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  • Alejandro Deustua

Ucrania y la Crisis de Europa del Este

El conflicto social en Ucrania que algunos reportan como el prolegómeno de una guerra civil, es un problema estratégico del mayor nivel. En él se juega la condición de Ucrania como país pivote entre el Este y el Oeste, el status eurasiático de Rusia y la dimensión de la expansión hacia el este de la Unión Europea y la OTAN.


A estos escenarios situacionales se agrega el tipo de interacción estratégica que tendrán Rusia y Europa cuando el centro principal de acumulación de poder se traslada al Asia. En consecuencia, una situación de inestabilidad mayor o de conflicto en torno al Mar Negro será decisiva para la estabilidad global.


Ese resultado no será, sin embargo, producto de la competencia por el dominio de Europa Central (que ya ha sido ganada por Occidente) sino por la que tiene por objeto Europa del Este. En ese escenario, donde Rusia ha gravitado como potencia central y no sólo como pivote (un área importante políticamente pero no necesariamente provista de poder), se juega el ethos geopolítico de esa potencia reemergente e históricamente relevante en el sistema internacional.


En efecto, si en esa disputa Rusia pierde centralidad o influencia mayor su dimensión geopolítica habrá sido desprovista de buena parte de su arraigo europeo y habrá variado unidimensionalmente hacia el Asia (y el Medio Oriente).


Peor aún, un punto de gravitación inicial que, como Moscú, está muy alejado de la cuenca del Pacífico, hará mucho más difícil materializar su influencia en un territorio complejo, oriental, estepario y hostil. Como consecuencia, Rusia se vería obligada a redoblar sus fuerzas en ese empeño refocalizando su emplazamiento. A Brzezinski, que es uno de los mentores de esta evaluación, quizás le faltó adicionar una proyección: un mayor conflicto con China por el predominio en la zona.


Como se ve, la importancia de Ucrania para Rusia es vital y tiene vectores multidimensionales. Sin embargo, su control sobre ella, siendo dominante, no es absoluto.


En efecto, aunque predomine económicamente especialmente a través del control del tránsito de la energía petrolera (hasta hace pocos años los oleoductos rusos que atravesaban Ucrania no sólo proveían de peaje y energía a este país sino que satisfacían alrededor del 34% de la demanda europea), no se explica que, si se toma como ejemplo sólo el compromiso de ayuda rusa por US$ 15 mil millones para abandonar la negociación de un acuerdo de asociación con la Unión Europea, éste fuera combustible adicional para la protesta.


Por lo demás, Ucrania tiene una capacidad industrial importante (incluyendo la fabricación de armas sofisticadas, generalmente de patente rusa) aunque depende excesivamente de las exportaciones de acero. Y es también titular de un notable potencial agrícola sustentado en la producción de granos, industria pecuaria y de aceites. Pero ello no la hace plenamente independiente del mercado ruso. La relación establecida es allí, si no de dominio, sí de una interdependencia intensamente asimétrica. Esta realidad no puede cambiarse radicalmente en plazos cortos o medianos.


Por lo demás, si a Kiev se le atribuye haber sido la primera capital rusa y a los cosacos ucranianos (base del nacionalismo de ese país) se les otorga el mérito de haber obtenido una corta independencia de los invasores mongoles en el siglo XIII y retomar luego parte del territorio invadido por polacos y lituanos, el hecho es que Ucrania buscó la protección rusa en el siglo XVII. De allí en adelante, ese país ganó la protección del imperio zarista que siempre consideró a Ucrania (junto con Bielorrusia) como parte vital de su dominio.


Esa herencia subsistió durante la vida política de la Unión Soviética en una convivencia compleja por la resistencia a la ingeniería social del Partido Comunista del modo de vida cosaco. Esas rivalidades nacionalistas tuvieron también un componente interno meramente ucraniano. Entre ellas destacaron la influencia de los nacionalistas en el Oeste de vocación europea (afincada en Kiev), los nacionalistas tradicionales (especialmente la región de Galizia) y los del Este de mayoría rusa. Estos últimos constituyen alrededor de un 20% -25% de la población y, como en el caso de los países bálticos, tiene como lengua madre el ruso.


Esta lengua es hablada por la mayoría de la población como complemento de la lengua ucraniana mientras la población reconoce, de manera general, una vinculación histórica y social con Rusia (bastante afirmada por el cristianismo ortodoxo) aunque con las diferencias mencionadas. En consecuencia, es difícil sostener que la gran mayoría ucraniana tenga una propensión occidental si ésta se entiende sólo como anti-rusa.


Lo que existe, en apariencia, es un malestar intenso con las seculares prácticas autoritarias rusas y una atracción por Occidente desembalsada por la caída del muro de Berlín y por el derrumbe de la Unión Soviética.


En ese marco, la OTAN negoció con Ucrania en 1997 una Carta de Asociación Distintitiva (Charter on a Distinctive Partnership) que estableció la Comisión Ucrania-OTAN. Estos instrumentos establecieron contactos al más alto nivel en el contexto de la nueva situación de seguridad europea y tomando en cuenta la necesidad del progreso democrático en Ucrania y los requerimientos de estabilidad en Europa.


