En el transcurso de las últimas semanas dos conflictos regionales de proyección global se han escalado y sus actores principales han vulnerado, una vez más, los mandatos de la ONU que procuran atajarlos. Al hacerlo, han generado alteraciones sistémicas.
En efecto, en el noreste asiático, Corea del Norte acaba de lanzar un misil de largo alcance capaz de portar cabezas nucleares encubriendo el ejercicio con un desarrollo satelital. Ello ocurre en el umbral de la explosión de una bomba de hidrógeno que esa potencia afirma haber realizado. Además de contrariar un conjunto de resoluciones del Consejo de Seguridad, Corea del Norte renueva así el desafío a las grandes potencias establecidas (salvo China y quizás Rusia) y a la comunidad internacional.
Y en el Medio Oriente el gobierno sirio ha iniciado una ofensiva mayor en Aleppo luego de haberse lanzado en Ginebra las conversaciones de cese al fuego como paso previo a un proceso solución política de la guerra civil en ese país regido por una Resolución específica del Consejo de Seguridad.
Además, la vulneración de la normativa de la ONU implica en ambos casos el desafío, por potencias mayores, de procesos de solución de conflictos a cargo de ellas mismas y de las que integran el “Diálogo de los 6”, en el caso coreano, y de Estados Unidos y otros socios en el caso sirio. En efecto, agregando riesgo al peligro, el escalamiento se produce con participación directa o aval indirecto de China, en el caso coreano, y de Rusia, en el caso sirio. Estas dos potencias ejercen algún tutelaje sobre los principales agentes del conflicto y a la vez suscriben las medidas que debieran conducir a la terminación del mismo.
El desafío norcoreano ha implicado una inmediata y casi global respuesta. Además del Consejo de Seguridad han expresado su condena y preocupación las principales potencias afectadas por el desarrollo misilero (Estados Unidos, Japón, Corea del Sur), la Unión Europea, la OTAN y, potencias menores (el Perú entre ellas). Tal reacción da clara cuenta del alcance de la amenaza que Corea del Norte se empeña en prodigar.
Desde que esa potencia emergente adhiriera al Tratado de No proliferación en 1985 ésta no ha cejado en la manipulación del régimen de no proliferación en función del desarrollo clandestino de armamento nuclear. En el proceso ha desarrollado negociaciones con la Agencia Internacional de Energía Atómica (mientras aparentaba cumplimiento) y con los Estados Unidos (cuando el incumplimiento fue manifiesto) organizando así un escenario en el que esa potencia admitía sanciones y retrocesos en su desarrollo nuclear sólo para lograr mayores avances al respecto.
Esta mecánica perversa se ha mantenido luego de que Corea del Norte denunciara en el 2003 el tratado en cuestión. Fue en ese contexto que se iniciaron las “Conversaciones de los 6” (Corea del Norte, Corea del Sur, Estados Unidos, China, Japón y Rusia) que lograron la aparente neutralización de ciertos reactores nucleares y concertaron un acuerdo mediante el que Corea del Norte se obligaba a abandonar el desarrollo de armas nucleares (que, en apariencia, ya había logrado). La garantía básica en la materia (la verificación de lo acordado) no se logró sin embargo.
Ello permitió mayores avances norcoreanos. En efecto, luego de ofrecer en el 2012 la suspensión de sus pruebas nucleares, Corea del Norte lanzó el primer misil de largo alcance con capacidad de portar armas nucleares. Por cierto, las sanciones colectivas proliferaron entonces siguiendo el patrón descrito (retroceder para avanzar) que desembocaría en un nuevo lanzamiento de las “Conversaciones de los 6”. En ellas Corea del Norte procuró lograr un pacto de no agresión, nada menos, además de proponer la normalización relaciones con Estados Unidos y acceder a más ayuda económica de los “6” (CFR).
Ello no obstante, la potencia emergente anunció su propósito de colocar un satélite en el espacio empleando vectores que violan los entendimientos registrados. Los desarrollos consecuentes, que incluyeron más pruebas nucleares, fueron objeto de otra Resolución del Consejo de Seguridad condenando los hechos.
Es más, luego de que China declarara que no permitiría más desorden en la península coreana y reiterara su propósito “desnuclearizador”, Corea del Norte anunció la obtención de una bomba de hidrógeno y colocó en el espacio un satélite con una versión avanzada de su misil de largo alcance cuya capacidad ofensiva aprovechará para acceder a un nuevo status.
¿Está Corea del Norte fuera de control y ha consolidado una independencia militar irreversible? Aunque China quisiera esgrimir este argumento, la dependencia económica, comercial y estratégica de la potencia coreana en relación a su vecino mayor muestra lo contrario. En consecuencia, si como debemos suponer, la capacidad coactiva china sobre su subordinado estratégico es manifiesta, la capacidad de Pekín de cambiar el comportamiento de Pionyang es por lo menos una firme hipótesis de trabajo.
En consecuencia, no parece sensato presentar a China en este escenario como uno actor más o equivalente a Estados Unidos, Japón o Corea del Sur. Menos cuando es hora de que la comunidad internacional exija a China el cumplimiento de su deber impidiendo que el gobierno de Kim Jong Um acceda incondicionalmente a las facilidades que hasta ahora le presta su vecino del norte.
Por lo demás, si el desarrollo nuclear y misilero coreano ha requerido aprovisionamiento de materia prima y tecnología extranjeras, parece insensato tratar la amenaza nuclear al margen de las fuentes proveedoras. La inteligencia occidental y asiática (y la que seguramente produce la AIEA) debe permitir identificar a los proveedores y actuar sobre ellos.
