Aunque la reciente reunión cumbre del MERCOSUR (Iguazú) quiera presentarse como la expansión de un “bloque” de integración dominante y la cumbre andina de este fin de semana (Quito) se anuncie como la redefinición política del “bloque” de países del centro y norte suramericano, la región está presenciando la progresión desordenada hacia la integración hemisférica y a una mayor inserción occidental. La fuerza que organiza esta interacción es la del regionalismo abierto, no la del “bloque” endogámico y excluyente (como lo quisiera el señor Hugo Chávez).
Desde que Argentina y Brasil, el núcleo del MERCOSUR, concibieron la integración suramericana más como un proceso de extensión de esa agrupación que como una convergencia simétrica con los miembros de la Comunidad Andina, la asociación progresiva de Chile, Bolivia y Perú pareció confirmar esa intención. Es más, la reciente aceptación de la solicitud de adhesión de Venezuela y México a ese grupo ratifica la noción de esa tendencia expansiva.
Pero el bocado pueda ser demasidado grande para que un “bloque” dominado por dos potencias emergentes puedan digerirlo sin alterar las características del Cono Sur. Si en la percepción de algunos, éste escenario se caracterizaba por su distancia de los centros de conflicto, tener un grado de desarrollo superior al de los demás países latinoamericanos y disponer de mayor grado de independencia que, digamos, Centroamérica, pues las cosas pueden haber empezado a cambiar para ese “bloque”. Primero, la lejanía de los escenario de conflicto ya no brinda a Argentina ni a Brasil seguridad ni status. La naturaleza de las amenazas globales (como el terrorismo) cuestiona la inmunidadgeográfica, las tendencias a la inviabilidad en ciertos países de la “región” (como Haití y quizás Bolivia) reclaman compromiso externo y la necesidad de participar en operaciones de mantenimiento de la paz ejerciendo la seguridad colectiva alteran considerablemente el carácter geopolítico del Cono Sur.
Segundo, el predominio argentino-brasileño sobre el MERCOSUR derivado de su condición de países de mayor desarrollo se verá menguado por la incorporación de países medianos y de la segunda mayor economía latinoamericana (México) al tiempo que la estructura del “bloque” alterará sustancialmente su jerarquía económica. Tercero, la mayor independencia tenderá a desagregarse en una mayor interdependencia en tanto los miembros asociados integran las instancias de decisión política mayores del MERCOSUR aunque no formen parte de la unión aduanera.
De otro lado, el proceso de convergencia suramericana como entidad distintiva se está configurando al impulso del interés nacional antes que con la racionalidad comunitaria de “bloque”. Si la afiliación de tres países andinos al MERCOSUR por razones diferentes a las que patrocina la CAN así lo demuestra, la incidencia del interés nacional en el “bloque” receptor tambiés es fuerte (Perú negoció con cada país del MERCOSUR y con Uruguay, aún tiene problemas). Es más, la configuración de Suramérica como espacio privilegiado (al que el interés brasileño otorga dimensiones vinculadas a su identidad nacional) está mejor reflejada por proyectos infraestructurales, como el IIRSA, que por la CAN o el MERCOSUR. A ello debe sumarse el cuestionamiento fundamental que presenta México a la noción de “bloque suramericano”: con la afiliación consoureña de ese país norteamericano, el escenario de integración relevante vuelve a ser Latinoamérica para los suramericanos.
Es más, la vinculación al MERCOSUR de un miembro del NAFTA abre el escenario latinoamericano al ámbito hemisférico con intensidad equivalente a la dimensión de la economía mexicana y su grado de interdepencia con la superpotencia (medida por el destino de 85% de las exportaciones mexicanas). Las negociaciones que sostienen tres países andinos con Estados Unidos intensificarán esa vinculación que cuestiona la idea de “bloque” no sólo por el compromiso significativo de los mercados y políticas involucrados sino porque el vínculo norteamericano se perfeccionará casi simultáneamente con la concreción del “espacio suramericano”.
Para confirmar el marco hemisférico en que se despliegan la retórica conosureña, suramericana y latinoamericana de “bloque”, existen dos procesos que concluirán próximamente con mayor o menor éxito pero no en fracaso: el ALCA y el proceso de redefinición del sistema de seguridad colectiva interamericano. Y no será ésta una versión “monroista” del regionalismo abierto sino más bien occidental: el MERCOSUR y la CAN concluirán, en diferentes tiempos, acuerdos de libre comercio con la Unión Europea sumándose a los que ya existen con México y Chile.
Occidente, antes que la noción de “bloque” regional, es nuestro espacio. Así lo habrán confirmado los presidentes andinos a partir de este fin de semana.
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