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Alejandro Deustua

¿Un retorno del proteccionismo?

17 de marzo de 2006



La reacción de congresistas norteamericanos contra el manejo de puertos estadounidenses por una empresa de Dubai o la iniciativa del gobierno francés de oponerse a la adquisición de una empresa local de aceros (Acerlor) por una empresa de propiedad hindú (Mittal Steel) ha replanteado un viejo debate: ¿existe vulneración del sistema de libre mercado cuando el Estado interviene en una transacción por razones de seguridad (los puertos norteamericanos) o de protección de empresas nacionales de singular significación pública? Si la discusión se ha planteado sobre las falsas premisas de que el sistema de libre mercado es perfecto y absoluto, la sugerencia de que estas intervenciones marcan un regreso del proteccionismo es tan falsa como ideológicamente tendenciosa. En efecto, la vigencia del sistema de libre mercado no está en cuestión siempre que se acepte que éste no es perfecto ni “puro” desde el momento en que el Estado tiene una esencial función reguladora sin la que aquél no puede existir. Así, asegurar el orden del mercado internacional estableciendo regímenes internacionales es una función natural y necesaria del Estado que negocia políticamente la creación de estos regímenes y recurre a ellos también por vías políticas en la defensa de intereses privados (es el caso de la OMC o de los acuerdo de libre comercio).


Ello ocurre también en el ámbito nacional cuando el “interés público” debe resguardarse mediante políticas discrecionales (p.e. las tributarias) o normas gubernamentales que derivan de la pugna interburocrática (la legislación laboral) o de protección de intereses sectoriales (p.e. las políticas de subsidios). Y si el “interés público”, como quiera que éste desee definirse, es siempre una legítima causal de intervención, una de sus máximas expresiones –la seguridad nacional- ha tenido siempre prioridad legal y política en tanto que la suprevivencia (en este caso, la económica) constituye un primer deber del Estado . Adam Smith, que se preocupó de la influencia de la seguridad nacional en la economía, supo otorgar racionalidad liberal a esta función de las organizaciones sociales. En consecuencia, la intervención del Estado en un sistema de libre mercado (es decir, en uno que observe sus normas básicas) no es una cuestión de principios sino de grado. Como de grado son también los ciclos políticos con que los medios de comunicación, las organismos internacionales y los Estados que patrocinan el sistema de libre mercado estimulan la intensidad del ciclo. Si ello ocurre en un sistema internacional fundamentado en este tipo de libre mercado, difícilmente puede plantearse seriamente que la intervención del Estado por causas específicas en Estados de capitalismo avanzado (como Estados Unidos o Francia) constituye “un retorno del proteccionismo” refiriendo este fenómeno como una vertiente del mercantilismo. Y mucho menos cuando el proteccionismo es, en realidad hasta hoy, inmanente al libre mercado (los participantes de las diferentes negociaciones de “apertura de mercados” estarían encantados de suscribir esta afirmación cuando deben “proteger” sectores o productos sensibles de la competencia del “rival”). Por lo demás, no son los Estados los únicos que “intervienen” en el mercado “atentando” contra él. Si el poder define esa intervención, entonces las empresas multinacionales, que ostentan más poder económico que un buen número de los 191 Estado miembros de la ONU, lo ejercen a cabalidad alternado la conducta de los organismos públicos y “orientando” al mercado según sus necesidades. Al respecto basta recordar que el comercio intrafirmas –donde el desvío de comercio supera la creación del mismo- constituye una parte sustancial del comercio mundial que se supone libre. Y también es necesario recordar que bajo condiciones de libre mercado internacional surgieron empresas nacionales de proyección global en la mayoría de los países capitalistas mayores. Si, por ejemplo, bajo el patrocinio del gobierno japonés o sueco, se consolidaron empresas que hoy se benefician de ese mercado, o si el apoyo del gobierno norteamericano a la industria de defensa de esa superpotencia es esencial a la dimensión que tiene, o si debido al soporte del gobierno, ciertas grandes empresas (como las automotrices) están hoy vigentes (ayer algunas, como la Chrysler, se beneficiaron de un generoso bail out; hoy otras ,como la General Motors, podrían encontrará un refugio salvador en la ley de quiebras), se requiere juzgar el libre mercado con más humildad y prudencia


Reiterando, si el mercado hoy es esencialmente libre, está lleno de imperfecciones. Por lo tanto asume ciclos económicos y políticos como parte de su devenir. En los ciclos políticos, los internos y los internacionales, el mercado está expuesto a mayores o menores requerimientos del Estado (recordemos que en pleno impulso de apertura internacional, el Presidente Reagan lanzó el eslogan interno “buy American” y negoció con su par japonés –temido entonces como hoy lo es la China, acuerdos de “libre autolimitación de exportaciones”).


Sin embargo, si esta fenomenología ocurre en las potencias capitalistas, en las economías emergentes llama a escándalo ideológico mientras se toleran verdaderas irracionalidades (p.e., mientras las empresas públicas en el Perú son objeto de en un debate debilitante, simultáneamente se acepta que los beneficiarios de la privatización de esa empresas públicas sean empresas públicas de otros Estados).


En otras palabras, la aspiración a la “racionalidad” está cargada de irracionalidad que en todas partes.


De allí que, en un contexto en que las fusiones y las adquisiciones alcanzaron en el 2005 US$ 1.06 millones de millones (IHT), las adquisiciones hostiles de empresas de un determinado origen por otras de otra procedencia sea tratado con tanta estridencia. Y que la natural reacción de un Estado –en este caso, no hacerse de la vista gorda cuando algunas de sus principales empresas pretenden ser tomadas por otras de origen menos confiable- sea calificada como un retorno del proteccionismo en plena aceleración de la globalización. Los países incipientemente capitalistas como los nuestros deben tener presente las “impurezas” del libre mercado y del debate en torno a él si desean mantener sus economías firmemente atadas a este imperfecto sistema global.

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