A pesar de que América Latina es, después del África, la región que menos gasta en armamentos, las recientes adquisiciones comprometidas por Brasil y Venezuela y las realizadas por Chile hace un par de años indican que Suramérica se encuentra militarmente en un proceso de redefinición estratégica antes que en una simple carrera armamentista.
Este proceso indica una fuerte redistribución de capacidades, nuevas dinámicas de inserción externa y una acentuación de los desequilibrios de balance surgidos en el área en el último par décadas. Siendo estos procesos estructurales no deben confundirse con políticas de corto plazo (p.e. derivadas de derivadas de desacuerdos vecinales) ni con situaciones de redespliegue de capacidades para afrontar amenazas no convencionales (la relación de Estados Unidos con Colombia).
En efecto, la asociación estratégica entre Brasil y Francia materializada en compra de equipo militar, transferencia tecnológica y actividades de coproducción supera de lejos el monto de los contratos de adquisición (US$ 12 mil millones sin contar la futura compra de aviones Rafale). Estas operaciones son parte de un proceso de repotenciación brasileña en las escalas regional y global y de la reconstrucción de un complejo militar-industrial cuya dimensión reclamará un mercado regional.
Así si las compras de helicópteros fortalecerán la capacidad brasileña de resguardo territorial y la de submarinos convencionales fortalecerá su dominio marítimo, la adquisición de un submarino nuclear le otorgará proyección global muy por encima de su actual capacidad de generación de esa energía. Especialmente si la adquisición de esas capacidades no se limita a una pasiva compra-venta de ida y vuela (Brasil también venderá equipos a Francia) sino a la construcción de sofisticadas instalaciones productivas en territorio brasileño.
Este proceso se enmarca en un nuevo Plan de Estratégico de Defensa que establece que, frente a la incertidumbre de las amenazas contemporáneas, Brasil realiza estas operaciones no en función de enemigos precisos sino del incremento de su status y poder. En ese marco, la mayor potencia regional no sólo extiende la brecha sobre los demás sino que consolida su rol de potencia emergente de alcance global en asociación con una gran potencia occidental (Francia).
Si el rol de esta última no puede explicarse al margen de la Unión Europea, la adquisición de los Rafale generará un vínculo trasatlántico complementario, en el mediano plazo, con la OTAN.
En menor medida, pero con similar proyección, esto es lo que ha realizado Chile con la adquisición de F-16 norteamericanos y holandeses. En tanto esas operaciones implicaron también convenios de entrenamiento y de transferencia tecnológica, las capacidades chilenas se han incrementado por encima del valor de las adquisiciones (incluyendo el vínculo de seguridad chilena con Estados Unidos y otras potencias occidentales) y de sus requerimientos vecinales.
De otro lado, el compromiso ruso-venezolano para mejorar la capacidad de generación de energía nuclear venezolana adquiere también relevancia superior a la adquisición de tanques de tanques, sistemas antiaéreos, aviones Sukhoi y fusiles Kalshnikov.
En este contexto de redefinición de la polaridad regional el Perú no debe limitarse sólo a promover regímenes de transparencia y garantías de seguridad.
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