Luego de que Fidel Castro expresara al periodista Jeffrey Goldberg que “el modelo cubano ya no funciona para nosotros” y de que después se autoenmendara la plana sólo se puede concluir que ni siquiera el dictador puede permitirse algún grado de libertad de expresión en la isla.
Que el sistema capitalista falla está claro. En plena crisis, el conjunto del sistema internacional, incluida Cuba, debate sobre cómo corregir un modelo imperfecto. Pero el dictador no se atreve a explicar por qué el sistema comunista no funciona luego de atestiguarlo. Tal es su impermeabilidad al cambio a pesar del anuncio de pequeñas reformas cuya eficacia ha consistido en dudosa capacidad de adaptación y gran capacidad de retracción.
Si el comunismo cubano sólo pudo sostenerse con el subsidio soviético (US$ 5 mil millones anuales), cancelado éste Cuba sólo podía subsistir abriéndose al comercio y a la inversión siguiendo quizás el modelo chino. Especialmente luego de que luego del colapso de la URSS la economía se contrajera en más de 30% y sus exportaciones en más del 20%.
Pero en vez de gradualismo Cuba optó por el reformismo minimalista. En este marco permitió el ingreso restringido de inversión extranjera (turismo, industria básica) compensado con participación del Estado, las exportaciones se diversificaron escasamente (el níquel y el azúcar representan el 60% de las ventas), se ensayó con diminutas concesiones a la propiedad privada urbana y a la asociación cooperativa agrícola y el acceso a las divisas fue permitido en cuentas bancarias.
Frente a la consecuente carencia empuje económico, las remesas de los detestados exiliados ganaron importancia, el subsidio petrolero venezolano devino en soporte fundamental y las aspiraciones autárquicas se disiparon en crecientes importaciones de alimentos. El capitalismo de Estado chino no sólo no se instaló en la isla sino que ni siquiera una forma relevante de economía mixta pudo arraigarse.
De allí que la crisis económica golpeara a Cuba tan fácilmente como los huracanes del 2008 reduciendo la proyección oficial de crecimiento de 6% a una perfomance real de 0.8% en el primer semestre del 2009 (CEPAL). El incremento de los precios de los alimentos, el descenso del valor del níquel y la escasez de financiamiento terminó con desequilibrar la balanza de pagos mientras los cubanos ganaban US$ 20 al mes.
Quizás Castro deseó hablar de estos problemas con Goldberg, pero su ancianidad no ha superado su vocación totalitaria. Al punto que el periodista no se atrevió a preguntarle por la disidencia cubana, ni por la interminable privación de libertades (que los índices de salud y educación no compensan), ni por los echados al mar, ni por los ajusticiados en el paredón.
En realidad Goldberg fue tan bonachón que prefirió olvidar la responsabilidad castrista por la amenaza de guerra nuclear en la región, la polarización ideológica que produjo, la retroalimentación de las dictaduras de derecha o por el fracaso del reformismo redistribucionista.
Ni Cuba ni los latinoamericanos deben esperar nada de Castro que no sea su cinismo o su próxima partida.
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