14 de abril de 2006
El TLC que el Perú acaba de suscribir con Estados Unidos es bastante más que un tratado de libre comercio, inversiones y servicios. Es también un acuerdo estratégico que garantiza una nueva inserción del Perú en el hemisferio y en el mundo.
En efecto, en un marco de ganancias mutuas, y asimétricas, el TLC nos vincula institucionalmente con la primera potencia consolidando un mercado hemisférico que se sustenta también en la apertura andina y del Mercosur. En consecuencia mejora sustancialmente la inserción del Perú en Occidente.
Esa ganancia estratégica será complementada con el TLC que los andinos negocien con la Unión Europa luego del acuerdo de asociación que gobiernos como el de Venezuela y sus socios quisieran impedir.
Mientras tanto, el Perú tendrá ahora la oportunidad, sin la incertidumbre del vencimiento de regímenes concesionales (como el ATPDEA), de lograr la escala de mercado que permita incrementar su producción, mejorar sustancialmente los términos del intercambio (cuyos signos positivos dependen hoy de los buenos precios de las materias primas) y reducir la dependencia.
Por lo demás, en la medida en que este acuerdo asuma las premisas de seguridad que sustentaron los regímenes comerciales preliminares, contribuirá a mejorar la frágil estabilidad andina. Ello ya ocurre con Colombia, que ha culminado las negociaciones, mientras Ecuador debe concluir próximamente las suyas.
Ello dependerá por cierto de que el incremento y diversificación de las exportaciones a nuestro principal mercado (alrededor de 29% del total) vaya acompañado de la inversión suficiente como motor del crecimiento. Esto reclamará mayor esfuerzo del inversionista nacional teniendo en cuenta que la inversión extranjera alcanzó el año pasado apenas US$ 2518 millones (Cepal) siendo la más alta del quinquenio.
Pero no sólo en esta medida el TLC reclama mayor aporte nacional, término que quiere ser expropiado por un candidato presidencial. Si el TLC procura una plataforma para el incremento de la competitividad nacional, el esfuerzo local también tendrá que multiplicarse para aprovecha la oportunidades que hoy se ofrecen.
Y ello no depende sólo de que, instrumentalmente, estemos ahora (si el Congreso lo dispone) en igualdad de condiciones que Méjico, Chile y Centroamérica para acceder al mercado norteamericano, sino de que nacional -y regionalmente- logremos atraer parte de la inversión y la tecnología que hoy se orienta al Asia (en el 2005 la inversión extranjera en la región se mantuvo en los US$ 61 mil millones del 2004 al tiempo que creció 29% en el nivel global –Cepal-).
El incremento del empleo que, partiendo de la base de los 745 mil directos e indirectos asociados a las exportaciones a Estados Unidos el 2004 (Mincetur) y que hoy encuentran la oportunidad de consolidarse, será una función de ese esfuerzo.
Y si el crecimiento que ello produzca (4% según el Mincetur, menos según otros estudios) desea contribuir a incrementar la equidad en el país, la disposición a compensar a los sectores perdedores deberá ser más evidente. Adicionalmente, en el futuro deberá negociarse el mejoramiento del trato diferencial y un fondo que apuntale la implementación del acuerdo. Pero ahora el TLC debe ser aprobado por este Congreso. Y no sólo porque el ATPDEA no será prorrogado sino porque el gobierno, aun de salida, está en su derecho y también en el deber de despejar la espesa neblina electoral que oscurece nuestra inserción externa.
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