La inestabilidad política y económica brasileña acaba de dar un giro hacia una insondable ingobernabilidad. Como si la corrupción que supura Petrobrás y hunde a los poderes públicos (salvo a la mayor instancia del Poder Judicial) no fuera suficiente para fondear al Brasil, el presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha ha iniciado el ante-proceso de destitución de la Presidenta Rousseff.
Ese proceso, como la incertidumbre que lo rodea, será largo. La acusación sobre manipulación de cuentas fiscales planteada en setiembre pasado e implementada hoy debe aún ser probada. Además la Presidenta debe presentar aún sus descargos. Y, de proceder la imputación por una comisión investigadora parlamentaria, el Senado deberá todavía pronunciarse. En medio de la semi-parálisis y la autoredención, todo ello puede durar hasta el 2018 cuando culmine el mandato presidencial si la señora Rousseff no es destituida antes u obligada a renunciar.
La oposición que lidera el PSDB bajo el liderazgo de Aecio Neves ha anunciado que seguirá el proceso con extremo rigor jurídico. Pero ello no oculta su predisposición a lograr que la señora Rousseff se marche. Así lo ha adelantado el ex -presidente Fernando Henrique Cardoso antes de que se iniciara el anteproceso de impeachment al plantear la renuncia de la presidenta para que el Brasil recupere el rumbo.
Al final de cuentas, la señora Rousseff carece hoy del mínimo liderazgo (su aprobación gira en torno al 8%). Y nadie olvida que basó la victoria electoral del año pasado en una campaña truculenta, en el sistemático amedrentamiento social (la generación de miedo colectivo al opositor Neves quien, a pesar de ello, perdió por menos de dos puntos porcentuales) y en el ánimo de perpetuar en el poder al Partido de los Trabajadores (y a su cuestionable modus operandi) que ha causado tanta división en la potencia regional como fragmentación en Suramérica.
Pero el remedio no está a la vista. Mucho menos cuando el acusador Cunha es imputado de corrupción abierta, el Vicepresidente Tremer no es un político respetado (y pertenece al PMDB del señor Cunha) mientras que la eventual convocatoria a nuevas elecciones dejaría al PSDB del señor Neves en la necesidad de tomar las medidas más graves para que el Brasil recupere la línea de flotación (lo que, de no lograrse el consenso necesario, podría desembocar en un retorno del PT o de una agrupación política hoy desconocida).
No es éste el mejor escenario que la región espera para que, desde el Cono Sur (que cifra sus esperanzas en la difícil gestión del presidente electo Macri), Suramérica recupere el consenso liberal y la consistencia necesaria para hacer frente a los graves desafíos del entorno global.
Menos cuando los intentos brasileños de estabilización económica han resultado en una contracción de -4.5% en el tercer trimestre (lo que hunde al Brasil en la peor recesión desde los años 30 del siglo pasado), con una inflación de algo más del 10%, riesgo creciente de degradación financiera y pérdida sustancial de inversión extranjera.
Para que la ingobernabilidad brasileña no erosione las perspectivas de reorientación regional que el proceso electoral argentino ofrece (y que la inestabilidad que emana de Venezuela, ad portas de una elección parlamentaria que la oposición debe ganar sin lograr el poder, no carcoma el frágil cimiento suramericano), es necesario prepararse nacionalmente para un empeoramiento del entorno. Un horizonte mejorado surgirá luego de que se aclare el horizonte brasileño siempre que cada uno de los países del Pacífico mantenga el curso y la Argentina cumpla con su cometido reformista. Antes de que Brasil retorne al lugar que le corresponde en al área, Perú, Chile, Colombia y Argentina deben hacerse cargo de la estabilidad regional.
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