Argentina acaba de aportar al horizonte suramericano una claridad aún enturbiada por la consolidación de la dictadura en Venezuela, la ilegalidad reeleccionista en Bolivia, la incertidumbre política que sigue generando la corrupción en Brasil y las pérdidas de gobernabilidad en los países liberales del área (Perú, Colombia y Chile).
El triunfo de Cambiemos en las recientes elecciones parlamentarias, en magnitud que superó todas las expectativas, constituye algo más que simples garantías de crecimiento económico que se consolidará en el marco de un proceso gradual de reformas facilitadas por un escenario con menor riesgo político y social.
En efecto, ese triunfo implica también el fortalecimiento de la convicción ciudadana de que los viejos modelos controlistas pueden ser reorientados hacia el progreso en Argentina, que la proclividad a la corrupción seguirá teniendo un freno, que el Estado de derecho se consolidará y que el declive de una potencia regional de gran abolengo puede recuperar parte del trayecto perdido.
La derrota del kirchnerismo por cifras mayores a las esperadas y el arrinconamiento del peronismo en unas cuantas provincias han dado a la agrupación del presidente Macri una gran victoria nacional y una nueva perspectiva a la región.
Ya no se trata sólo de que la perfomance nacional podrá emerger sin amenazas políticas inmediatas (5% en el tercer trimestre y apuntar al 4% el próximo año –LN-), que la inflación de dos dígitos podrá seguir reduciéndose y que la inversión superará el 16% del PBI actual. Si bien una puerta grande se ha abierto y un piso se ha consolidado para apurar las reformas de mercado que pondrán a la Argentina en un nuevo nivel de competitividad y a su gobierno en un nuevo status, algo más emerge de estas simples elecciones parlamentarias.
De partida, sus resultados ayudarán a que el incierto rumbo de la estratégica relación argentino-brasileña encuentre en la Argentina un confiable soporte. Éste quizás contribuirá a que el Mercosur recupere solvencia basado en el incremento del comercio intrarregional (empezando por una reducción del déficit histórico argentino) y en el impulso de la relación externa (las negociación con la Unión Europea, por ejemplo).
A ello contribuirá el repunte de la inversión extranjera que cayó el año pasado a apenas US$ 5745 millones (desde US$ 11759 millones en 2015) y que debiera recuperarse en un contexto de mejoramiento del acceso al financiamiento externo por disminución considerable del riesgo político.
Si ello ocurre, el potenciamiento del Mercosur quizás se refleje en el conjunto del Cono Sur mientras la dinámica del spill over pudiera enriquecer el entorno de la Alianza del Pacífico. Ello debiera retroalimentar las expectativas en Perú (que una próxima visita del presidente Kuczysnki subrayará) y en Chile (por el cambio de gobierno que debiera liderar Piñera).
En cualquier caso, el Cono Sur suramericano y más de la mitad del área andina presentan ya una mejorada fisonomía en algún momento puesta en duda y que el ilegal intento reeleccionista de Morales en Bolivia y la envenenada dictadura de Maduro desean pervertir.
Es claro que Macri debe demostrar aún que su voluntad reformista puede ir más allá de lo ya logrado y que, al respecto, es consciente de que su política exterior tiene la posibilidad de apuntalar el curso liberal del segmento regional más importante de Suramérica.
Pero el camino que ha trazado indica que éste efectivamente será transitado por la ley, el mercado y la democracia potenciando la capacidad los miembros de los dos mayores grupos de integración del área (el Mercosur y la Alianza del Pacífico).
Si lo logra Argentina estará contribuyendo a la reversión de las tendencias populistas y ultra-nacionalistas que están arriesgando desde hace algún tiempo la consolidación liberal en América Latina. Tal empeño será funcional al empeño de socios extraregionales en el control de similares riesgos que se ciernen Europa y a la contención de nuevas tendencias totalitaria que se han hecho presentes en el Asia.
Ciertamente una simple elección parlamentaria no tiene, en sí mismas, este alcance. Pero su adecuado empleo estratégico sí puede contribuir a multiplicar la importancia internacional que aquí se señala.
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