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  • Alejandro Deustua

Estados Unidos, Occidente y la Conferencia de Münich

Con sentido de urgente replanteamiento antes que con posiciones históricamente novedosas, el Presidente Biden ha formalizado en la reciente Conferencia de Münich sobre Seguridad (quizás el más importante foro público-privado de discusión abierta sobre temas estratégicos) su voluntad de reinserción en Occidente.


A pesar de que ese ámbito civilizacional no fue definido con certeza, la insistencia norteamericana en la convergencia de valores e intereses transatlánticos y el llamado de atención sobre el “momento de inflexión” actual definido por la confrontación entre democracias cuestionadas y autoritarismos emergentes fueron claramente planteados por el Sr. Biden (al respecto, Estados Unidos albergará virtualmente este año una “cumbre democrática”).


Esa referencia fue antecedida por un eslogan: “America is back” (en lugar de America First). Asegurar a aliados y socios sobre el compromiso norteamericano con sus obligaciones de seguridad colectiva fue tan importante como dar por concluido el interregno de aislamiento trumpista y su predisposición a ofender y reclamar a los amigos.


Al respecto, el tono dramático del mensaje del Sr. Biden correspondió a la necesidad de Estados Unidos de afrontar con Europa la simultaneidad de amenazas interestatales y globales.


Para la confrontación de amenazas interestatales Estados Unidos reiteró su compromiso con el artículo 5 de la OTAN que garantiza el concurso de los aliados cuando uno de ellos es atacado. Y para lidiar con las amenazas globales (la pandemia, el calentamiento global, la proliferación nuclear, entre otras) se aseguró que la participación de la primera potencia será tan real como la “posición de fuerza” con que ésta reasumirá su liderazgo.


Éste, sin embargo, sólo podrá ejercerse asegurando la participación de todos los actores convergentes (en este caso, los aliados y socios) y, en especial, los europeos.


A pesar de este momento confrontacional, el Presidente Biden aseguró que no pretende la formación de nuevos bloques en el modo de la Guerra Fría. A pesar de que los desafíos convencionales emergentes provienen de China y Rusia el escenario no es bipolar mientras que las amenazas los globales abren el panorama estratégico. La racionalidad ideológica (la de los Estados democráticos como aliados principales) es también diferente: no se trata de combatir al comunismo o sus herederos sino de defender a la democracia como asociación interestatal prevaleciente. A mayor abundamiento, si el leit motiv es idealista (más bien en la perspectiva kantiana), la postura de seguridad es de orden realista.


Especialmente si el desafío chino se definió como de largo plazo. Para confrontarlo Estados Unidos requerirá en el Pacífico del concurso europeo en un esfuerzo que reclama cooperación transatlántica en el ámbito económico (inversiones, defensa de la propiedad intelectual, de la innovación tecnológica) de manera tan actual como en el militar con el propósito de redefinir las reglas de juego liberales en ese escenario y en el global.


Aunque ello pareció también un llamado de atención a la Unión Europea por el acuerdo sobre inversiones recientemente suscrito con China (que facilita el acceso a los inversionistas europeos, que comanda Alemania, al mercado chino y promueve una “nivelación” de reglas), el Presidente Biden no lo mencionó en su llamado a cooperar.


A mayor abundamiento, la antigua confrontación franco-alemana sobre la condición estratégica de Europa se reiteró en la conferencia de Münich: el Presidente Macron ha actualizado el concepto de “autonomía estratégica” (implicando también una mayor aproximación a Rusia) que la Sra. Merkel no comparte si éste indica mayor alejamiento de Estados Unidos y de la OTAN. Ello complica el tratamiento de la Unión Europea como unidad política cooperativa por Estados Unidos.


Especialmente si Rusia es el segundo desafío estatal convencional según el Presidente Biden. Antes que su condición geopolítica, fue el comportamiento ruso el que concitó la atención norteamericana. En efecto, el Presidente norteamericano puntualizó, sin demasiado matiz, el comportamiento hostil ruso contra las democracias occidentales (intervenciones perturbadoras en campañas electorales, etc.), la creciente tendencia autoritaria interna rusa y su disposición a desestabilizar la periferia europea. Sobre lo primero recordó la posición anticomunitaria de la potencia euroasiática (que se remonta a los orígenes de la Comunidad Europea). La violación de la integridad territorial de Ucrania por esa potencia fue un ejemplo de lo tercero.


A propósito de estos desafíos, el Presidente norteamericano reiteró la referencia nominal a China y Rusia para desvincularlos de cualquier sistematización tipo Este-Oeste. Pero la condición sistémica del adversario es ineludible por su peso estructural y la naturaleza del desafío. Si hay alguna manera de diferenciar esa rivalidad de la ocurrida en la Guerra Fría, es posible afirmar que la actual puede ser menos ideológica que cultural en tanto la democracia sea referida más como un sistema de valores que como una forma de gobierno.


En ese marco, sin embargo, la cooperación en el proceso confrontación de amenazas globales genera intereses convergentes con el rival aunque convoque mucho más a los aliados transatlánticos. Al respecto Biden enfatizó la que se desarrolla contra la pandemia (especialmente el fortalecimiento institucional del régimen sanitario de la ONU comprometido en la reciente reunión del G7 en Londres), la posible cooperación en la confrontación del cambio climático (la “amenaza existencial” mayor) a cuyo régimen Estados Unidos se ha reincorporado y la atenuación de la proliferación nuclear (en la que se destacó el rol de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania en el caso iraní), entre otras.


Si bien la perspectiva estratégica norteamericana en su versión transatlántica esbozada en Münich tiene un núcleo, no es excluyente. En este marco los países latinoamericanos, que están lejos de consolidar altos grados de cohesión, deberían afinar identidades e intereses.


Si bien la mayoría de estos países no parecen percibir la necesidad o urgencia de buscar afiliación o recusación del Occidente transatlántico, sí tienen en este planteamientos una referencia que estimula la mejora definición de sus perfiles civilizacionales y globales. En momentos cruciales como el actual, las democracias del área bien podrían emprender esta tarea sobre las bases de un mejor reconocimiento de propio status, identidad y rol en un escenario global de mutación acelerada. Y, en el proceso, quizás debieran asistir a la Conferencia de Münich pasando por la cumbre democrática a realizarse en Estados Unidos.



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