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Alejandro Deustua

2008: Aceleración del Cambio

El 2008 ha constituido un punto de inflexión en el incierto proceso de construcción de un nuevo sistema internacional.


Desde la conclusión del anterior (1989-1991), sólo el ataque terrorista contra Estados Unidos (2001) y la secuencia de la segunda guerra del Golfo ( 2003) mostraron tan abiertamente la precariedad del actual “momento unipolar”. La gravísima crisis económica que afrontamos debilita más las condiciones de este período de transición.

Sin embargo, es posible pronosticar que cuando el ciclo recesivo termine, la estructura del sistema contará con una más plural distribución del poder, la cooperación interestatal convivirá con mayor fricción y la gobernabilidad de la interdependencia global mejorará quizás sólo en relación a sus agentes económicos.

Cuando ello ocurra, Estados Unidos confirmará que no sólo no es una potencia imperial sino tampoco un hegemón capaz de regular unilateralmente el contexto externo. Sin embargo, aún no habrá reemplazante para el disminuido, pero real, predominio de esa superpotencia.

En efecto, la incapacidad europea o japonesa de asumir el liderazgo en el control de la crisis, compite hoy con la incapacidad de arrastre que se otorgaba, hasta hace poco, a potencias emergentes como China e India. La desaceleración del crecimiento de estas últimas disminuye su influencia externa y replantea sus prioridades internas.

Así, aunque el rumbo hacia la multipolaridad se incrementará con la crisis, su configuración parece aún lejana. Además, esa aceleración será acompañada por mayor competencia estratégica y por una renovada conflictividad regional.

Económicamente hoy esta tendencia es minimizada por el alto grado de convergencia mostrada por el G-20 y la APEC en la lucha contra la crisis. Pero el 80% del PBI mundial allí representados debe medirse también por el mayor peso de los intereses nacionales en juego. Para evitar que la interacción consecuente agregue todavía más fragmentación económica se requeriría mayores dosis de cooperación entre los Estados liberales.

Éstas podrían provenir de un renovado multilateralismo financiero. Para ello se requiere recursos y la materialización de denominada “nueva arquitectura”. Pero la disposición reactivadora de los primeros está hoy más en manos estatales que globales y la segunda se restringirá a una mayor participación no paritaria de las potencias emergentes en instituciones cuyos roles debieron actualizarse la década pasada.

A ello debe agregarse la dificultad de reanudar la ronda Doha y el menor protagonismo del resto del sistema de la ONU por la concentración multilateral en el sector financiero.


Ello tiende a desviar recursos de la atención de otros problemas globales (el medio ambiente, la pobreza, el terrorismo). Las interacciones consecuentes tenderán a complicarse si no se logra una gobernabilidad internacional adecuada.


Si ésta no emerge, podremos observar un período de mayor fragmentación en el ámbito global. En consecuencia, una mayor cooperación entre Estados liberales será definitoria para la orientación adecuada de estas tendencias.



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