3 de agosto de 2021
Luego de la omisión presidencial a toda referencia de política exterior en el discurso de asunción de mando, el canciller Héctor Béjar ha pretendido llenar ese vacío con un discurso de apariencia ceremonial pero de cambio de fundamentos políticos y del rumbo externo del país.
Si el presidente Castillo desea alterar el rol del Estado, la naturaleza económica de la sociedad y de su organización poblacional, el Sr. Béjar prefiere anunciar un cambio de la naturaleza del interés nacional (que identifica con interés social) y de nuestros alineamientos tradicionales.
En el proceso el Sr. Béjar confunde la diplomacia, que es un instrumento de la política exterior, con ésta. Y como si los intereses sociales (que se resumen en bienestar) no hubieran existido nunca en ella, hoy éstos predominarán además en una diplomacia “autónoma”, “nacional” y “democrática”.
Esta pretensión es demagógica porque la política exterior ha implicado siempre autonomía aunque condicionada por un grado de soberanía relativa (la absoluta no existe) mientras su libertad de acción ha sido cuestión de grado entre las diferentes realidades de dependencia o interdependencia del momento. La autonomía no es solo voluntaria o declarativa como desea el canciller.
Además, sólo después de la Guerra Fría la política exterior ha pretendido ser democrática en tanto afiliada a la democracia representativa (la Carta Democrática) y a los derechos humanos. Pero éstos no son los únicos principios universales definidos en los regímenes internacionales a los que pertenecemos (la OMC, la aproximación a la OCDE, p.e.). El canciller sólo reconoce, limitadamente, el ámbito humanitario.
Y el interés social como componente del nacional se ha intentado casi siempre aunque con diversa intensidad y óptica. Hoy el bienestar colectivo prioriza a los peruanos en el exterior y la emergencia sanitaria. La inclusión social más amplia es un objetivo, no un punto de partida, de responsabilidad predominantemente interna.
Pero además, el enfoque “complejo” que se propone como novedad, define absurdamente una diplomacia para cada tema de preferencia sin factor cohesionador. Y en el proceso colisiona con el sobre-énfasis multilateral como si estuviéramos en la década de los 70 con prescindencia del bilateralismo.
De otro lado, el privilegio multilateral que prioriza, en el área, la refundación del UNASUR, alterará la diplomacia democrática privilegiando a los Estados autoritarios de la región y negando las realidades dictatoriales cubana (por la que el canciller muestra filiación cuasireligiosa) y venezolana. Y sus convicciones castristas y antecedentes guerrilleros tenderán a confundir la diplomacia social con la transnacional “diplomacia de los pueblos” de Evo Morales.
Ello resta credibilidad a la pretensión académica de su política exterior y a su solidaridad con Servicio Diplomático (una demagógica mención a las vejaciones de 1992).
El discurso puede ser terso pero el objetivo es rugoso.
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