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Alejandro Deustua

Suramérica Fragmentada

Buscando continuidad política Suramérica agudiza su debilidad democrática.


Así, el gobierno del PT en Brasil cumplirá 16 años en el poder con la reelección de la Sra. Russeff y, en Uruguay el Frente Amplio podría lograr otro tanto mediante balotaje. Mientas tanto en Bolivia la re -reelección del Sr. Morales acompaña la abusiva hegemonía del MAS y en Ecuador el Presidente Correa acaba de recibir de su Poder Judicial la penúltima venia para volver a reelegirse.


Pero continuidad no implica en este caso estabilidad.


En efecto, si en Brasil el estrecho triunfo de la Presidente Rousseff en segunda vuelta sobre Aecio Neves fue producto del miedo inducido por el PT en los que temían perder los programas sociales, la rivalidad con el PSDB parece hoy mucho más indócil. La violencia verbal de una campaña sucia ha agudizado la rivalidad entre el norte (PT) y el sur (PSDB) creando la falsa confrontación entre la necesidad de inclusión social y reformas imprescindibles. Este problema, de dimensión geopolítica, muestra a una sociedad con más expectativas pero de frágil cohesión.


El potencial de ingobernabilidad supera allí a la recesión. Y si la cohesión nacional brasileña está claramente herida por la inequidad, lo está además por la gigantesca corrupción, el creciente corporativismo oficialista y la ineficiencia administrativa de un Ejecutivo de 38 ministerios. Ello ha llevado a la Sra. Rousseff a proclamar la necesidad de unidad pero sin anunciar una sola medida y sin demandar cooperación práctica de la oposición.


En Uruguay, el triunfo del Frente Amplio en el Congreso disminuye considerablemente la posibilidad de que los nuevos liderazgos de los partidos Blanco y Colorado puedan triunfar en segunda vuelta. La respetabilidad de Tabaré Vásquez anuncia, sin embargo, una contienda más civilizada sobre problemas principales identificados con la misma prioridad (inseguridad, educación) pero con diferente aproximación sobre apertura y rol de sindicatos y Estado.


Un problema adicional radica en la inserción externa uruguaya y el proteccionismo MERCOSUR que, habiendo admitido a Venezuela, ha agravado la frustración de la mayor experiencia integracionista subregional. Quien está dispuesto arreglarla no es Tabaré.


Y en el ámbito andino, la “democracia delegada”, fachada de la autocracia populista, el triunfo de Morales consolida el caudillismo pseudoindigenista y el monopartidismo. Ello elimina todo vestigio de estructura democrática en nuestro vecino que no sea el voto. Si el Sr. Morales ha otorgado una identidad a Bolivia, ésta es la de un capitalismo de Estado circunstancial y la del monopolio del poder de un Príncipe mestizo y antioccidental.


El Perú sería ingenuo si cree que ese vecino, aliado estructural de Venezuela y Cuba, se contentará con la integración física.


Así, dispersa entre el corporativismo creciente, el caudillismo consolidado y la democracia liberal, Suramérica sigue la huella de la creciente fragmentación global. Si ello no es receta de estabilidad tampoco lo es de bloque.


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