Desde que en 1992 el teniente coronel Hugo Chávez lanzó, golpistamente, su propuesta bolivariana Venezuela se convirtió en uno de los mayores centros de desestabilización regional. Si la decadencia de los partidos políticos en ese país, el turbio final de los acuerdos bipartidistas de 1958, la extraordinaria corrupción y la pauperización social de una de las economías más ricas de la región no pudo sustentar la reforma neoliberal emprendida por Carlos Andrés Pérez, el acceso de Chávez al poder estimuló el conflicto interno y la desconfianza externa en Venezuela. Media década luego de la primera elección del teniente coronel, el referendum que pretende dar una solución constitucional, democrática y pacífica a ese problema no parece haberlo logrado.
Con una expectativa de crecimiento superior al 10% este año, los exuberantes ingresos petroleros derivados de un precio de US$ 46 el barril en una economía en la que ese recurso representa el 25% del PBI y el 75% de las exportaciones, debieran favorecer la conciliación de intereses si la bonanza es adecuadamente manejada. Pero los venezolanos aún sienten la pérdida de casi el 20% del PBI en los últimos dos años, el desempleo del 16% y el incremento de la pobreza entre el 2002 y el 2003. La expectativa de mejora, una inflación descendiendo de 33% a 22% y el fuerte retorno de la inversión extranjera al sector hidrocarburos no parece ser todavía suficientemente cohesionador.
Por lo demás, si la oposición no parece tener otro elemento vinculante que la confrontación con Chávez y éste, luego de su aparente triunfo, no logra articular un discurso incluyente, las posibilidades de ganar estabilidad derivadas del referendum no parecen suficientemente intensas. Menos aún, cuando la polarización que ha generado el señor Chávez ha agudizado el fraccionamiento estructural de la sociedad venezolana, los partidos políticos son sólo artefactos para llegar al poder y la pugna entre democracia representativa (la reconocida por el sistema interamericano) y la democracia directa (la del referendum) genera en Venezuela más división que legitimidad. En consecuencia, el acomodo de la ciudadanía venezolana al resultado del referendum –que de ser limpio debe ser respetado- requerirá, en este contexto, algo más que la formalidad su aceptación: la asistencia externa para la reducción de la beligerancia irracional seguirá siendo necesaria.
Pero esa disposición –que seguramente sería ofrecida por la OEA y por los países miembros del “Grupo de Amigos” de Venezuela luego de su fuerte compromiso con el proceso venezolano- reclama el cumplimiento de una premisa: la reversión de la confrontacional política exterior chavista. En relación a Estados Unidos, sin embargo, el presidente venezolano no parece haber atenuado aún su discurso “antiimperialista” ni ha dado señales de moderación jugando la carta “demócrata” en las elecciones norteamericanas de noviembre. Más bien, el representante del cuatro proveedor de petróleo de los Estados Unidos parece fortalecer su actitud amparado en el soporte que le brinda el alto precio del crudo, su influencia en la OPEP, su convicción de ser un agente eficaz del proceso de multipolarización y la realidad de la vulnerabilidad energética de la primera potencia.
De otro lado, si el efecto de la beligerancia chavista puede atemperarse aprovechando la asimetría de las partes (Estados Unidos puede, sin mayores costos, adoptar un enfoque más benigno), la intensidad de la vinculación cubano-venezolana es aquí fuertemente disfuncional. No sólo el extraordinario apoyo directo que Chávez brinda a Castro confronta a Estados Unidos y desafía el principio de la vigencia de la democracia representativa como el único sistema reconocido en el sistema interamericano, sino que la influyente presencia de agentes cubanos en Venezuela constituye una verdadera provocación para buena parte de sus nacionales.
Por lo demás, ese alineamiento constituye una variable determinante en el conflicto colombiano tanto por la antigua vinculación del presidente Chávez con las organizaciones subversivas (de las que oficialmente se ha alejado), como por la relación de las FARC y el ELN con Cuba y el riesgo de escalamiento convencional que supone el uso de la extensa frontera colombo-venezolana por esas agrupaciones. Un incremento del poder de confrontación del narcoterrorismo colombiano derivado de un relación cubano-venezolana intensificada constituye una amenaza para el resto de la subregión andina que sigue padeciendo de las amenaza del narcotráfico y de la presencia de fuerzas terroristas. Si el presidente Chávez desea cohesionar su país con indispensable asistencia y buena voluntad externas, debe redefinir la relación que mantiene con el castrismo más desafiante.
La pregunta al respecto no es si el teniente coronel puede hacerlo sino si desea proceder en ese sentido. En efecto, a pesar de la conducta confrontacional y de las preferencias ideológicas y geopolíticas del señor Chávez, éste no sólo parece haber ha ganado el referendum sino que, según Latinbarómetro –y más allá de la dimensión e intensidad de la oposición venezolana-, los venezolanos, en general, se sienten más satisfechos con la democracia actual y creen más en ella que muchos países de la región, incluido el Perú.
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