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  • Alejandro Deustua

Una Cumbre Borrascosa

12 de mayo de 2006



América Latina ha sido históricamente tan proclive a adherirse a grandes objetivos colectivos como a procurar su frustración. Hoy, salvo por esfuerzos singulares, esa tendencia no parece haberse revertido. Si la suerte de los sucesivos procesos de integración (incluyendo el ALCA) son una muestra de ese sello, la reciente perfomance regional en la IV Cumbre entre la Unión Europea y América Latina y el Caribe tiende a confirmar ese designio.


Animada esta reunión cimera por el extraordinario propósito de construir una asociación estratégica interregional, sólo los centroamericanos han logrado un compromiso firme para proceder sólidamente al inicio de una negociación de un acuerdo de asociación con la UE. Con ello los países del Sistema de Integración Centroamericano, antiguo baluarte de la inestabilidad hemisférica y global, se orienta, de no mediar arrepentimientos posteriores, a perfeccionar procesalmente su arraigo en Occidente si se toma en cuenta que ya suscribió un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos.


En cambio la Comunidad Andina ha salvaguardado esa disposición sólo in extremis. Quebrantada por el retiro de una Venezuela disfuncional y disolvente y por la inmadurez de las autoridades bolivianas que llevaron quejas, reclamos y fricciones en lugar de propuestas a la Cumbre, la CAN (o le que queda de ella) sólo pudo lograr que sus miembros solventaran las premisas de cohesión política y normativa requeridas para esas negociaciones dándose un plazo hasta el 20 de julio a estos efectos. Ciertamente un plazo esperanzador es mejor que una frustración estrepitosa de un proceso en que sólo tres de los andinos (Perú, Colombia y Ecuador) desean, con convicción, llevar a cabo para perfeccionar su inserción internacional y confirmar su adscripción a los principios liberales que califican a Occidente. Pero ese plazo ciertamente deja muchas dudas sobre la solidez principista de una “comunidad” en la que dos de sus cinco miembros muestran desacuerdo esencial con esas normas y valores (Venezuela que, por ello, se desafilia) y con su dimensión civilizatoria (Bolivia). Esa fragilidad estructural no fortalece a nadie y ciertamente genera perjuicio, si no daño, a los que desean progresar en el contexto internacional.


Con ello los países andinos han mostrado en Viena, a pesar del esfuerzo de tres de sus gobernantes que, efectivamente, han heredado de Centroamérica el dudoso status que importa ser la subregión más inestable de América Latina. De allí que, paradójicamente, el acuerdo con la UE no tenga ahora solo un objetivo estratégico sino dos: si el primero es la adscripción a valores y mercados occidentales, el segundo es encontrar en la UE (y también en Estados Unidos), los factores externos de cohesión y estabilidad que no existen hoy dentro de CAN.


Es en este marco que los países andinos podrán beneficiarse mejor de la relación con la UE que constituye hoy su segundo socio comercial, su primera fuente de inversiones y su principal cooperante (mucho más importante, en este rubro, para Bolivia y Ecuador que para Perú y Colombia).


Si el próximo 20 de julio se confirmase la seriedad de la interlocución andina, la percepción de los beneficios aludidos dependerá también de la forma cómo se conduzcan las negociaciones consecuentes. La inconsistencia en este capítulo está hoy a la vista en la interacción de la UE con el Mercosur (subregión con mayor interés histórico y económico en Europa que la andina) que se inició hace tiempo. Si en Viena se ha decidido perseguir con unas negociaciones interrumpidas entre las partes, el problema esencial de las mismas –los fuertes susbsidios comunitarios a la producción y exportación de bienes agrícolas- permanece.


A estos obstáculos se agregan también los desentendimientos quebrantadores del Mercosur. Si a las habituales fricciones argentino-brasileras por asimetrías comerciales han sido se ha agregado la virulencia de la contienda diplomática argentino-uruguaya por diferencias en relación a las condiciones de acceso de la inversión extranjera, la incidencia de Venezuela en el Mercosur puede ser la más perversa.


En efecto, decidido a alterar los equilibrios geopolíticos en la región, al gobierno venezolano no le basta contribuir a subvertir la relación de Bolivia con el Brasil por su influencia ideológica, económica y petrolera, sino que ahora desea modificar la naturaleza la agrupación subregional con la que se encuentra en proceso de adhesión. Con un agregado: el próximo socio pleno del Mercosur no desea ninguna relación institucional con Occidente.


El conjunto de estas fracturas se expresan en una conclusión: las inconsistencias visibles en el prematuro lanzamiento de la Comunidad Suramericana de Naciones están poniendo en riesgo la viabilidad de la asociación estratégica suramericana con la Unión Europea al no haber consolidado sus patrocinadores primero a las subregiones que luego debían converger.


Si estos graves inconvenientes no se salvan, la tan loada comunidad latinoamericana quedará dividida en una pro-occidental y otra sencillamente anómica. Si esta última opción es inaceptable, entonces los que no opten por ella deben proseguir su marcha aceptando la realidad de una América Latina de “varias velocidades”.

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