no forman parte de alguno de los grupos negociadores (como el G-20). Pero ese menor perfil se pagará después con pérdida de capacidad negociadora. Ello será especialmente pernicioso para países que, como el Perú, han hecho de la política multilateral un baluarte de su diplomacia. Por lo demás, en un escenario donde las tendencias proteccionistas están de regreso (p.e., las consecuencias del “patriotismo económico” en Francia, la tendencia al aislacionismo parcial en el Congreso norteamericano o la reaparición de los “neopopulismos” en América Latina), un fracaso de la ronda Doha pondría en cuestión la característica principal de la economía contemporánea: su apertura. Como consecuencia, las fricciones entre las principales economías nacionales se incrementarían mientras que las alternativas regionales, plurilaterales y bilaterales adquirirían una dimensión estratégica no del todo deseada: escindidas éstas del complemento multilateral, la influencia de los países menores se reduciría aún más.


Por lo demás, cuestiones fundamentales que no se deciden en aquellos ámbitos circunscritos (como el régimen de subsidios de grandes economías, por ejemplo) incrementarán los costos de esas alternativas (este sería el caso del TLC que el Perú ha suscrito con Estados Unidos). La implicancia sería mayor si uno de esos grandes actores –Estados Unidos- pierde la autorización negociadora ejecutiva (el “fast track”) que se le otorga internamente –por el Congreso- a mediados del 2007 (para efectos prácticos, ella concluiría a fin de año).


Finalmente, deberá tenerse en cuenta el impacto del fracaso de la “ronda” en la economía global. Éste sería doble. En primer lugar, los niveles actuales de incertidumbre de los inversionistas y de volatilidad de los mercados (que aún es menor pero visible) puede retroalimentarse retrayendo la actividad.


Segundo, probablemente las proyecciones optimistas sobre la perfomance de la economía global serían revisadas hacia abajo (el FMI acaba de corregir hacia arriba su pronóstico para este año y el próximo en las proximidades del 5% asumiendo, probablemente, que la tasa de crecimiento del comercio global no decae -la OCDE la estima en 7.5% para este año, 9.3% para el próximo y 9.1% para el 2008-). Si la premisa del crecimiento del comercio se erosiona como resultado del fracaso de la “ronda” el efecto recesivo sería manifiesto. Especialmente cuando se considera que la contribución del crecimiento del comercio internacional al producto global es fundamental. En ese escenario, la aún inabordable corrección de los desequilibrios globales será aún más complicada.


En consecuencia, aunque la “ronda del desarrollo” no cumpla exactamente con sus objetivos iniciales, la “ronda Doha” debe tener éxito si el ciclo de crecimiento, las interacciones que lo dinamizan y las instituciones que lo sostienen han de mantenerse.

Sin embargo, si la “ronda” no mejora hoy suficientemente los términos del desarrollo, será indispensable asegurar un nuevo punto de apoyo para expandirlo luego. Uno de esos puntales puede ser la ampliación de la actual disposición a discutir el trato diferencial. Si las expectativas al respecto decaen hoy, deben poder incrementarse mañana.

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