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Alejandro Deustua

Suramérica: Integración y Libre Comercio con Equidad

25 de Diciembre de 2006



Sin duda que las propuestas de integración tienen en muchos casos, o casi siempre, fines estratégicos o ideales objetivos sociales. Sin embargo, su fundamento es siempre económico y se sustenta en áreas de libre comercio, no zonas de trueque, comercio administrado u otras formas de intercambio.


El modus operandi de estos acuerdos aduaneros implica la liberación de “sustancialmente” todo el comercio según el GATT y la OMC en el marco opcional de una unión aduanera. Estas excepciones al principio de la nación más favorecida y del trato nacional pueden, en teoría, evolucionar luego hacia el mercado común, la unión económica y monetaria y, en un distante futuro, hasta la unión política.


Aunque la aproximación a ese proceso puede provenir del ejercicio intenso de un acuerdo político que organice cooperativamente un sector sensible de la economía de varios Estados (el caso de la CECA) o generarse en la cooperación abierta que, por su intensidad progresiva, propenda a la delegación de competencias soberanas entre los socios, el proceso natural de la integración se asienta en el libre comercio. Sea que éste se adopte en función de los beneficios que provienen de la especialización propia de las ventajas comparativas (el liberalismo clásico), sea que proponga generar economías de escala (para, por ejemplo, acelerar procesos de industrialización estatalmente inducidos como sugería Prebisch a mediados de la década pasada), el área de libre comercio es el punto de partida siempre reconocido en la organización de todo proceso de integración que no sea centralmente planificado. El libre intercambio que sustenta ese proceso debe generar acumulación de capital mientras que el bienestar común será probablemente mejor distribuido a través de mecanismos de equidad (el trato diferenciado) que a través de su formato más crudo (“dejar hacer, dejar pasar”).


Pero ciertamente esos beneficios no provendrán de esquemas de asignación compulsiva y directa de recursos por el Estado (la propuesta de una especie de “comercio solidario”) que incluyan desde el trueque hasta un sistema de compras preferenciales y excluyentes por los Estados participantes. Y no lo harán porque estos mecanismos generan, además de manipulación política, discriminación e ineficiencia. Sin embargo, con otras y más vagas palabras, esto es lo que plantean los presidentes Venezuela y Bolivia sin que sus colegas suramericanos hagan demasiado por oponerse públicamente a esa amenaza a un mercado incipiente como el suramericano.


Si Suramérica reclama un gran incremento del progreso y del bienestar general, lo que requiere es mayor y más dinámica interdependencia antes que una relación basada en un inexistente tiempo de armonía económica y “holística” (que, además, escamotea a la historia el rígido dominio autóctono de una forma de organización económica extremadamente cerrada –en el caso pehispánico- y la vertiente liberal y europea de Bolívar –en el caso de la Gran Colombia del siglo XIX- tan remembrados por los presidentes Morales y Chávez).


Por lo demás, el requerimiento de bienestar aludido tiene un fundamento comercial que establece una fuerte correlación entre la intensidad del intercambio, que reclama equidad, y los niveles de prosperidad. Si constatamos que los más altos niveles de bienestar se encuentran en la Unión Europea, Norteamérica y parte del Asia se puede agregar a esa evidencia un fundamento mercantil. En efecto, buena parte del bienestar de esas regiones se deriva del intenso comercio intraregional signado por el destino de sus exportaciones y su liberalización progresiva.


Así, el hecho de que la Unión Europea intercambie dentro de la unión económica 73.2% de sus exportaciones, que Norteamérica coloque en el NAFTA 55.8% de sus ventas externas y que el Asia genere dentro su continente corrientes comerciales que compromete 51.2% de sus ventas (1) sin que medie aún un acuerdo de libre comercio formal, constituye una claro fundamento de sus respectivos niveles de bienestar y prosperidad. Es más si, a pesar de las asimetrías distributivas, estos niveles de bienestar son crecientes, ellos han ido acompañados por el incremento progresivo del comercio intraregional como estamento inicial de integración (la Unión Europea intercambiaba hace cerca de una década 66% de sus exportaciones totales y Norteamérica alrededor de 40% y Asia cerca de 35% en sus respectivos mercados regionales) (ADC).


