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Alejandro Deustua

América Latina y la Persistente Amenaza Terrorista

11 de Agosto de 2006



La conspiración terrorista desbaratada en el Reino Unido ha sido calificada por fuentes británicas como “potencialmente, la más letal”. Sus autores pretendían derribar una cantidad considerable, pero no precisada, de aviones en vuelo entre las islas británicas y Estados Unidos.


A pesar de ello, la reacción política de los gobiernos involucrados ha sido particularmente sobria aunque en el marco de un operativo contraterrorista inevitablemente espectacular. Éste y la gravedad de los hechos confirma que la amenaza del terror no ha pasado, que su agente principal es el fundamentalismo islámico (representado, como en el pasado, por células de musulmanes británicos ligados a grupos pakistaníes) y que sus blanco predilectos son las vías de transporte aéreo.


En un arco de acción que hasta ahora cubre Asia (Asia del Sur y el Medio Oriente), Europa y Norteamérica, estos grupos han logrado cambiar la postura estratégica de la primera potencia, alterar un resultado electoral en una potencia media (España) y promover la fricción entre una potencia emergente (India) y otra que quiere serlo (Pakistán). Aunque esta vez no han logrado nada, es posible que esperaran que sus actos influenciaran los intentos de rebajar la escalada de la crisis del Medio Oriente.


Y a pesar de que algunos comentaristas sugieren que más que el catastrófico resultado del atentado evitado lo destacable es la captura de los terroristas (implicando que ahora son vulnerables y que, específicamente Al Qaeda está siendo degrada –Startfor-), el hecho es que el la magnitud de los medios empleados y del objetivo inmediato no puede ocultar la dimensión de la amenaza.


Al respecto otros resaltan la banalidad de la discusión sobre si este hecho confirma las premisas de la Estrategia Nacional de Seguridad norteamericana (Estados Unidos está en “guerra contra el terrorismo”) o si su ocurrencia muestra, más bien, la debilidad de esa estrategia. Y tienen razón, la amenaza terrorista –fundamentalmente islámica- es real y presente.


Sin embargo, no pocas autoridades, políticos y analistas de los países que no han sido atacados –como los latinoamericanos y las potencias medias y menores en general- insisten en resaltar un argumento geopolítico para inhibir mayor alerta o reacción frente a esa amenaza. El argumento consiste en la afirmación de que la lejanía de los centros principales centros de conflicto mundial sigue constituyendo una barrera de seguridad confiable para la región.


Al respecto, no vamos a discutir sobre la vigencia de la geopolítica como disciplina (que existe y es útil). Pero sí diremos que, en tanto, la dimensión contemporánea del terrorismo hace uso de medios globales de comunicación, financieros o tecnológicos, entre otros, no existe para él área geográfica invulnerable. Y menos si en éstas áreas, como la latinoamericana y, especialmente, la andina, habitan agentes retransmisores que pueden ser empleados por esas redes para fines múltiples. Es verdad que, en relación a estos últimos, los objetivos del terrorismo islámico (causar cambio y conmoción política que potencie su causa) no parecen especialmente realizables desde nuestros territorios…salvo por la noción vulgarizada de que América Latina es el “patio trasero” de los Estados Unidos. Y los patios traseros son, generalmente, las vías mejor dispuestas para asaltar la “casa principal”.


Para potenciarlos existen dos vías: la no convencional y la convencional. Entre las no convencionales, la subregión andina cuenta con abundante recurso antisistémico y violento como el narcoterrorismo del que, a pesar del esfuerzo empeñado, no nos hemos librado. Y entre las convencionales existen correas de transmisión que ciertos líderes boliviarianos han tejido con potencias que cobijan abiertamente el terrorismo (especialmente el de origen chiita). Para degradar la vía no convencional, nuestros Estados están en la obligación de luchar contra el narcotráfico y prevenir la continuidad o emergencia de agrupaciones que emplean el terrorismo como forma de desafío. En ello Colombia tiene el liderazgo. Pero Perú no ha logrado reemprender el esfuerzo con la energía debida. Y Bolivia ha mutado su estrategia al punto de cambiar el enfoque sobre la naturaleza del problema. Y para inhibir la vía convencional de transmisión de la amenaza, los Estados latinoamericanos están en el deber de advertir al gobierno de Venezuela –y a otros afines- sobre los peligros de su fortalecida relación con el régimen iraní. América Latina es ciertamente hoy la región más segura entre los países en desarrollo. Para seguir siéndolo es necesario tomar todas las medidas necesarias con el objeto minimizar la amenaza terrorista y de su soporte: el narcotráfico.

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