En su versión imperial o republicana y, mucho más recientemente, bajo gobiernos gaulistas o socialistas, una de las características distintivas del Estado francés ha sido su internacionalismo.
Esa dimensión ha tenido además un carácter estratégico excepcional en sistemas rígidos y subyugantes como la Guerra Fría. En ella la política exterior de la Quinta República alcanzó ribetes extraordinarios con De Gaulle y, en tono menos glorioso, con Mitterand.
A pesar de esos antecedentes, los candidatos Nicolas Sarkozy y Segolene Royal no han presentado adecuadamente programas de política exterior que hayan merecido de sus respectivos partidos, la Unión por un Movimiento Popular y el Partido Socialista, un perfil acorde con su historia. ¿Es que Francia ha devenido finalmente en un Estado parroquial o burocráticamente europeo?.
Ninguna de las dos cosas. En todo caso, no definitivamente. Francia sigue siendo una gran potencia cuyo rol global quisiera traducirse a través de una membresía permanente en el Consejo de Seguridad, en la force de frappe actualizada, en la extensión de la francofonía, en su condición de potencia económica, en su disposición diplomática (cuya intermediación es hoy visible en el Medio Oriente y en Africa), en su rol de baluarte de la Unión Europea (junto con Alemania) y de aliado con intereses distintivos en la OTAN.
Sin embargo, una realidad de creciente competencia económica y militar está erosionando capacidades a la gran potencia, la frondosidad de una mayor interdependencia ha reducido su excepcionalidad (despertando temores nacionales) y la densidad de los regímenes a los que pertenece (el caso de la Unión Europea) le ha restado autonomía.
Ello ocurre a pesar de que el Estado francés es uno de los mayores del mundo en términos relativos (como proporción del PBI el consumo público representa un cuarto de la economía y la deuda pública compromete dos tercios de la misma), de que su economía es una de las principales (aunque el per cápita ha descendido al puesto 17) y de que su presencia política global se traduce en 149 embajadas entre los 187 Estados que pertenecen a la ONU).
Pero precisamente, la reducción de la brecha entre la capacidad nacional del Estado y las necesidades de su presencia e influencia externas ha sido una de las características más distintivas de la política exterior francesa. Así lo entendieron en relación al mundo (Francia como potencia), en relación a las diversas civilizaciones (Francia como gran articulador cultural), en relación a los países desarrollados (Francia como interlocutor principal de economías periféricas y ex -coloniales) y en relación a Europa (Francia como potencia indispensable) los fundadores de la Quinta República.
Y si esas premisas han ido perdido densidad en el último cuarto de siglo, la irrelevancia de las relaciones internacionales en la contienda electoral francesa a pesar de las graves circunstancias por las que transita el sistema, parecerían indicar que la erosión de aquéllas ha impactado seriamente la política exterior francesa.
En efecto, al margen de las preferencias del señor Sarkozy por un incremento de la relación transatlántica, de la no inclusión de Turquía en la Unión Europea, de una procupación mayor por las circunstancias del Medio Oriente y de Asia Central (es decir, Afganistán) y de una institucionalidad menos pesada en Unión, es poco lo que el ex.ministro del Interior, que conoce bien el problema colombiano, ha dicho sobre el rol de Francia en el mundo. Francia como potencia no parece ser una preocupación política para él.
Lo mismo ocurre con la señora Royal. Además de una relación menos comprometedora con Estados Unidos, una preocupación mayor por el Medio Oriente y el África, una interés creciente por revivir la constitución europea y el referéndum respectivo, esta política cercana a Michelle Bachelet no parece especialmente interesada que los problemas globales (que no sean los de la migración, como ocurre también en el caso del señor Sarkozy) se incorporen a su agenda.
Y en lo que se refiere a la América Latina, ambos candidatos parecieran coincidir en que la región debe ser atendida según las categorías burocráticas que sugiera ya no el Consejo sino la Comisión Europea (el caso del acuerdo de asociación parece el gran biombo que esconde ese vacío).
unque comprendemos que Francia ha recortado sus ámbitos de compromiso externo, en América Latina esperamos que los candidatos que compiten por representar a uno de los Estados de mayor influencia occidental cumplan con el deber nacional de diseñar una agenda pública que señale cuál es la dimensión contemporánea de su internacionalismo y de su compromiso global contemporáneo.
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