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  • Alejandro Deustua

Japón: Nacionalismo y Regionalismo Emergentea

Aunque el cambio de gobierno en una gran potencia puede alterar el contexto pero no el sistema internacional en el corto plazo, este último puede ser modificado sustancialmente en el mediano plazo si la naturaleza o las condiciones del poder que el Estado en cuestión ejerce se modifican sustancialmente. En un escenario de gradual cambio sistémico como el que vivimos, éste puede alterar su curso o velocidad si el gobierno en una gran potencia reorienta su proyección externa del escenario global al regional y modifica sus capacidades al respecto.


Esta situación podría producirse como consecuencia de la derrota del Partido Liberal Democrático en Japón ante el Partido Demócrata liderado por Yukio Hatoyama, el futuro Primer Ministro de la hasta hoy segunda potencia económica del mundo en la medida en que éste haga lo que predica.


De acuerdo a una publicación suya (New York Times, 26 de agosto de 2009), Japón recusaría el proceso de globalización que él considera liderado por Estados Unidos y priorizaría su inserción en Asia. Aquél, calificado de deshumanizante, destructor de las economías locales y de sus tradiciones y responsable directo de la crisis económica, sufriría un embate adicional en beneficio del regionalismo al margen de la consideración que merezcan esos calificativos.


Aunque privilegiando la cooperación orientada por el principio de “fraternidad” extraído de la Revolución Francesa, ello ocurriría en un contexto accidentado en tanto el nacionalismo sería su fuerza locomotora, la mejor inserción en Asia el aspecto principal de la recuperación de la identidad japonesa y la contienda entre potencias mayores (la emergencia de China y la decadencia norteamericana) su contexto sistémico.


Este cambio no estaría exento del conflicto regional que el Señor Hatoyama reconoce como propio de las contiendas de intereses y de la redistribución de poder intra-asiática. Éste podría ser mitigado por la creciente interdependencia económica en ese continente como por un proceso de integración que, a la luz de los desequilibrios existentes, sería posible apenas en una década.


Ese proceso, sin embargo, ya no partiría del peldaño básico de una zona libre comercio, sino que apuntaría a la consolidación de un medio de cambio común que debe reemplazar al dólar. Para asegurarlo, ello debe ocurrir en un marco de crecimiento consistente con la perfomance de las economías asiáticas de la postguerra y de un apropiado esquema de seguridad.


Esta programa regionalista no parece adecuadamente equilibrado por compromisos equivalentes en el ámbito global salvo por dos consideraciones extrarregionales. La primera refiere que los principios que ilustrarán la conducta japonesa, especialmente en el ámbito de la integración, provienen de los que orientaron la organización de la Unión Europea. La segunda asegura que Japón mantendrá su vinculación estratégica con Estados Unidos como sustento fundamental de su política exterior. En otras palabras, la modificación de la proyección externa japonesa estaría inspirada también en valores e intereses occidentales.


Sin embargo, ese marco que matiza el nacionalismo y regionalismo que el señor Hatoyama plantea no parece suficiente para minimizar la preocupación norteamericana concentrada, de momento, en aspectos concretos como, por ejemplo, una eventual iniciativa japonesa para trasladar la base norteamericana de Okinawa a otro destino. Seguramente esa no será la única preocupación del Departamento de Defensa.


Y tampoco quizás la de otros socios del Japón (aunque la opinión de la Unión Europea se desconoce). Especialmente si la interacción japonesa con el resto del mundo no sólo no parece clara en el planteamiento del futuro Primer Ministro sino que es casi prescindente. Así, si las preocupaciones japonesas por la seguridad colectiva global o por el incremento de su status no son adecuadamente identificadas, su relación con regiones o interlocutores que no sean países desarrollados o asiáticos es un imponderable que agrega incertidumbre a la generada por la disposición del futuro jefe de gobierno a modificar la conducta de su Estado.


A ella se agrega el riesgo económico implícito en ese cambio pues aunque Japón haya incrementado importantemente su comercio con Asia, la estructura exportadora de su economía sigue teniendo en Occidente (y, especialmente, en Estados Unidos) un mercado principal. Si en el proceso de reinserción regional Japón fracasa, el riesgo de contribuya a generar una crisis sistémica sería mayor.


Por lo demás, aunque los principios que invoca el señor Hatoyama son respetables y su diagnóstico sobre la importancia de los escenarios regionales es correcta, la redefinición ética de su nacionalismo y su preocupación por el “espacio de identidad” añadirá a los problemas sistémicos de su reinserción elementos subjetivos que pueden agudizar la tensión que ciertos nacionalismos radicales despiertan. En un marco de redefinición de las capacidades japonesas y del Asia, el próximo Primer Ministro de Japón está en la obligación de clarificar su posición.



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