Sucede lo mismo en las regiones en desarrollo, pero en niveles correspondientes a su baja interdependencia. En efecto, los bajos niveles de bienestar siguen la huella del relativamente bajo nivel de sus intercambios intraregionales. Así Suramérica y Centroamérica intercambian apenas 24.3% de sus exportaciones totales en sus respectivas áreas de integración, seguidas por la Comunidad de Estados Independientes (la CIS de la ex-URSS) con 18.1%, el Medio Oriente (10.1%) y África (8.1 %) (2).


En estas regiones los ingresos que derivan del intercambio con el mundo no son suficientes para compensar los que no se producen por falta de intercambio próximo. En consecuencia no se abarata la especialización, no se genera escala con menores recursos y el desarrollo de la infraestructura física e institucional indispensable para facilitar el acceso a los mercados libres es extremadamente morosa.


Peor aún, la mayor interdependencia relativa de América Latina no es necesariamente proporcional al nivel de su progreso potencial si se tiene en cuenta que el mercado en la región no padece las grandes anomalías y crítica situación de inseguridad del Medio Oriente o del África y que su proceso de integración formal se acerca al medio siglo de institucionalidad con resultados bastante magros. La situación suramericana es más preocupante aún si toma en cuenta que la CAN y el MERCOSUR tienen tasas de interdependencia comercial efectiva menores a las que indica su crecimiento (como ocurre este año) En efecto, según el BID (3) la tasa de crecimiento de las exportaciones intrasubregionales de la CAN ascendió en el 2006 a 26% y la del MERCOSUR a 21% (la de América Latina ha sido también de 21%).


Sin embargo, la interdependencia efectiva (relación entre el valor de las exportaciones globales y subregionales) de la CAN es de apenas 8% a 9% (incluyendo el petróleo) mientras que la del MERCOSUR es de 15% según el BID. Estas cifras están por debajo del promedio de 10%-11% que registra la Comunidad Andina para los últimos años (hasta el 2005) y ciertamente muy por debajo del valor cercano al 23% que tuvo el MERCOSUR entre 1999 y el 2003. Es evidente que este descenso no es consecuencia del incremento de las exportaciones de ambas subregiones al mundo sino de la disminución de su cohesión cuyo máximo exponente en la CAN fue el retiro de Venezuela y en el MECOSUR, la crisis brasileña de fines del siglo pasado, la argentina a comienzos de esta centuria y conflictos inverosímiles como el argentino-uruguayo (en él la potencia mayor no ha sabido controlar el escalamiento de una controversia, promovida provincialmente, con una potencia menor sobre inversión extranjera y medio ambiente que afecta derechos internacionales y de integración básicos como el libre tránsito).


Bajo estas circunstancias, proclamar la existencia de una Comunidad Suramericana de Naciones sin atender los graves problemas de interdependencia que afectan a la región es tan irresponsable como demagógico. Y sin embargo, la situación puede empeorar si las propuestas venezolana y boliviana contra el libre comercio y a favor de la glorificación de una especie de intercambio “solidario” prosperan. La responsabilidad de oponerse a estos proyectos que prefieren el intercambio estatal de favores recae tanto en las economías grandes de la región (Brasil y Argentina que, sin embargo, admiten sin demasiado tamiz crítico la pretensión al liderazgo ideológico de esos dos Estados) como en las medianas y más abiertas (Perú, Chile, Colombia).


Ese esfuerzo esclarecedor, mientras tanto, debe ir acompañado del estímulo de la interdependencia de estos países con los que ahora son sus principales mercados: Estados Unidos, la Unión Europea y el Asia. El incremento de esos vínculos no sólo generará acumulación de capital, mayor inversión e incremento de adquisición tecnológica (las referencia son los países asiáticos) sino que incrementará el bienestar general mientras provee de recursos para incrementar la interdependencia regional. En el caso americano ello deriva de una realidad: el progresivo aumento del comercio intrahemisférico.


Los países suramericanos no pueden darse el lujo de arriesgar su progreso arriesgando el libre comercio, la distribución equitativa de sus beneficios y la integración que sustenta el rol básico de la interdependencia en función de mecanismos anacrónicos y manipulatorios que ya se han probado como recetas de fracaso.

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