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  • Alejandro Deustua

Estados Unidos: Un Programa y un Presupuesto Para la Crisis y Para el Largo Plazo

Aunque el primer discurso del presidente Barack Obama ante el Congreso no ha sido formalmente registrable como “Estado de la Unión”, su importancia económica ha superado al común de ese tipo de mensajes. Aun cuando el presidente concluyó refiriéndose a asuntos de seguridad, el discurso atendió, con prioridad superlativa, la dimensión histórica de la muy grave crisis norteamericana, mostró un plan para combatir la recesión y se dirigió al ciudadano común con el propósito, hoy estratégico, de ganar su confianza.


Es cierto que Obama no atendió las especificidades del plan que proponía –que es lo que muchos esperábamos para considerar su viabilidad- y tampoco explicó con qué recursos solventaría el inmenso -e inescapable- gasto público que su iniciativa contiene. Pero el Presidente dejó en claro algo más que lineamientos y presentó objetivos sectoriales que el presupuesto, anunciado al día siguiente, atiende.


Sin aludir a los responsables específicos de la crisis –y más bien refiriéndose a “décadas” de descuido de problemas económicos fundamentales como la dependencia petrolera-, Obama presentó la realidad del momento como “la hora de la verdad” y anunció la voluntad del Estado de responder a ella.


En resumen, el esfuerzo se focalizará en generar y proteger empleo, promover el crédito y procurar inversión al tiempo que ésta última privilegiará los campos de la energía, la salud pública y la educación.


El impulso económico del sector público se sustentará en la Ley de Recuperación y Reinversión que asegura recursos por alrededor de US$ 789 mil millones mientras que el impulso financiero vendrá del Programa de Estabilización Financiera (que, por alguna razón, quizás referida a su extraordinario y trillonario costo, no fue mencionado en el discurso).


En el sector laboral, los esfuerzos se focalizarán se en la protección y creación de 3.5 millones de puestos de trabajo (el programa original consideraba un rango de 3.5-4 millones).


De oto lado, para el estímulo del crédito se organizarán un fondo para préstamos a la pequeña empresa e individuos en problemas, otro para aliviar a refinanciar hipotecas de deudores que no especularon y otro para la banca (que, al margen de los rescates necesarios, probablemente incluya la adquisición de “activos tóxicos” que el no aludido Programa de Estabilización contiene). Éste deberá contribuir a facilitar el crédito en un escenario de regulación y mayor control operativo del mercado de capitales. Finalmente, la inversión pública privilegiará su concentración en energías renovables (duplicando la capacidad en 3 años), salud pública (para reducir costos estimulando el gestión tecnológica del sector y ampliando la cobertura) y la educación (con el objetivo de que, el 2020 encuentre a Estados Unidos como el país con la más amplia y mejor educación universitaria). La prioridad de la inversión en infraestructura se repartirá en los tres sectores.


Si la presentación del plan y la grave coyuntura en que se presenta requería una mención a los medios para sufragarlo, llamó la atención que primara en el discurso la preocupación por el necesario control (a cargo del Vicepresidente Biden) y la transparencia en la asignación de recursos sobre las garantías de eficiencia en la gestión.


La primera observación, sin embargo, queda cancelada por la presentación, al día siguiente, del inmenso presupuesto (US$ 3.5 trillones) asumiendo un déficit fiscal de US$ 1.75 trillones. A este forado –que constituye un riesgo global latente si recordamos las advertencias de los organismos multilaterales cuando ese déficit se medía apenas en miles de millones)- se añadió el extraordinario desafío que supone el compromiso de reducir ese déficit al 50% hacia el 2013 (ese objetivo ha sido reducido en el presupuesto).


Este compromiso, sin embargo, se asume en el contexto de un horizonte presupuestario de largo plazo (10 años y ya no de 5 como ocurría con gobierno anteriores) lo que permitirá ajustar las miras fiscales con mayor tranquilidad sin abandonar el objetivo.


Por lo demás, la complicación en la gestión correspondiente será inmensa en tanto que el mismo gobierno que espera un retorno del déficit a un más manejable 60% del PBI en el 2013, se ve en la obligación de aumentar fuertemente la brecha fiscal ahora. Una forma evidente de explicar esa aparente contradicción es la certeza –o quizás, la esperanza- de Obama de que el programa funcione, la economía crezca y los ingresos fiscales contribuyan a la estabilidad.


En relación a las expectativas de crecimiento se puede adelantar que su realización se afinca en el campo del “optimismo” en tanto, en el último trimestre la economía decreció -6% mientras que las expectativas gubernamentales de crecimiento para el 2009 (-1.2%) y 2010 (3.2%) contrastan con el consenso de -1.9% y 2.1% , respectivamente, citado por el Wall Street Journal. En relación al financiamiento, lo que tenemos son compromisos generales (el aumento de impuestos a los más ricos, es decir al 2% de los que tributan definidos vagamente por aquellos que tiene ingresos por encima US$ 250 mil al año y la reducción de subsidios a la gran agricultura y a la industria petrolera, entre otros) e hipótesis verosímiles (la emisión monetaria compensada por la venta de bonos del Tesoro).


Aunque el presidente Obama apenas se refirió al concurso externo (Estados Unidos no puede resolver todos los problemas globales pero la comunidad internacional requiere de la primera potencia para ello) y presentó, esencialmente, un proyecto de responsabilidad nacional, es evidente que sin el concurso del financiamiento internacional el programa de recuperación estará en serios problemas. Entre otros asuntos de política exterior, ello explica la propuesta a China de una mejor relación realizada por la Secretario de Estado Clinton.


Si, en consecuencia, el mercado de bonos se va a incrementar en el futuro inmediato, su calidad estratégica puede demorar considerablemente el retorno del capital financiero a las economías emergentes y a los países en desarrollo. Así como estos países (incluyendo los más cercanos socios económicos de la primera potencia) tendrán que mejorar el cálculo entre la urgencia de que la economía norteamericana mejore y el precio que deberán pagar por ello, Estados Unidos debe preocuparse de que ese costo sea adecuada y oportunamente atenuado.


A la luz de la dimensión global de la crisis norteamericana, esa preocupación debió haber estado presente en el mensaje del presidente Obama.



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