Una de las deficiencias estructurales de la gestión de política exterior, y que también padece la política económica, es su aparente incapacidad para reaccionar con la rapidez con la que ocurren los acontecimientos que la desafían. Esta situación se ha agudizado con el incremento de las interconexiones que produce la interdependencia. De allí que el presidencialismo en la gestión externa tienda a sustituir los más lentos procesos decisorios de las cancillerías frente a nuevos retos y emergencias.
Sin embargo, la crisis política venezolana parece demostrar lo contrario. Las instituciones presidenciales, como la del Consejo de Jefes de Estado de UNASUR que acaba de reconocer colectivamente el triunfo del Sr. Maduro, ha sido formalmente el último eslabón en una cadena de rápidas reacciones conducidas por los aliados de Venezuela acompañadas por la alarma de los demás frente al alto riesgo de la polarización política en ese país y por el uso de las facilidades que brindan las telecomunicaciones contemporáneas.
Veamos. Al amparo del sistema electrónico de votación, el Consejo Nacional Electoral Venezolano anunció el triunfo del Sr. Maduro por el estrecho margen 1.57% (50.66% vs 49.09%) un día después de las elecciones del 14 de abril. El Sr. Maduro reclamó el triunfo enseguida y el Sr. Capriles lo desconoció. La crisis había estallado.
Ello no obstante, los gobernantes latinoamericanos saludaron el triunfo del Sr. Maduro el mismo 16 de abril en base al pronunciamiento de la institución electoral venezolana.
Sin embargo, Estados Unidos no procedió así a la espera del recuento de votos y la Unión Europea tomaba nota del hecho. Ello no obstante, en la Asamblea General de la ONU los aliados venezolanos ya se habían movilizado. Así, Irán que preside el Movimiento No Alineado que está integrado por alrededor de 120 estados, emitió el 17 de abril un pronunciamiento en nombre del Buró de Organización del NO AL saludando la transparencia y la participación ciudadana en el proceso electoral venezolano y felicitando al Presidente maduro por su elección.
Si ese apoyo masivo de miembros en la Asamblea General de la ONU al reconocimiento del Sr. Maduro ocurrió luego de que los suramericanos felicitaran al nievo presidente venezolano y la mayoría de ellos son parte del Movimiento del No AL, es evidente que los cancilleres suramericanos –y quizás sus presidentes- habían iniciado un proceso rápido de coordinación de posiciones en esa entidad extrarregional.
De otro lado, ocupando el Perú la presidencia pro témpore de UNASUR, le correspondía una reacción rápida. Sin embargo no parece claro quién tomó la iniciativa de esa reacción en tanto el gobierno peruano informó que la convocatoria del Consejo de jefes de Estado de UNASUR se hacía ha solicitud de una grupo de países no identificados. Sin desmerecer el interés de los demás, parece claro que esos países deben haber sido los miembros del ALBA que se movilizaron sobre la marcha.
A la luz del consenso logrado en el Movimiento no Alineado a favor del Sr. Maduro, lograr un consenso similar en el UNASUR no fue complicado en tanto quizás ya se había participado en el proceso de rápida formación. Este implicó consolidar el reconocimiento colectivo al Sr. Maduro a cambio de una revisión completa de los votos a la que el Consejo Nacional Electoral de Venezuela se comprometió. Ese conteo, sin embargo se realizará una vez que el Sr. Maduro haya juramentado el cargo de Presidente de Venezuela.
Más allá de esta última e incierta disposición, el consenso de UNASUR fue distinto porque tuvo en cuenta la magnitud de la crisis. En efecto ese consenso implicó también llamados a la deposición de los actos de violencia y las conductas que arriesguen la estabilidad en Venezuela, al diálogo y a establecer un clima de tolerancia en ese país.
Aunque esta última parte de la Declaración de los Jefes de Estado del UNASUR del 19 de abril sólo puede calificarse de sensata, la complejidad de la crisis que se evaluaba quizás hubiera requerido una discusión más prolongada. Ello no ocurrió porque el consenso ya se había logrado siguiendo, de alguna manera, el encadenamiento de hechos descritos.
He aquí entonces, que a los presidente de UNASUR les ha tomado, en el peor de los casos, cinco días (contados desde el 14 al 19 de abril) lograr una solución política externa y parcial a la emergencia venezolana. Tal rapidez es, sin embargo, paralela a la ausencia de sofisticación jurídica de la misma: no sólo parece absurdo que el reconteo de votos se produzca después de que el nuevo presidente esté en el cargo sino que se ha obviado los resguardos de las normas básicas del régimen democrático de UNASUR (formalizado en el Protocolo Complementario de 2010). Quizás sean costos de la acción rápida bajo presión.
De cualquier forma, el caso muestra que la política exterior de los estados latinoamericanos sí puede responder de inmediato a situaciones de emergencia. En consecuencia, el recurso automático al presidencialismo puede ser menos urgente que lo que se cree siempre que se presenten ciertas condiciones. El caso venezolano indica que estas condiciones suponen contar con alianzas fuertemente cohesionadas, que los costos sean altos para los que no pertenecen a esa alianza (lo que obliga a reaccionar convergentemente), que los foros de forja del consenso sean complementarios (lo que retroalimenta el consenso) y que se haga uso adecuado y decidido de las telecomunicaciones.
Más allá de ello, las exigencias de política exterior de los latinoamericanos no han terminado. Ahora toca esperar que el chavismo y las autoridades que van a continuar en el gobierno de ese país cumplan con los requerimientos de tolerancia reclamados por el UNASUR. Ello implica el desmantelamiento de la estructura autoritaria con que se organiza el Estado venezolano, la interacción constructiva de la oposición con el gobierno, la recomposición de las instituciones fundamentales venezolanas abrumadas por el oficialismo y que ese Estado deje de generar inestabilidad regional.
De darse, ciertamente ese proceso será más lento y conflictivo que el gestionado por UNASUR para coadyuvar al reconocimiento del Sr. Maduro. Y es probable que hasta sea inexistente porque el nivel de confrontación política venezolana es extremadamente alto y la voluntad excluyente del Sr. Maduro, alumbrado por el espíritu de Chávez, ciertamente no se queda atrás.
Si los suramericanos optan por aceptar estos precarios resultados debieran asumir las responsabilidades del caso: más que pragmatismo, el realismo se convertirá en la guía de su conducta externa. Si no desean que ése sea el caso, entonces quedan obligados a promover la apertura venezolana a la luz de la cláusula democrática que ha pactado UNASUR pretendiendo distanciarse de la Carta Democrática interamericana. Esa decisión debe ser también rápida y los presidentes harán bien en ejecutarla a través de distintas instancias.
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