Al respecto las partes se comprometieron a reconocer que la seguridad de todos los miembros de la Organización de Seguridad y Cooperación Europea (la OSCE, que está conformado 57 Estados de Europa, Asia Central -fundamentalmente los ex -estados de la Unión Soviética- y Norteamérica) es indivisible, que ésta incluye la restricción del uso de la fuerza y el respeto a los principios de soberanía de cada uno, de su voluntad de establecer sus propios regímenes de seguridad, del Estado de Derecho, los Derechos Humanos y la prevención de conflictos.


Tal entendimiento político, que implicaba un avance de la OTAN sobre la frontera rusa que esa potencia resistió intensamente, no atrajo, sin embargo, demasiados apoyos militares ni económicos occidentales. A la vez, Rusia tampoco ofreció en ese momento una contrapartida seria en tanto la precariedad económica de sus fuerzas armadas, y especialmente la de la flota del Mar Negro, que tiene como base Sebastopol, lo impedían. Esa crisis llevó a la división en la flota rusa (que incluyó los reclamos de Georgia) cuyos oficiales eran, sin embargo, mayoritariamente rusos o pro-rusos.


El esfuerzo ruso por mantener la flota entera y la base de Sebastopol que, en el Mar Negro, corresponde a la única puerta naval rusa hacia el Mediterráneo, es quizás el activo militar más importante ruso en Ucrania (más específicamente, en la península de Crimea). El acuerdo resultante de ese esfuerzo se logró recién en el 2010 con el actual presidente Yanukovych en funciones. Éste incluyó acuerdos en múltiples campos de la defensa y seguridades de que la flota rusa mantendría la base de Sebastopol hasta el 2042 a un precio US$ 42 mil millones.


La OTAN, que no pudo presentar a Ucrania ni una escasa proporción de ese monto, tampoco pudo sostener previamente la posición del pro-occidental presidente Yuschenko que había fijado el 2017 como fecha tope de mantenimiento de la base. Por lo demás, el presidente Yushenko, que logró ganar las elecciones del 2005 en alianza con Yulia Timoshenko para llevar a cabo un programa reformista y anticorrupción (la “revolución naranja”), logró su puesto a pesar del masivo fraude de la oposición pro-rusa pero terminó su mandato bajo condiciones de envenenamiento (al que sobrevivió) y con Timoshenko encarcelada.


Frente a esta durísima realidad política, la Unión Europea apenas inició en el 2008 unas conversaciones sobre un acuerdo de libre comercio con Ucrania seguido por la oferta de un acuerdo de asociación que, en teoría, podría encaminar a ese Estado hacia una forma de integración profunda con la UE. Los acuerdos iniciales (el Acuerdo de Cooperación y Asociación se suscribió en 1998 y un Acuerdo de Asociación que incluyera un acuerdo de libre comercio se suscribió en el 2012) distaron mucho de las apremiantes condiciones en el terreno.


En el proceso, no fue mucha la cooperación material que ofreció la Unión Europea a Ucrania y en noviembre pasado el gobierno de ese país anunció que suspendía las negociaciones ulteriores del Acuerdo de Asociación para atender mejor una unión aduanera con Rusia, Bielorrsuia y Kazajstán que debía fortalecer la Comunidad de Estados Independientes.


La protesta social en Kiev fue inmediata. Conforme ésta se fue intensificando, Ucrania suscribió con Rusia el acuerdo de asistencia por US$ 15 mil millones (cuyos objetivos sectoriales no están claros) y, luego de una pequeña pausa represiva a la espera de que el malestar pasara, procedió a suspender libertades básicas mediante leyes que, en no pocos casos, llevaban la impronta de normas rusas y bielorrusas similares.


Al recrudecer las protestas, se suspendieron algunas de estas normas y se procedió a un diálogo entre el oficialismo y la oposición. Pero ésta se presentó dividida. Los tres dirigentes opositores se presentaron ante la masa en la plaza Maidan para mostrar planes distintos cuando ésta reclamaba unidad de liderazgo. El resultado es el caos social y la anarquía política mientras la fuerza armada reclama urgente solución de la crisis.


Mientras tanto Estados Unidos y la Unión Europea renuevan sus iniciativas mediadoras que no parecen estar respaldadas, sin embargo, con las capacidades que Rusia está dispuesta a desplegar.


La tendencia histórica y circunstancial sugiere que lo más probable es que Rusia logre la posición superior en Ucrania y, por lo tanto, la sobrevivencia su status euroasiático. Para ello, sin embargo, como recordaba Brezinski hace unos años, un acuerdo no muy comprometedor entre Ucrania y la Unión Europea será necesario como signo del anclaje ruso en el continente.



Fuentes: CSIS, CIDOB, FRIDE, Rolando Mauricio (Doctorante, Universidad de Pisa), OTAN, EU, agencias de prensa.


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