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Alejandro Deustua

Una Nueva Etapa Para América Latina

Una nueva etapa de cambios económicos envuelve a América Latina.


El bajo crecimiento global (3.1% este año según el FMI), la pérdida de dinamismo del comercio internacional (también 3.1% según esa entidad mientras que las exportaciones de 2012 crecieron sólo 2.1% según la OMC), la tendencia a la reversión de flujos financieros (por el anuncio del próximo término de la expansión monetaria norteamericana), el fin del boom de los precios de los commodities (que algunos aún cuestionan), la pérdida de impulso de las economías emergentes como locomotoras del crecimiento global y el retorno a la agenda política de la interdependencia (que no pocos ignoraron por la fortaleza con que resistieron las economías nacional latinoamericanas la crisis del 2008) son factores de un cambio mayor en el sistema.


A estos factores, que condicionan el contexto externo, deben corresponder políticas nacionales (en lo posible coordinadas entre los Estados con intereses coincidentes) para potenciar los beneficios del cambio y disminuir sus perjuicios. Si el cambio es cuasi-estructural (en el sentido de que disminuye la dinámica de alteración de la estructura del sistema), las políticas requeridas deben ser también de largo plazo aunque las necesarias para el corto plazo (mantener la estabilidad en épocas de tensión) sean también indispensables. En efecto, si nos encontramos ante el fin de un boom de demanda que permitió el rápido crecimiento regional, el incremento del mercado interno, la emergencia de las clases medias y la disminución de la pobreza las respuestas que esperamos son las que permitan la diversificación de la actividad productiva, la sustentabilidad de los mercados nacionales y la mantención del acceso al mercado externo. Si todo cambio de esta naturaleza implica una crisis, entonces estamos frente a una de éstas. Pero no frente a una nacional ni de carácter destructivo sino de cambio importante de dinámicas económicas y de redistribución de capacidades internacionales, Ello ocurre en un escenario en todo caso mejor que el de la crisis del 2008 y mucho mejor que el de los 80s. A esas referencias nos remitimos porque la CEPAL considera ese largo plazo de tres décadas para establecer la situación de hoy. Si en las primeras dos se realizaron reformas estructurales y en la segunda empezó el crecimiento, en la tercera éste contó con el extraordinario impulso de demanda externa (el precio de los commodities). El crecimiento excepcional que siguió pudo producir desigualdades y no ser estable. Pero ciertamente implicó el incremento de recursos de los menos favorecidos mientras que la inestabilidad fue compensada por políticas responsables. Éstas, sin embargo, no amortiguaron la vulnerabilidad estructural en nuestros países que continúa generando una altísima exposición a la variación de los precios de los productos básicos. Esas vulnerabilidades afloran ahora con fuerza. Además de menores recursos, ésta genera volatilidad cambiaria por el menor valor de las exportaciones, reversión de los flujos de capital financiero y aletargamiento de la inversión extranjera directa (al respecto basta ver la disminución de decisiones de inversión en el país y el serio deterioro del mercado bursátil, lo que cuestiona los anuncios oficiales del mantenimiento de los flujos). De acuerdo con la CEPAL, la insuficiencia del ahorro interno y de acumulación de capital forma importante de esta sintomatología (que, pese a las advertencias en las buenas épocas, no fueron afrontadas oportunamente). Ello contribuye a reducir la empleabilidad por la disminución de la perfomance (especialmente, del factor inversión) y hace lugar a términos de intercambio negativos que pueden estimular el crecimiento por consumo pero reduciendo las posibilidades de estabilidad y bienestar futuros. Estos son problemas serios identificados por la CEPAL que, más allá de sus recomendaciones, deben ser afrontados con el abanico instrumental que permite hoy el mayor espacio fiscal, el acceso al financiamiento y la ausencia de inflación que esa entidad considera fortalezas (cuya carencia esquilmó la economía de los 80). El marco de ese pragmatismo no es cualquiera sino el de economías generalmente abiertas (es decir, liberales como la peruana) que seguirán siéndolo pero que reclaman reformas. Según la CEPAL éstas deben estar referidas esencialmente a la mejora de la productividad laboral –otro factor olvidado en la época de vacas gordas- y a la diversificación de oferta según esa entidad. Al margen de lo que sensatamente sostenga ese organismo (un pacto para la inversión), es evidente que lo primero no se va a lograr con ajustes propios de hace dos décadas ni con una nueva versión del “dejar hacer, dejar pasar” sino con mayor especialización laboral (que requiere capacitación, sostenimiento de la capacidad adquisitiva sin mayor inflación y demanda de mano de obra). Y lo segundo no requerirá del proteccionismo que el modelo de sustitución de importaciones reclamaba en los primeros treinta años de esa entidad de la ONU sino de estímulos administrativos y tributarios para la inversión privada, de un rol adecuado para la inversión pública y de otro para las asociaciones público-privadas. Sin embargo, en tanto la preocupación por el incremento de la productividad debió materializarse en la época que hoy se cierra (una consecuencia de la excesiva concentración en la exportación de materias primas con escaso valor agregado), este resultado será hoy de más difícil logro. A la diversificación productiva deberá contribuir la tendencia natural al incremento de los mercados de escala a través de la integración regional entre economías convergentes. Esa tendencia probablemente incremente la capacidad industrial de los países antes que los servicios que hoy dominan la economía (y en los que el Banco Mundial ve la alternativa de desarrollo de la región). Por lo demás, esa mejoría de la inserción quizás se incremente si, en el mediano plazo, se consolida la recuperación norteamericana y la japonesa y si, en el largo plazo la Unión Europea retorna a un crecimiento sostenible. Ello compensará la eventual pérdida de dinamismo (pero no la tendencia) del comercio entre los países en desarrollo que el 2011 representó el 25% de los intercambios mundiales (cuando a principios de siglo sólo equivalía a 13%) según la UNCTAD. Parte de este proceso de acomodamiento a una etapa de menor crecimiento deberá ir acompañada de los resguardos del caso. Entre los principales de ellos deben considerase el cuidado ahorro nacional y una mejor convergencia entre expectativas y exigencias de la nueva realidad.


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