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  • Alejandro Deustua

Estados Unidos: Ofensiva Diplomática

En el grave contexto de la crisis económica y de las abrumadoras responsabilidades que recaen sobre la Secretaría del Tesoro y el FED, Estados Unidos ha desplegado, en las últimas dos semanas, una verdadera ofensiva diplomática de amplísima cobertura.


Bajo la representación de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, la administración Obama ha actualizado la agenda de política exterior relevante con las potencias y regiones visitadas, configurado de manera atenta y cuidadosa el énfasis diplomático con que Estados Unidos se aproximará a sus interlocutores y establecido el tono dialogante con que pretende proyectarse.


Este punto de partida, que podría implicar un “nuevo trato” cuya precisión está aún por definirse, ha buscado no excluir a nadie. En efecto, aunque la Secretaria de Estado no haya visitado América Latina en el periplo que se inició en Asia, siguió por el Medio Oriente, Europa y Eurasia, el Jefe del Comando Conjunto, Michael Mullen, acaba de culminar una gira por los principales países latinoamericanos.


El mensaje norteamericano está a la vista: no sólo confirma que no se va a aislar sino que va a interactuar más dinámicamente, los diálogos bilaterales consecuentes recogerán más explícitamente los puntos de vista de los interlocutores y hasta podrá incluir a actores no estatales si sirve al interés estratégico norteamericano.


La diferencia con la administración Bush radica aquí menos en la elaboración de una nueva lista de intereses permanente que en la redefinición de la forma cómo éstos serán atendidos. De otro lado, la aparente innovación que supone el trato más explícito con ciertos agentes terroristas es aún inhibida por la falta de definición de criterios de selección del interlocutor. Por lo demás, los límites de la prudencia de este último factor no han sido, en apariencia, establecidos.


Señalada esta última evolución de formato heterodoxo (como veremos más adelante, efectivamente éstas son más formales que reales), debe decirse que la gira de la señora Clinton no pudo ser más convencional: empezó por Japón y recordó que ese Estado, hoy ensombrecido por la crisis y por la dinámica del crecimiento chino, sigue siendo la “piedra angular” de la relación de Estados Unidos con Asia. Así la alianza norteamericano-japonesa no sólo fue reafirmada sino que recordó al mundo que Japón, a pesar de sus nuevas preocupaciones regionales, sigue siendo un Estado estratégicamente ligado a Occidente.


Este reconocimiento es de especial valor frente a la amenaza norcoreana y a la alteración de la distribución de capacidades y del balance de poder que representa China. Por lo demás, renueva la disposición norteamericana a mantenerse como potencia en el Pacífico y a fortalecer su presencia asiática.


Lo mismo ocurrió en Corea del Sur, donde la hostilidad norcoreana reverbera con mayor sensibilidad. Las seguridades dadas a esa potencia sobre el compromiso norteamericano con su defensa se ha manifestado en la continuación de las periódicas maniobras conjuntas y en la renovación del interés por mantener la vigencia del diálogo de “los 6” (las dos Coreas, China, Rusia, Japón y Estados Unidos) para lograr la desnuclearización militar de Corea del Norte. Éste acaba de ser complementado por la posibilidad remota de un diálogo directo con esa potencia (aunque esa posibilidad depende de “los 6”, ya cuenta con un representante ad hoc norteamericano).


En China, la rivalidad estratégica (aunque estructural y regional, también se concentra en asuntos como el apoyo norteamericano a Taiwán) y la preocupación humanitaria (particularmente en el caso del Tibet) no ocultó la disposición norteamericana a mejorar fuertemente la relación económica y ambiental. De esta manera se reitera que China no necesita lograr reconocimiento especial por su capacidad militar (cuyo presupuesto, como el norteamericano, sigue al alza) para obtener la calidad de privilegiado interlocutor. Ello lo ha logrado por la vía de los hechos como principal comprador de bonos norteamericanos y como locomotora del crecimiento necesario para superar la crisis económica global. En este acápite sólo hubo elogios y aceptación del status chino por la señora Clinton.


Si la visita a Indonesia tuvo quizás menos un sustento geopolítico en un Estado geopolíticamente fundamental en el Pacífico asiático, su dimensión tuvo una connotación cultural y subjetiva destacables. En tanto Indonesia alberga a una de las principales poblaciones musulmanas, la visita cumplió con destacar la voluntad norteamericana de tratar con el respeto comprometido en la campaña de Obama a los Estados islámicos. Por lo demás, recordó el rol de esa cultura en la formación personal del presidente de los Estados Unidos. Pero, salvo quizás por la importancia otorgada al medio ambiente en un país seriamente afectado por su deterioro, la señor Clinton no dejó allí el mensaje fundamental que se esperaba sobre el trato con el mundo musulmán. Quizás ello ocurra en la visita que ahora hace a Turquía. En el Medio Oriente, la Secretaria de Estado reiteró la posición norteamericana sobre la solución al problema palestino-israelí: no habrá desvío del objetivo de lograr dos Estados (Israel y el Estado palestino) con soberanía y seguridad en el área. En consecuencia, el gobierno conservador del señor Netanyahu no encontrará respaldo para la política de mantenimiento o extensión de los asentamientos israelíes en Cisjordania.


