16 de abril de 2024
Superando las cuatro décadas y pico de Guerra Fría, resoluciones de la ONU y negociaciones específicas para su solución, el conflicto palestino-israelí persiste con una violencia potenciada.
De su último impulso se han ocupado la organización terrorista Hamás (que hace seis meses produjo el más salvaje ataque contra Israel), la hoy deslegitimada respuesta israelí (que, habiendo sido inicialmente reconocida por casi por todos, ha rebasado hoy toda proporcionalidad en Gaza), las continuas agresiones de la tríada Hamás- Hezbolah- Hutíes en el área (integrantes del “eje de la resistencia” terrorista que pretende la destrucción de Israel) y, ahora, Irán que ha respondido, en territorio hebreo, al ataque a un consulado iraní en Siria.
Éste es sólo un recuento reciente del proceso de escalamiento del conflicto palestino-israelí que, sin embargo, corre paralelo a los hitos de paz formalizados en el más amplio campo árabe-israelí (los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto de 1978 que desembocaron en la recuperación de la península del Sinaí por Egipto luego de que éste reconociera a Israel como estado); los acuerdos de Oslo de 1993 entre Israel y Palestina para lograr una solución de dos estados (en la que la Autoridad Palestina desempeñaría un rol singular); el acuerdo de paz entre Israel y Jordania de 1994 y los acuerdos Abraham entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein que, en 2020, normalizaron la relación de esos países del Golfo con Israel haciendo sitio para que Arabia Saudita lo hiciera luego (y, eventualmente, consolidar una relación ente Israel y los países árabes sunitas).
En un primer momento el conflicto árabe-israelí discurrió, esencialmente, entre estados y ejércitos regulares (Hermanos Musulmanes de por medio). Éste fue el caso del conflicto de 1948 cuando integrantes de la Liga Árabe (Líbano, Siria, Irak, Egipto, etc.) atacaron a Israel cuestionando su reciente creación. Y también el de 1956 cuando fuerzas israelíes se sumaron a la fracasada intentona del Reino Unido y Francia de tomar el Canal de Suez para frustrar su nacionalización por Egipto (la expedición, fue abiertamente cuestionada por Estados Unidos). Y en 1967, el de la “guerra de los 6 días” que enfrentó a Israel con Egipto, Jordania, Irak y Siria que habían movilizado fuerzas cuando Egipto cuestionó el derecho israelí de uso del canal de Suez y del Mar Rojo. Finalmente, en octubre de 1973, los ejércitos de Egipto y Siria logaron derrotar a Israel señalando la “redención” árabe luego del fracaso de negociaciones por la devolución de territorios ocupados.
Estas guerras convencionales produjeron también entendimientos multilaterales de gran aliento lamentablemente incumplidos. Entre ellos sobresale la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU llamando a una “paz justa y duradera” en la que “todos los estados de la zona puedan vivir con seguridad”. Ello implicaba el retiro de las fuerzas israelíes, el fin de la beligerancia y una solución del conflicto basada en la inadmisibilidad de la adquisición de territorios por medio de la guerra, la libre navegación, la solución del problema de los refugiados y la afirmación de los principios de inviolabilidad territorial e independencia política de todos los estados.
Este proceso interestatal fue pervertido, sin embargo, por “nuevos agentes” que escalaron el conflicto. El primer escalamiento fue de naturaleza económica y de alcance global cuando la OPEP (1960) en su rol de contralor del mercado petrolero, decretó un embargo contra los aliados israelíes en la guerra de 1973 incrementando los precios. Como se sabe, esa decisión se sumó a otras que desataron, en ese momento, el más fuerte proceso inflacionario global de la “primera postguerra”. Ello ocurrió en el marco de una gran acumulación de deuda tercermundista alimentada por petrodólares. La conducta de la OPEP contribuyó a la ruina de los endeudados países en desarrollo que la apoyaron en el marco del No Alineamiento (en el que el Perú jugó un importante rol) y coadyuvó a la “década perdida” de los 80 del siglo pasado.
El segundo “nuevo agente” de escalamiento fueron grupos terroristas emergentes, esencialmente palestinos, que, con la protección de países árabes, contribuyeron a sembrar la semilla del terrorismo islámico de gran escala. Así surgieron las organizaciones palestinas de Setiembre Negro, la OLP, Fatah.
Estas organizaciones, no sólo contribuyeron al gobierno de Al Fatah como Autoridad Palestina (que se arraigó en Cisjordania siendo desplazada por Hamás en Gaza). También fueron la cuna operativa de Hezbolá (Líbano), Hamás (Gaza), la Yihad Islámica (toda Palestina), Badr (Irak). Y aunque los Hutíes (Yemen) tengan otro origen, también han contribuido al deterioro de los parámetros del conflicto palestino-israelí multiplicando sus efectos mediante la disrupción del transporte en el Mar Rojo (mientras el estrecho de Ormuz es fuertemente influido por Irán). La escalada mayor fue, sin embargo, la de Hamás. Si estas fuerzas actuaron con cierta autonomía fueron también “proxis” de Irán (y de su Guardia Republicana).
Hasta su agresión armada a Israel, Irán influía determinantemente en el conflicto palestino-israelí de manera “indirecta”. Pero su reciente, sofisticado y fallido ataque aéreo a Israel no sólo innova el escenario de ese conflicto sino que convierte a Irán en un beligerante abierto que replantea los viejos conflictos interestatales del Medio Oriente.
Si esta escalada implicó además el despliegue ofensivo de sofisticada tecnología misilera y de drones, complica también el control de la futura retaliación israelí añadiendo enorme riesgo al escenario. Especialmente, si ese despliegue tecnológico llevó implícito el potencial uso de armas nucleares (Irán ya enriquece uranio al 60% -OIEA-) y de otra naturaleza.
Por lo demás, el hecho de que Irán sea un proveedor de drones y misiles a Rusia hace de ese vínculo uno mucho más peligroso en tanto atrae más activamente a esa potencia al escenario del conflicto potenciando su viejo rol en el área. Si existiera un lado positivo de esta proyección, ésta consistiría en la eventualidad de que Rusia pudiera controlar mejor la acción iraní en el ámbito del Consejo de Seguridad si es que estuviera dispuesta a ello.
La relación entre estos factores incrementa el riesgo de un conflicto de mayor escala en el Medio Oriente. El conjunto de países occidentales que defendieron a Israel física y políticamente del ataque iraní se oponen, por ello, a una retaliación israelí. Difícilmente tendrán éxito pleno.
América Latina no está al margen del impacto de ese conflicto. Más allá de su antigua vinculación con el mismo expresado en afectación económica (la inmensa crisis de la deuda alimentada por la OPEP) la de hoy, aún benigna, tiende a incrementar el grado de incertidumbre de inversionistas y el riesgo general reconocido hoy por el FMI.
Por lo demás, Irán está contribuyendo a incrementar la actual fragmentación regional. En su intento de ampliar sus vínculos extrarregionales, esa república islámica ha intensificado relaciones con Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia desde principios de siglo involucrándolas en una compleja red de acuerdos de cooperación. Estos se expresan en opacidad antimperialista, vínculos con el crimen organizado o la adquisición de drones iraníes por Bolivia que, según versiones periodísticas, se emplearán para el resguardo fronterizo. A diferencia de Argentina, aquí no sabemos si nuestras autoridades han tomado nota ni qué están haciendo al respecto.
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