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  • Alejandro Deustua

Chile y Bolivia: Un Nuevo Diálogo Sin Condiciones (Que Interesa Al Perú)

21 de Julio de 2006



Chile y Bolivia han decidido reemprender conversaciones sobre el problema de la mediterraneidad en el marco de una agenda sin condiciones. Como toda aproximación a una solución de controversias, ese diálogo debe ser bienvenido desde el Perú.


Y debe serlo doblemente por la implicancia en esa relación bilateral de una interlocución trabada por la naturaleza beligerante del actor boliviano antes de que éste llegara al gobierno y por su disposición interna y externamente antisistémica después de arribar a él. Luego de propiciar la confrontación, el diálogo de Bolivia con Chile (como el que hoy procura con Estados Unidos) es funcional a la generación de estabilidad en el Pacífico sur suramericano.


La materialización de esa nueva disposición, sin embargo, dependerá de que las partes decidan superar la mecánica de su reiteración sin término (la agenda del diálogo chileno-boliviano sin condiciones, como en otras oportunidades, había sido establecida y quebrada antes –la última en el Algarbe en el 2000-). Y dependerá también de la capacidad de las partes de evitar la dinámica de su frustración continua (que, luego del anuncio de buenas intenciones y de la generación de grandes expectativas, ha terminado rebajando el status de la relación bilateral, a veces, a niveles inferiores a los preexistentes). Esa particularidad de la relación boliviano-chilena complica la relación del Perú de Chile, pero especialmente con Bolivia, y actualiza lo que García Bedoya identificó como la hipoteca de la mediterraneidad boliviana en la política exterior peruana.


Para que ello no ocurra, las partes deben distinguir sus aspiraciones de sus objetivos posibles antes de proponerse negociaciones formales. Si Bolivia mantiene el objetivo de una salida soberana y útil al Pacífico y Chile no está dispuesto a establecer negociaciones sobre soberanía los puntos de partida no sólo son opuestos sino que las expectativas son distintas. Esta posición de inicio debe llegar –como llegará como siempre- a un punto intermedio. Cualquiera que sea éste (y todos asumimos que se volverá a la propuesta de una salida paralela a la Línea de la Concordia que establece el límite territorial peruano-chileno), será bueno que las partes se acerquen a la definición de la cualidad marítima que espera recuperar Bolivia con la prudencia y los recaudos suficientes.


Uno de esos recaudos consiste en tener presente que, si la solución se plantea por territorios que fueron peruanos, la consulta al Perú es inescabable. Bolivianos y chilenos deben tener en mente esta realidad manifiesta que, en otras oportunidades, ha llevado a planteamientos que no han consultado bien el interés del Perú.


La posición peruana en la materia es clara, conocida y reiterada: el Perú apoya la justa aspiración boliviana al tiempo que reconoce la bilateralidad del problema en el marco del derecho internacional.


A ello debe agregarse lo siguiente. Así como la bilateralidad tiene una dimensión trilateral de última instancia si se considera la afectación de territorios que fueron peruanos, también afecta intereses peruanos de carácter primario y específico. Éstos se refieren al derecho peruano a una frontera marítima con Chile que no ha sido formalizada mientras Chile sostiene lo contrario. Establecida la controversia, ésta debe ser resuelta con anterioridad a cualquier compromiso para solucionar el problema de la mediterraneidad boliviana en el escenario tarapaqueño. Sobre este punto debe haber claridad absoluta.


Desde la perspectiva de la solución, sin embargo, puede considerarse también un escenario trilateral. Si el problema bilateral chileno-boliviano tiene una dimensión trilateral, una instancia trilateral en el momento oportuno (es decir, uno que no complique la relación del Perú con ninguno de los dos interlocutores) podría examinarse con un doble propósito: establecer la frontera marítima peruano-chilena de manera precisa y jurídicamente inconfundible en todos los ámbitos (mar territorial, zona contigua, zona económica exclusiva, plataforma marítima) y articular, desde los Estados centrales, un conjunto de intereses complementarios vigentes en la zona que permitan un trato más armónico del diferendo boliviano-chileno.


Si uno de estos intereses es el energético (la demanda chilena sobre el potencia de oferta boliviana y peruana es manifiesta), acuerdos de integración en este sector podrían consolidar una infraestructura de integración física subregional cuyo beneficio conjunto haría más viable la solución de los respectivos diferendos. La autonomía que busca Chile ahora en la materia no sería contraria a esta alternativa. Ello sólo contribuiría a la generación de un escenario conducente pero no a una negociación tipo “gas por mar” que no es aceptable por una de las partes.


Por lo demás, las realidades de la creciente interdependencia económica peruano-chilena podrían constituir el ancla estabilizadora de esos intereses complementarios (que son ciertamente mayores que el energético).


Sin embargo, a la luz de los antecedentes, es necesario que las partes renueven la voluntad política necesaria para impedir el fracaso… y que dispongan de otra para el caso de que éste se presente. La relación del Perú con Chile y con Bolivia no puede ser afectada por falta de previsión en esta materia.

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