Y el Hammas quedó notificado de que no se espera de él nada menos que el reconocimiento del derecho a la existencia del Estado de Israel, la deposición del terrorismo y la vigencia de los acuerdos existentes en el área. Ello ha sido más sencillo de replantear frente a la disposición del Hammas de acercarse a la OLP para constituirse en interlocutor viable (condición hoy seriamente erosionada en Gaza).


Pero lo más extraordinario en este afán autolegitimador de este tipo de grupos ha sido la disposición del Hezbollah en el Líbano para dialogar con el Reino Unido (y la aceptación de esta potencia europea que se había negado a tratar abiertamente con la organización terrorista). Si bien Estados Unidos no se ha sumado a esa extraordinaria evolución, sí ha planteado algo de apariencia aún más excepcional: evaluar mecanismos de diálogo con los talibanes “moderados” de Afganistán. Por ello se entiende no a lo menos fundamentalistas sino a los que estuvieran dispuestos a acercarse a Estados Unidos para establecer algún modus operandi que les permitan deshacerse de la presión extrema que ejerce sobre ellos Al Qaeda.


En tanto ese tipo de maniobra ya se ha llevado a cabo en Irak con los grupos sunitas durante el gobierno del Presidente Bush y la gestión del General Petreus, esta novedad no está desprovista de antecedentes cercanos. La cuestión a definir es el alcance del diálogo y sus límites de fondo y forma para que éste no devenga en reconocimiento fáctico del interlocutor, hasta hoy terrorista, como insurgente u otra calidad jurídica de costosísimas consecuencias estratégicas.


En ese contexto las probabilidades de un diálogo directo con Irán se han incrementado. Sin embargo, la amenaza que este Estado representa ha sido nuevamente reconocida y se ha reafirmado la acción conjunta de “los 4” (Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la ONU). Ello ha sido parte de la agenda tratada con las potencias europeas en Bruselas y con Rusia. Con las primeras, el punto de partida no ha sido éste, sin embargo, sino el reconocimiento de las mismas, como en el caso de Japón, como aliados sustanciales de Estados Unidos. En la disposición a fortalecer la alianza transatlántica el quid pro quo ha consistido en minimizar las diferencias surgidas con el gobierno del presidente Bush, especialmente en lo concerniente a la guerra de Irak, asegurar que Estados Unidos buscará coincidencias en asuntos globales como el medio ambiente y hasta admitir un trato también “más diplomático” en el ámbito de la OTAN a cuya sede la Secretaria de Estado concurrió señalando que ello no resta funciones al Departamento de Defensa.


En ese clima distendido la señora Clinton y el Canciller de Rusia imprimieron un inicial nuevo tono a la relación bilateral. La “reanudación” del contacto con la potencia euroasiática (que fue objeto de un juego de palabras en torno al emocionalmente sugerente término “reset”) mejoró el clima de la misma pero no innovó en la definición de intereses. Estados Unidos solicitó la cooperación de Rusia para “disminuir” (no “eliminar”) la amenaza iraní y retomar las negociaciones de reducción de armamento nuclear. Sin embargo, confirmó que no reconocería zonas de influencia rusas (el Cáucaso) y sostuvo que la ampliación de la Unión Europea o de la OTAN debería consultar principalmente el interés de los solicitantes.


Rusia mostró especial interés para lograr resultados concretos en la renegociación de los tratados SALT y que sus intereses sobre emplazamiento misilero en su periferia sean tomados en cuenta para progresar bilateralmente. Puede que en la relación ruso-norteamericana no estemos frente a un nuevo comienzo pero probablemente sí frente a un nuevo modus operandi y un mejor estado de ánimo. La crisis y sus consecuencias no aseguran, sin embargo, la duración del mismo.


Finalmente, la amplísima cobertura de la gira de la señora Clinton hizo más evidente la menor complejidad de intereses en las regiones que no visitó. En el caso latinoamericano, sin embargo, la ausencia fue reemplazada por una gira del jefe del Comando Conjunto de Estados Unidos por Brasil, Chile, Perú, Colombia y México. La escasa información oficial brindada a tan novedosa presencia pudiera ser consecuente con el menor interés norteamericano por la región pero, especialmente, por su falta de definición.


Aunque la gira tuvo oficiosamente el propósito de “escuchar” los requerimientos de estos países, puede concluirse que la primera potencia intenta para la región un nuevo enfoque de seguridad. Y también indicó quiénes son, en principio, los interlocutores principales en el área. Las conclusiones de la visita del Almirante Mullen y las prioridades establecidas debieran contribuir a precisar la agenda que el Presidente Obama llevará a la Cumbre de las Américas el próximo abril. Para ese entonces esperamos que el diálogo y la cooperación con los países visitados se hayan fortalecido antes de que se tomen medidas de aproximación o de otra naturaleza con Estados como Cuba, Venezuela o Bolivia. Los socios de los Estados Unidos desean claridad en el trato con la primera potencia en un escenario fuertemente enrarecido por la crisis y los avances de alianzas agresivas en América Latina.



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