Estos requerimientos deben ser satisfechos antes o a la par de lanzar más negociaciones (que terminarán permitiendo mayor capacidad nuclear coreana), más condenas del Consejo de Seguridad (cuatro resoluciones en ese sentido desde el 2006) o más comunicados de protesta de potencias menores (que se limitan a la expresión de indignación diplomática).
Corregir el curso de acción internacional en la materia implica actuar sobre la base de lo debiera ser ya evidente para todos: habiendo desarrollado plena capacidad nuclear, Corea del Norte está comprometida con el desarrollo de mayores capacidades militares y no abandonará ese emprendimiento salvo que sea inducida a ello mediante el ejercicio del poder cuya versión coercitiva tiene varias dimensiones. En consecuencia se debe proceder.
En el caso de Siria, el gobierno de ese país ha recibido el incremental apoyo militar ruso para el sitio y eventual conquista de Aleppo luego de que se iniciaran las conversaciones que dispuso en diciembre el Consejo de Seguridad (y que debieran fundamentarse en un cese del fuego).
Si Rusia suscribió ese mandato negociador y ahora contribuye a vulnerarlo ¿debe la comunidad internacional cruzarse de brazos? Evidentemente no. Pero esto es lo que está ocurriendo. En efecto, a diferencia del caso de Corea del Norte, no ha habido en el caso de la ofensiva ruso-siria en curso condena multilateral. Y tampoco se han producido los reclamos formales de terceros países que sí se han marcado el escenario coreano.
Ello configura un claro ejemplo de doble estándar en un escenario que, como el Medio Oriente, no sólo admite sino reclama el doble estándar. La inmensa diversidad de actores envueltos en el conflicto y las complejas alianzas que éstos tejen entre sí (un caso que el concepto de guerra asimétrica no alcanza a definir) son parte de la explicación de ese tipo de conducta. Pero también lo es el balance de poder y el tipo de negociación que al respecto se persigue.
Es posible que el gobierno sirio y Rusia hayan quebrado las conversaciones para ganar territorio vital (Aleppo es una ciudad principal siria) y también para fortalecer la posición negociadora que defina la guerra civil. De ser así, las condiciones del alto al fuego, del proceso electoral y del cambio constitucional dispuesto por la ONU se toparían con una realidad oficialista (la de Asad) más difícil de remover.
De otro lado, si la ofensiva siria persigue un nuevo balance de poder en la zona (como parece evidente, de la misma manera que lo procuran todos los demás de acuerdo a su propio interés) la “alianza chiita” (el gobierno sirio, Irán y el Hezbollah libanés) se consolidaría como centro de gravedad del nuevo equilibrio en el área.
En ese escenario Rusia está desempeñado un rol fundamental al tiempo que habría consolidado su presencia estratégica en ese sector del Medio Oriente. Si tiene éxito Rusia habría consolidado también una expansión que empezó en Georgia y siguió en Crimea y en el Este de Ucrania compensando la situación creada por la expansión del poder occidental hacia el Este de Europa. Así, más allá de la crisis económica, Rusia habría logrado para sí un nuevo estatus basado en el poder militar y definido un nuevo rol como superpotencia militar (Stravridis, Hill).
En ese escenario la “oposición” siria quedaría debilitada (y también degradada por la presencia cada vez más visible de grupos afiliados a la organización terrorista de Al Nusra y del Daesh). Su capacidad de control territorial dependería crecientemente del apoyo externo (Estados Unidos, Turquía y los estados sunitas del área).
Como consecuencia la posibilidad reunificar Siria sería más difícil y la emergencia de una definitiva fragmentación estatal sería más evidente (Stavridis).
Mientras tanto, la situación humanitaria seguiría deteriorándose y, por tanto, la necesidad comunitaria de atenuar el descalabro aumentaría. En consecuencia, los Estados Unidos y sus socios estarían más dispuestos a hacer concesiones al gobierno sirio y a Rusia. Salvo que una reacción norteamericana demuestre lo contrario. Ello implicaría el incremento de la presión sobre Rusia en el terreno o en otros escenarios además de la definición de la conducta de ese Estado como desafiante en el sistema.
Siendo ese un desarrollo probable, el conflicto sirio ciertamente habría confirmado su irradiación periférica y redefinido, nuevamente, la situación estratégica de esa parte del Medio Oriente (y la del Este de Europa sin desatar una nueva guerra mundial como algunos sugieren de manera equivocada). Y el mandato negociador de la ONU (que es en realidad la instrumentación multilateral de intereses norteamericanos, rusos y europeos en el área) se lograría diplomáticamente sobre los fundamentos de un nuevo balance de poder en el norte del MENA.
Si ése es el precio de la estabilización siria y del corte del flujo migratorio a Europa las partes podrían asimilar el creciente costo humanitario del conflicto. Felizmente éste no sólo se mide por la intensidad de la barbarie (cuyo atajo reclama urgente provisión de alimentos, medicinas y abrigo) o por parámetros rusos (cese del fuego recién a principios de marzo cuando concluya la ofensiva siria) sino también por parámetros norteamericanos (que reclaman el reinicio inmediato de las negociaciones y la provisión de alivio humanitario rápido y eficaz).
Tales complejidades son parte del costo de lograr, en algún plazo impredecible, la derrota del Daesh y el de revertir parcialmente los excesos de la “primavera árabe”.
Alterado por la crisis estratégica del noreste del Asia y del Medio Oriente el sistema internacional está ingresando en un nuevo balance y también en un renovado ordenamiento estructural.
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