18 de diciembre de 2021
Mientras que la falta de liderazgo, el desorden, la ineficacia y las crecientes evidencias de corrupción del gobierno afectan estremecedoramente al país, un par de señas de reorientación del sector externo esperanzaron a los ciudadanos esta semana. La activación de la cooperación bilateral en el área y el contacto institucional con organizaciones de inversionistas extranjeros así lo señalaban. Lamentablemente ambas señas resultaron un fiasco.
En efecto, la solicitud de cooperación personal que el Sr. Castillo planteó al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se realizó en términos tan deshonrosos y plañideros que ni siquiera motivaron la reserva de AMLO. Según el presidente mexicano el Sr. Castillo, a propósito de la moción de vacancia en el Congreso, se había quejado de los “pitucos” que no lo dejan trabajar y de las humillaciones que perpetran quienes se burlan de su omnipresente sombrero, entre otras confesiones impúdicas.
Sin tener en cuenta el progresivo descenso de la aprobación presidencial (hoy en torno al 22%), AMLO encontró inspiración en los orígenes de Benito Juárez -el prócer de la independencia mexicana- y en la percibida bonhomía del Sr. Castillo para, de inmediato, enviar al Perú una delegación de funcionarios liderados por su Secretario de Hacienda y Crédito Público Rogelio Ramírez (Infobae). Ello calmaría las tribulaciones de su subordinado, el presidente peruano.
Lamentablemente, el gobierno no ha dado cuenta de esa generosa contribución mexicana a la credibilidad del presidente peruano mientras diarios y medios televisivos nacionales y extranjeros informan de la quejumbrosa solicitud del Sr. Castillo. Al margen de que ésta se emparente con su recurrente victimización “histórica” en los contactos que ha sostenido con otros gobernantes (p.e. los discursos de toma de posesión del cargo frente a Jefes de Estado concurrentes o ante la OEA en Washington DC) y con su consecuente falta de sobriedad, el comentario público de AMLO sobre las quejas infantiles de su colega coloca al Estado en el escenario del ridículo internacional. Y AMLO, el supuesto cooperante, lo ha empleado para fines internos (quizás porque ni Castillo ni la Cancillería comunicaron el contacto con ese presidente).
Con ello se vulnera uno de los requerimientos que sustentan las formas diplomáticas de proyección externa (el “honor”), se trivializa la cooperación con un socio latinoamericano de muy reconocibles capacidades y se descalifica la imagen externa del Estado que Castillo y sus diplomáticos deben representar. Las consecuencias de este sainete externo van de la mano con la reducción progresiva de la capacidad del Estado ya orientada a una mayor insignificancia y a su total ineficacia internacional.
La segunda seña de esperanzadora innovación de gestión externa fue una reunión de promoción de inversión extranjera en Lima. Ésta se realizó en el marco de la 16ª conferencia con la American Society y el Council of the Americas (AS/COA). Realizada en Torre Tagle por todo lo alto con la presencia de los ministros de Economía y de Relaciones Exteriores y de viceministros de Minas y de Transportes, la reunión debía contribuir a patrocinar, frente a importantes inversionistas norteamericanos, el flujo de inversión extranjera al Perú en un contexto de preocupante disminución de la misma.
Como se sabe, estas reuniones incorporan fuertes dosis de relaciones públicas y, en el marco de la presentación de oportunidades a agentes externos, generalmente no reclaman mayores precisiones que un muestrario de la marcha de la economía y de proyectos atractivos.
Es más, el ministro de Relaciones Exteriores, presentó el evento aludiendo a la política “Build Back Better” (Reconstruir Mejor) del presidente Biden que enfatiza el acápite de infraestructura. En ese marco asociativo se presentaron cifras económicas destinadas a alimentar el entusiasmo inversor (el más alto crecimiento regional este año, p.e.), a destacar el potencial minero del Perú (el segundo productor mundial de cobre) y señalizar las grandes potencialidades en transporte (teniendo en cuenta que la brecha de infraestructura bordea los US$ 90 mil millones). Y para mayor gala propagandística, el canciller aseguraba que el Perú ofrece un marco de “legalidad y legitimidad” para las inversiones complementando la necesidad de rentabilidad social de las mismas reclamada por el presidente Castillo.
Pero el momento no pudo ser peor para tal presentación: Las Bambas, una de las principales mineras cupríferas del Perú -que ya había anunciado el cese de sus operaciones debido a la violencia comunal- era atacada en esos días por huelguistas que destruyeron oficinas, maquinaria y medios de transporte luego de haber bloqueado la carretera de salida de la producción durante un mes. Ello ocurría luego de similares acto vandálicos contra otra minera en Ayacucho.
¿Cómo es que el presidente, el canciller, el Ministro de Economía y otros funcionarios pudieron presentar un escenario tan prometedor para la inversión extranjera ante una poderosa organización de agentes económicos norteamericanos en medio de manifiestas actividades delictivas contra empresas mineras y sin deslindar con la ideología antiminera de altos funcionarios como la Primer Ministro? Salvo por la total desfachatez de los protagonistas, nadie lo sabe.
Así como la ridiculización de la imagen del Estado por el presidente minimiza sus posibilidades de influencia y asociación, la retórica con que se promueve la inversión en el país mientras la práctica indica lo contrario, resta toda credibilidad a la captación de esos flujos indispensables. En el proceso, el mercado y el Estado se diluyen aún más.
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