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  • Alejandro Deustua

La Caída del Muro en Perspectiva

Una de las escasas ventajas geopolíticas suramericanas radica, según algunos, en la distancia frente a los escenarios de conflictos más gravitantes. Esta premisa no se aplica a los conflictos sistémicos (como la Guerra Fría) ni a los generados por la fricción entre potencias mayores (Estados Unidos y la Unión Soviética).


A pesar de que el fin de la Guerra Fría se asocia con la caída del muro de Berlín y el fin del sistema bipolar con el desmoronamiento soviético, el debate sobre la culminación de aquella confrontación sigue abierto. Algunos sostenemos que la Guerra Fría culminó con la reunificación alemana en 1990, otros la refieren a la denuncia norteamericano-soviética de la invasión iraquí a Kuwait en 1990 (el ex- Secretario de Estado James Baker) y otros, con las consecuencias inmediatas a la caída de la ex –URSS (Hubert Vedrine, ex -secretario de la presidencia de Francois Mitterand (NYT).


En realidad, si la Guerra Fría empezó en 1947 con la decisión norteamericana de contener el expansionismo comunista, aquella desapareció cuando esa disposición ya no fue necesaria. La caída del Muro fue uno de los puntos culminantes de ese proceso que terminó con la liberación de Europa Oriental y la reunificación alemana.


Si Suramérica tomó parte en la Guerra Fría de manera más intensa que lo que la supuesta lejanía geográfica sugiere, 1989 fue determinante para la situación estratégica de toda América Latina.


En efecto, Centroamérica atenuó, de momento, su predisposición a albergar conflictos extrarregionales, el anacronismo ideológico cubano redujo su influencia geopolítica al ámbito local (Venezuela quiere ser su espejo) y la importancia de los partidos comunistas en Suramérica desapareció ampliando el espacio de la socialdemocracia y abriendo el del nativismo y el ecologismo político.


Liberada momentáneamente de conflictos sistémicos y atenuada la influencia norteamericana motivada por el conflicto extrarregional, la interdependencia democrática y capitalista se intensificó en América Latina. Esta última estimuló las reformas del mercado que la crisis de la deuda había impulsado desde la década de los 80, mientras que la reforma política al amparo de la democracia liberal se concretó en la reforma del Estado y la construcción de un régimen de protección colectiva de la democracia representativa.


A diferencia de la reforma económica que se ambientó en un nuevo consenso de apertura protegido institucionalmente (la OMC y los sobrevivientes de Bretton Woods), la reforma política no se benefició de un nuevo orden. Éste no terminó de consolidarse en tanto la capacidad hegemónica de la única superpotencia no concordaba con su rol. En efecto, la zona de libre comercio hemisférica sólo tuvo éxito en el Pacífico americano y la Carta Democrática tuvo mejor resultado en el proceso de su gestación que luego de su adopción.


El escenario de fragmentación regional posterior tuvo, sin embargo, un nuevo piso liberal (el mayor respeto de los derechos ciudadanos) y un nuevo horizonte de inserción: si Occidente fue para la mayoría el referente principal, la necesaria interacción con Estados no occidentales se generalizó. La caída del Muro tumbó también los obstáculos a nuestra ambientación cosmopolita y al ejercicio de nuestra propia responsabilidad.



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