La gira del presidente electo Ollanta Humala tiene varios propósitos específicos y uno general. Entre los primeros sobresalen la señalización de prioridades estratégicas bilaterales de la futura gestión externa del señor Humala (Brasil), la generación de confianza con vecinos de compleja relación (Chile) y la toma de contacto, en un contexto menos comprometedor, con gobiernos de vocación revisionista y absorbente predisposición transnacional (Venezuela y Bolivia).
A estos propósitos, que merecen apoyo general, se ha sumado la aceptación de la sugerencia de complementar esa visita con aproximaciones similares a Estados Unidos y la Unión Europea. Esta sensata decisión confirma el interés nacional de relación con grandes centros de poder y desarrollo en tanto procura confirmar los términos de la inserción externa del Perú mejorando antes revisando los instrumentos respectivos. Si la visita a Estados Unidos cuaja, es de esperar que ella reitere también la adhesión al sistema interamericano, esencial para la inserción básica del Perú.
Teniendo en cuenta que ni los programas de gobierno del presidente electo (y mucho menos su “hoja de ruta”) privilegian la política exterior, es notable que el primer emprendimiento del señor Humala se haya dedicado a subsanara ese vacío. Con ello está logrando, además, sumar legitimidad externa a un escenario interno que no la brinda con la claridad necesaria a la luz de las características sui generis del ballotage en el que ha resultado ganador.
Sin embargo, esta compleja suma de propósitos explícitos y tácitos de consecuencias políticas previstas e inerciales, se ha explicado oficiosamente mediante afirmaciones que disminuyen el potencial del esfuerzo emprendido: contribuir a lograr la convergencia regional en el marco de UNASUR a partir de los esquemas de integración andino y del MERCOSUR. A esta sobre simplificación del objetivo de la gira se ha sumado una ilusión al presentarse como novedoso un escenario que tiene antecedentes generacionales.
Ello revela desconocimiento de la historia de la región cuya primera experiencia en esta materia, la de la ALALC, tuvo propósitos latinoamericanos (y no sólo suramericanos) mientras su reemplazo, la ALADI, se fundamentó precisamente en el requerimiento de convergencia que, en lugar de bloques subregionales, debía proceder mediante la multilateralización de acuerdos bilaterales.
La muestra de desconocimiento de la materia agregará la sorpresa que se llevarán algunos asesores cuando caigan en cuenta que la convergencia de bloques subregionales de integración en el hemisferio fue explícitamente pactada por el ALCA de 1994 que algunos Estados latinoamericanos decidieron demonizar. Al respecto debe recordarse que los orígenes de UNASUR (el marco que desea privilegiar el presidente electo) que se remontan al inicio del siglo con la primera conferencia de presidente suramericanos, no se basó en convergencia de bloques sino en la articulación del conjunto del área mediante la integración física liderada por ese magnífico proyecto que es el IIRSA.
Ya en esa época se avizoraba la disfuncionalidad andina cuyos miembros no logran articular una unión aduanera desde hace 42 años mientras persistían es su intento autodestructivo al tratar de impedir la negociación de Perú y Colombia con terceros. Esta disfunción no se compondrá por simple decisión peruana mientras los modelos económicos de países revisionistas (Bolivia, Venezuela –que se retiró- y, parcialmente, Ecuador) no acepten los términos de libre comercio entre ellos.
Si el presidente electo desea la renovar la vigencia de la CAN restituyendo su valor estratégico deberá convencer a los Estados revisionistas de que sin libre comercio no hay integración real y que sin ésta no hay adecuada proyección externa. Antes que impulsar ese esfuerzo con vocación ideológica, el presidente electo podría tener en cuenta que el incremento del dinamismo intrasubregional redundará en creación de comercio a partir del intercambio de productos acabados e intermedios (que es la ventaja comparativa natural que aporta el mercado andino.
En cuanto a la afiliación al MERCOSUR, debe tenerse en cuenta que ese esquema de integración tampoco ha tenido el éxito esperado y que la fricción comercial argentino-brasileña se mantiene como signo de distinción mayor del grupo en perjuicio de la zona de libre comercio que se pretendió desde 1991. La interacción externa de esa asociación no ha sido de las mejores en tanto no ha logrado culminar un acuerdo de libre comercio con ningún grupo complementario (el caso de la Unión Europea es la referencia al respecto) mientras que su principal socio (Brasil) ha optado por un singular acuerdo estratégico con esa agrupación al margen del grupo.
Si la generalidad de los Estados privilegian la relación con sus vecinos y con la región que habitan, el presidente electo debe levantar los obstáculos a ese tipo de trato, lograr una mejor coordinación política en el área y evaluar adecuadamente su marco hemisférico antes de postular nuevas asociaciones privilegiando un nuevo componente ideológico. Ello mejorará la inserción regional mientras se insiste, como se debe, en mejor los términos de relación con las grandes potencias y centros de desarrollo que agregan valor y diversifican selectivamente la proyección externa nacional.
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