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  • Alejandro Deustua

En el Estado de la Unión la Política Exterior No Brilló

El último mensaje sobre el Estado de la Unión del Presidente Obama no fue un discurso “histórico” en política exterior o relaciones internacionales. Ni la “doctrina” presidencial en la materia ni su legado aparecieron en el Congreso americano este 12 de enero. En lugar de ello, un esbozo situacional y sobre el status de la primera potencia ocupó el centro de la escena enmarcado en la necesidad de aplacar el pesimismo de académicos “declinistas” y de opositores republicanos.

En efecto, con casi total prescindencia de la política comparada el Presidente Obama optó por enfatizar una realidad estadística medida en el vacío. Así, el Presidente afirmó sin más que Estados Unidos sigue siendo la primera e incuestionable potencia basada apenas en la realidad de su gasto militar (superior al que realizan las ocho potencias siguientes, dijo). Sin reparar en las crecientes limitaciones al ejercicio de su poder ni en los obstáculos a la influencia regional y de proyección global de otras potencias que han determinado el fin del “momento unipolar”, el Presidente se escondió en la financiación de capacidades reales pero inertes para salir al paso de un escenario estructural apremiante.

Así, sin tomar nota del creciente desafío que terceras potencias plantean al poder norteamericano (desde Rusia hasta Corea del Norte y desde China hasta lo que queda de Siria) el Presidente afirmó en tono triunfal que ningún Estado se atrevería a atacar a los Estados Unidos como si ésa fuera la única señal de seguridad, defensa y prestigio en el mundo. Es más la conceptualización imprudentemente despectiva de los rivales llevó al Presidente a marginarlos y a afirmar categóricamente que la fuente de amenaza principal proviene de los Estados fallidos (hasta hace poco, la fuente era el terrorismo).

En ese marco, la economía norteamericana fue también presentada como la más fuerte y “durable” del mundo y a prueba de cualquier fantasía pesimista. Sin explicar por qué la economía china podría sufrir un retraso en darle alcance nominal (hecho cuyas implicancias, sin embargo, obligará al FED a evaluar de nuevo la perspectiva de incremento de la tasas de interés) ni referirse a la incertidumbre que se arraiga en los mercados globales, el Presidente se limitó a afirmarse en el exitismo estadístico.

Tal percepción incontrastada de las capacidades norteamericanas (que no alcanzan para dar la medida de un renovado “realismo” y quizás tampoco para inducir el optimismo correspondiente en la ciudadanía) se trasladó a la definición del liderazgo norteamericano en el mundo. Éste fue referido en términos castrenses y reduccionistas como la aplicación sabia del poder militar. Y en términos estratégicos la definición reiteró la cuestionable vocación de liderar con el ejemplo sin dar cuenta de que ésta opción corresponde a los momentos en que Estados Unidos decide no actuar decididamente en el mundo.

De otro lado, si el Presidente abrió su presentación anunciando que deseaba ocupar su tiempo con una visión de futuro (es decir, más allá de una década) su mensaje no precisó cuál era el derrotero norteamericano en el sector externo ni dónde o cómo se encontraría (o quisiera sensatamente encontrarse) en ese plazo estratégico.

Los supuestos fundamentales de esta visión (los discursos de Praga y El Cairo de 2009 y de Santiago el 2011) se esfumaron en el silencio. Y también sus objetivos: nada sobre el esfuerzo contra la proliferación nuclear (ni de cómo el acuerdo con Irán puede ser hoy opacado por el nuevo desafío termonuclear norcoreano); nada sobre el “nuevo comienzo” prometido al mundo islámico (promesa sometida hoy por la anarquía que reina en el Medio Oriente -atribuida a fuerzas milenarias- y por la proliferación terrorista); y nada sobre la dimensión latinoamericana de la política exterior norteamericana (que, planteada en términos comerciales, suponía la atención propia del mercado que recibe tres veces más exportaciones norteamericanas que las dirigidas a China -y que, por tanto, debiera tener un mejor rol en el mundo-).

Así, la enumeración situacional se apoderó del discurso: el Medio Oriente y la lucha contra el terrorismo (que se propone la destrucción de Al Qaeda y del ISIS) es la primera prioridad de la primera potencia a la que siguió una corta lista corta de lavandería (Siria, donde el objetivo inmediato de conversaciones para el cese de fuego y de organización electoral no fue atendido; Irán, donde el éxito diplomático proyectado en el mediano y largo plazo no fue adecuadamente considerado; el TPP, apenas descrito por la supresión “de 18 mil impuestos” y por el establecimiento de reglas a las que China no aportará; y Cuba, donde la apertura de relaciones diplomáticas no ha generado la apertura interna correspondiente en la isla y sí un desafío a levantar el embargo en nombre del fin de la Guerra Fría).

Aunque los discursos sobre el Estado de la Unión siempre quedan cortos en el área internacional por razones de tiempo y de naturales preocupaciones internas, el último que pronunciaba el Presidente Obama merecía mejor atención. Especialmente en una era de cambios y de incertidumbre que el Presidente reconoció como el escenario presente.


Al final de su mandato el Presidente de Estados Unidos, la primera potencia mundial y la que despierta mayores adhesiones, está en la obligación de presentar a sus ciudadanos y al mundo un estado de situación y una prospectiva seria de su derrotero y del sistema internacional. Todavía está a tiempo para cumplir con ello.


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