3 de abril de 2006
De manera consistente con el crecimiento global y superando el promedio latinoamericano (4.3%), la economía peruana creció 6.3% el 2005.
Esta perfomance ha sido consecuente, en términos generales, con los condicionantes principales del crecimiento regional. En efecto, si bien la disciplina de las políticas nacionales ha sido fundamental, la expansión global y el incremento de la demanda externa son los principales responsables del incremento de las exportaciones, del aumento sustancial de las remesas y del carácter positivo de los términos del intercambio (1).
En el ámbito de las exportaciones la intensidad de ese incremento externo ha sido tal que ha generado un cambio cualitativo, aunque temporal, de las condiciones estructurales de nuestro comercio exterior. Así una economía predominantemente “primarioexportadora” ha logrado términos del intercambio positivos (4.8% superiores a los del año pasado) gracias al extraordinario incremento de los precios y de los volúmenes de las ventas. Esta situación tiene carácter “histórico” no sólo porque es inédita sino porque contraría frontalmente los fundamentos de la vieja teoría de la dependencia que aseguraba, de manera correcta hace 40 años, que economías como las nuestras están estructuralmente condicionadas a percibir términos del intercambio negativos. En efecto, hasta la actual ola expansiva, la importación de bienes cada vez más caros era sufragada con déficit externo e inflación. Estas variables nunca fueron suficientemente equiparadas por exportaciones primarias (que eran cada vez más baratas).
Si la Cepal hoy no dice nada al respecto tampoco lo hace sobre la gran fortaleza de la demanda externa (que se explica también por la emergencia de nuevos compradores) que ha incrementado exponencialmente los precios de los bienes primarios mientras que el aumento de la productividad (especialmente por innovación tecnológica) en las economías mayores ha coadyuvado a que las importaciones de esos orígenes sean relativamente más baratas.
Por lo demás, la economía peruana –y la suramericana- han sabido aprovechar esta situación con ventaja sobre Centroamérica y Méjico cuyas ventas externas deben soportar la competencia, no pocas veces desleal, de exportaciones chinas en el mercado norteamericano (Cepal).
En el Perú este boom exportador (superior a US$ 17 mil millones el año pasado) ha sido complementado por ventas crecientes de productos con valor agregado que matizan, pero no alteran aún, la estructura tradicional de nuestras exportaciones. Aquéllas complementan la precariedad recreativa de éstas con generación de mayor empleo que, junto con los mayores ingresos –públicos y privados- producidos por las exportaciones tradicionales debieran, en teoría, contribuir a generar bienestar nacional.
Éste, sin embargo, no es aún percibido por la mayoría.
En el lado financiero, las características de los factores que generan crecimiento son menos homogéneas que en el comercio exterior. En efecto, si la formación bruta de capital aumentó 10% en la región el año pasado, la participación de la inversión extranjera fue, según la Cepal, menor.
Ello se debe principalmente a un hecho que ese organismo tampoco reporta: la orientación sistemáticamente predominante al Asia de los flujos que no concurren a los países desarrollados. A ello se agrega otro factor tradicional generador de asimetrías intraregionales: la concentración en México, Brasil, Chile y Argentina de los saldos correspondientes. Como resultado, las remesas de los migrantes latinoamericanos han devenido en una fuente de financiamiento de creciente importancia. Éstas son, sin embargo, equivalentes en valor, pero en nada más, a la inversión extranjera: la inversión es productiva y genera mucho más riqueza que la remesa que se orienta principalmente al consumo.
En todo caso, organismos de la ONU estiman que el año pasado las remesas hacia Latinoamérica ascendieron a aproximadamente US$ 40 mil millones (una cifra efectivamente cercana al valor de la inversión extranjera del año pasado en América Latina). Sin embargo, las remesas también tienden a la concentración regional (México, Brasil y Colombia son receptores de alrededor del 60% de las mismas, mientras que los países centroamericanos responden por 20%) (ONU). El Perú, cuyos migrantes son el 7% de la población (RE), recibió aproximadamente US$ 1200 millones el 2005. Por lo demás, estos ingresos –que equivalen a alrededor de 7% de las exportaciones peruanas- constituyen una fuente de financiamiento que fortalece la cuenta de capitales. Habiendo ésta sido negativa el 2005, especialmente por el “prepago” de la deuda al Club de París, las remesas han ayudado a reducir la brecha que los ingresos por inversión extranjera no contribuyen a cerrar por completo. Como resultado de una política orientada a generar el marco de estabilidad convencionalmente requerido para el crecimiento, la economía peruana produjo 1.1% de inflación, reservas por US$ 14 mil millones, incremento del crédito en 12%, 1.3% de superávit de cuenta corriente (Cepal). En él la inversión nacional ha contribuido bastante más a la formación bruta de capital (que creció 11.5% el 2005) que la inversión extranjera. Sin embargo, aunque ese crecimiento fue bastante mayor que el consumo (4.3%), no redujo sustancialmente el desempleo (9.3% bajando de 10.3%) y disminuyó poco la pobreza (de 54% a 48% en los últimos 5 años según el gobierno). De lo anterior puede concluirse que el marco de estabilidad y de crecimiento sólo está parcialmente establecido. Su mejora, que implica el respeto de los fundamentos existentes, depende además de políticas institucionales y de la promoción de los sectores externo e interno. Entre las primeras la Cepal sugiere esencialmente el incremento de la competitividad. Ésta se orienta al incremento de la productividad y se funda en mejoras sustantivas en educación y mayor inversión en capital físico y humano (al respecto se recuerda que las ganancias de competitividad por tipo de cambio son insuficientes y poco viables en nuestros países). De ello concluimos que el rol del Estado debe incrementarse en esta materia. Pero no sólo en ésta. Si el boom exportador es, como su nombre lo indica, temporal, las actuales ganancias de términos del intercambio se reducirán cuando la demanda externa se debilite. Para evitar las consecuencias perniciosas del retorno de términos del intercambio negativos se requiere promover más activamente las exportaciones no tradicionales. Como ello sólo puede ocurrir en una economía abierta, mejorar la inserción externa es fundamental. El rol del Estado es aquí importante para lograr mejores condiciones en las negociaciones comerciales. Entre éstas debiera sobresalir una efectiva y menos avara aplicación del trato diferencial para los acuerdos multilaterales y de integración con potencias mayores.
En el ámbito de la promoción de inversiones, además de mantener el clima propicio que patrocina la Cepal, el Estado debe superar su rol de promotor de concesiones (que no ha sido todo lo eficiente que debiera mientras era ideológicamente fundamentado). El objetivo: atraer el concurso de la gran inversión. Por ella entendemos el arraigo local de las multinacionales (el ejemplo de Costa Rica es bueno al respecto). Y en el ámbito interno, el Estado tiene en la promoción del desarrollo a través de políticas sectoriales un rol que debe complementar a los programas para combatir la pobreza. Si la promoción de la inversión a la pequeña y mediana empresa es acá fundamental para incorporar al sector informal, el requerimiento de consolidación fuentes institucionales de financiamiento (que pueden ser las existentes) es indispensable. El Perú –y la región- deben superar cualitativamente su perfomance actual con el objetivo primario de generar bienestar suficiente. A ello deben contribuir también el incremento de los intercambios intraregionales (los acuerdos de integración deben simplificarse y ampliarse) y de la capacidad de competir con el Asia. En este punto el objetivo estratégico debe ser mayor: América Latina debe recuperar el valor de mercado que perdió desde la crisis de los 70.
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