Los temas clásicos y las confrontaciones tradicionales suelen articular la columna vertebral de las cumbres del Grupo de Río, la iberoamericana o las hemisféricas. La virtud aquí está en la variación antes que en la gran innovación. Escasa virtud hubo entonces en la reciente cumbre hemisférica de Monterrey salvo por la espectacular confrontación boliviano-chilena.
La agenda clásica incorporó esta vez las antiguas prioridades de crecimiento con equidad, desarrollo social y gobernabilidad democrática. Lamentablemente ni el sentido de urgencia de estos asuntos entusiasmó la declaración final. En relación a los dos primeros temas se persistió en recomendar el manejo responsable de las políticas económicas existentes que, como está visto, no producen los resultados sociales que debieran. Y sobre el último punto sencillamente se ignoró generalmente el peligroso camino de la ingobernabilidad hacia la inviabilidad que transitan algunos estados latinoamericanos.
La variación estuvo más bien del lado del pesimismo. Si de Cumbre de las Américas se trataba, pues el ALCA debió tener la mayor prioridad. Pero no la tuvo en el escenario público y cuando apareció, la disputa sobre su conveniencia se trabó en un asunto de fechas (el 2005 para la vigencia) que el lenguaje diplomático no supo esta vez tamizar (el señalar la culminación de la negociación "en las fechas previstas" no quita ni agrega nada).
En este contexto, el compromiso del BID para triplicar el financiamiento de las PYMES pareció más significativo mientras que el plazo del 2008 para rebajar a la mitad los costos de las remisiones de nuestros migrantes -que financian ya buena parte de algunas economías- no animó a las partes a plantear más enérgicamente el tema del financiamiento y de la inversión que, en lo que concierne a los países en desarrollo, sigue fugándose desmesuradamente al Asia.
Para despabilar la fiesta, Estados Unidos sacó de la manga un movimiento sombrío intentando, en apariencia, inventar una nueva categoría de Estados: los estados corruptos. Felizmente, en esta época liberal, se priorizó al individuo responsable obligándose a los Estados a no a alojar a personalidades corruptas. A la luz de la experiencia, ello comprometerá más a los grandes estados que a los pequeños en tanto alojan a personas jurídicas tan corruptas como las que dispusieron desde ENRON hasta Parmalat. En todo caso, Japón está indirectamente avisado.
Por lo demás, en esta época de grandes cambios estratégicos el gran contexto internacional estuvo ausente del diagnóstico de los participantes en Monterrey que, en cuestionable tono regionalizador, optaron por circunscribirse al perímetro hemisférico. En este ámbito se discutió, con claros propósitos de promoción en la agenda, la redefinición del régimen interamericano de seguridad colectiva que en octubre pasado ha avanzado, en el marco de la Comisión para la Seguridad Hemisférica, en el enfoque conjunto de las amenazas tradicionales, las nuevas amenazas, las preocupaciones y los nuevos desafíos. El resto del acápite de seguridad, encuadrado minimalistamente, estuvo casi exclusivamente dedicado al terrorismo.
En este contexto, la contienda entre los presidentes Mesa y Lagos no sólo se salió de la agenda sino que se robó el escenario. Mientras el señor Mesa hacía una apelación emocional sobre los problemas de la mediterraneidad en tanto no fue escuchado en privado por el presidente Lagos, este último apeló a la racionalidad. Enfrentados en torno a la existencia o no del problema de soberanía, el respeto o no del principio sobre el fiel cumplimiento de los tratados, la apertura inmediata o condicionada de relaciones diplomáticas entre las partes y la pertinencia o no del foro hemisférico para escuchar este tipo de reclamos, ambos presidentes se olvidaron que hace poco, en Algarve (Portugal), en una cumbre iberoamericana, chilenos y bolivianos se pusieron de acuerdo para discutir tres puntos: todos los temas de la agenda bilateral no mediterránea, el acceso marítimo boliviano y la convocatoria a terceros concernidos.
Mientras se retorna a ese punto de partida, varios estados latinoamericanos (incluidos Perú y Chile) y Estados Unidos se reunirán en Washington para asistir en el problema principal: la estabilidad económica de Bolivia (y quizás también la política).
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