Según The Economist los mercados bursátiles pueden autocorregirse luego de una caída considerable (como ocurrió en 1998). Especialmente si los fundamentos económicos son buenos en ciertas plazas regionales (Asia, América Latina) y no pésimos en la mayor economía del mundo (hasta hace poco se esperaba una desaceleración preocupante en Estados Unidos antes que una recesión inminente). Pero nada de ello parece importar cuando las expectativas se desbordan y arrastran a los agentes del mercado hacia el pánico como ha ocurrido hoy.
Cuando ello ocurre el encadenamiento de millones de decisiones subjetivas (el "efecto rebaño") desborda incluso a los excesos especulativos (la "exuberancia irracional" aludida por Greenspan). La corrida vendedora global, de la que, sin embargo, muchos se beneficiarán comprando barato pasado mañana, muestra que quizás no hay fuerza integradora más potente que el desbordado sentimiento del mercado.
Y también comprueba que ciertas tesis, como la del "desacoplamiento" de la mayor economía del mundo de las demás, es tan arbitraria como la antigua versión de la misma recomendada para "gobernar la globalización" (¿alguien se acuerda de los debates normativos al respecto de principios de la década pasada?).
El cierre momentáneo de la Bolsa de Valores de Lima el día de hoy cuando perdía 8% (su sexta caída consecutiva) estimulada por el pánico generalizado así lo ratifica. En efecto, una de las bolsas más rendidoras del mundo el año pasado no soportó la presión de las caídas de los mercados mexicano, brasileño y chileno ni éstos las de los asiáticos y europeos cuyo reguero se inició, por diferencia horaria, con una pérdida de algo más de 2% en Australia luego de una lectura apocalíptica de las condiciones de la economía norteamericana.
Es más, la relativa sobriedad de asiáticos y europeos frente al progresivo contagio de la crisis subrime tampoco resistió la tentación vendedora (tan comúnmente irracional en Asia) para afiliarse también a una lectura pesimista de las medidas reactivadoras propuestas por el gobierno de la primea economía del mundo. En efecto ni el anuncio de un paquete fiscal de US$ 145 mil millones (una vez y media el PBI peruano) ni un fuerte y próximo recorte de las tasa de referencia del FED (que, a finales de mes debería situarse en 3.75%) bastaron para convencer a los corredores de bolsa de que la recesión podía ser mantenida a raya en Estado Unidos.
Tan extraordinaria desconfianza derrumbó de un solo golpe la teoría (o la esperanza) del "desacoplamiento" que sugería que una crisis económica en Estados Unidos podía ser contrarrestada por la perfomance de las economías emergentes y por los mercados regionales asiático y europeo.
En efecto, si la importancia atribuida al efecto de arrastre global de las economías china e india se deshizo en unas horas desde la perspectiva bursátil, la confianza en que las medidas antinflacionarias del mercado europeo podían surtir efectos al margen de las medias fiscales norteamericanas también colapsó frente a la neurosis de los inversionistas (y el cálculo especulativo de quienes recolocarán sus fondos).
Así, si hoy nadie creyó que las medidas norteamericanas podrían revertir las pérdidas bancarias, el ajuste del crédito, la escasísima creación de empleo, la acumulación de malos resultados empresariales y la reducción del consumo en el último cuarto de año, los agentes bursátiles fueron aún más escépticos sobre la capacidad locomotriz de las grandes economías asiáticas y sobre la parsimonia del Banco Central Europeo.
Allí están las cifras: las mayores pérdidas se han registrado en las bolsas de Shangai (-7%), de Bombay (-7.4%) y de Hong Kong (-5-5%). A ellas se agregan las de Tokio (-13% en el año). Las pérdidas europeas siguieron en los alrededores de -5%/-7% por plaza. Ello contrastó con las pérdidas del Dow Jones -2.46%, el Standard and Poor's (- - - -2.91%) y el Nasdq (-1.9%) (al respecto debe considerarse, sin embargo, que las pérdidas cuantitativas de estos menores porcentajes son mayores que las de los demás por el tamaño de la economía norteamericana y la pérdida acumulada de los mencionados indicadores).
Pero esta caída generalizada -que mañana o pasado podría definirse como una corrección- no sólo mostró el exceso voluntarista de la tesis del desacoplamiento. También puso en evidencia la impaciencia con ciertas realidades de las políticas fiscales y monetarias en grandes y complejas economías como la estadounidense. Una de esas realidades es la que mide la "curva J" que define cuánto demora una medida en dar plenos resultados en ese tipo de mercado (entre un año y año y medio). Para los agentes del mercado eso podía ser demasiado tiempo hasta para la definición "técnica" de recesión (una contracción de dos trimestres seguidos).
Si fuera posible todavía que Estados Unidos evite una recesión "técnica", luego de lo ocurrido ayer resulta claro que los especuladores (mucho de los cuales que van a ganar aprovechando las brechas y los diferenciales abiertos) no van ayudar a ese propósito. Hoy el rédito está en apostar ya no contra el dólar sino contra la primera economía a escala global aunque mañana la ganancia pudiera estar en alineamiento con la racionalidad de la superpotencia.
Esta apreciación no discute la mala calidad de la política económica del Presidente Bush (llevar a cabo una guerra mientras se rebajan los impuestos, por ejemplo) sino la conclusión de que los fundamentos de esa economía están podridos.
Frente a esta situación, resulta indispensable que los responsables de las grandes y medianas potencias económicas restauren la voluntad de coordinación entre ellas si no desean que la anarquía del mercado termine causando estragos que dilaten aún más la recuperación. Los responsables de las pequeñas economías como las nuestras ciertamente podrían ayudar en ese empeño a través de los foros regionales o reuniones entre Estados de vocación afín (con posterioridad debería discutirse la calidad de los regímenes financieros en el siglo XXI).
Ese esfuerzo coordinador es tan razonable como el ánimo de lucro de inversionistas de potencias emergentes que hoy inundan, con inversión extranjera directa, la plaza norteamericana para comprar barato activos hasta hace poco inaccesibles a través de fondos soberanos (lo que es un "voto" a favor de esa economía según el sentido común).
Por lo demás, si esa nueva orientación de los flujos de inversión complementa las decisiones especulativas de los agentes bursátiles en las dimensiones que acabamos de presenciar sin que nadie se proponga un reordenamiento, las pequeñas economías como la peruana se verán en serios y novedosos problemas. Por ello resulta indispensable realizar hoy todos los esfuerzos de coordinación y de prevención colectiva de mayores deterioros globales en los foros correspondientes.
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