Justo cuando el FMI revisaba hacia arriba el crecimiento global (de 4.9% a 5.2%) y la Cepal reportaba optimistamente la perfomance latinoamericana (5%) y suramericana (5.7%) del 2007, la caída más alarmante de la bolsa de valores neoyorquina en el último quinquenio impactó los mercados bursátiles globales. Aunque la fuerte alteración de la tendencia alcista en las bolsas de valores estuvo lejos de revertir las ganancias del año -y su impacto en el Perú fue relativamente menor- sí redefinió, multidimensionalmente, la percepción de riesgo de los inversionistas.
En efecto, éstos no sólo confirmaron la realidad de la crisis del mercado hipotecario norteamericano sino que elevaron la alerta sobre su impacto en el mercado crediticio e incrementaron su temor al contagio de otros mercados.
De esta manera la volatilidad financiera se hizo presente con renovada hostilidad global luego de ser identificada por el FMI sólo como uno más de los disminuidos riegos de la economía mundial. Aquélla, ligada a la baja calidad de los créditos hipotecarios y listada junto con los riesgo referidos a presiones inflacionarias, el incremento del precio del petróleo (hoy cercano ya al récord de US$ 78.40) y a restricciones de la oferta, había reducido su perfil en la evaluación del FMI. Y lo había hecho de una manera equivalente a otros peligros (como los desbalances globales) que no habían logrado impactar el actual ciclo expansivo de la economía mundial.
Como resultado de la crisis, se observó el incremento del precio de los bonos del tesoro norteamericano y la reducción de sus rendimientos producto de la tendencia a la venta de papeles bursátiles y de la fuga de los inversionistas "a los mercados de calidad". Esa dinámica fue acompañada del abandono de los "bonos basura" ligados a la securitización de hipotecas de alto riesgo. Como consecuencia, los bonos de países emergentes incrementaron el spread con los del Tesoro norteamericano y aumentó en ellos el riesgo-país.
Pero el fenómeno más peligroso fue la percepción colectiva sobre el posible encarecimiento del crédito y el riesgo de una fuerte contracción del mismo. Ello ha incrementado, con intensidad aún no definida, la expectativa de una reducción de las tasas de interés del FED en el futuro no lejano (que el FMI ya recomienda).
Según ciertas publicaciones (International Herald Tribune, The Economist) la caída se materializó a partir de una combinación de reportes de ganancias inferiores a las esperadas por grandes corporaciones como Exxon (que sin embargo, siguieron siendo inmensas y multibillonarias) y de obstáculos a la obtención de capitales apalancados para grandes proyectos de adquisiciones corporativas (Chrysler) en un contexto de desaceleración de la economía norteamericana y de explosión de la burbuja hipotecaria.
Sin embargo, los temores de que la economía norteamericana siguiera empeorando fueron rápidamente desmentidos por el reporte de su repunte en el segundo trimestre y por las seguridades del Secretario del Tesoro de que la crisis podía ser revertida. Ello calmó los mercados aunque el Dow Jones, que la semana anterior había superado la barrera de los 14 mil puntos perdió hasta hoy casi 700 aunque en un contexto de ganancias que este año bordean el 6%. La consecuencia: el mercado asumió la caída calificándola como una corrección bursátil que podría implicar también una corrección de liquidez.
En lo que toca al Perú, esta crisis ha ocurrido con posterioridad a que el Banco Central anunciara que estaba tomando medidas preventivas frente a un eventual deterioro del contexto externo y de que nuestras exportaciones a los Estados Unidos se desaceleraran considerablemente este año (20% menos que en el 2006 explicada por algunos por la reorientación de las exportaciones de productos básicos a otros mercados y por la demora en la aprobación del TLC). Por lo demás, en julio la Bolsa de Valores de Lima cerró con ganancias generales superiores a 4% revelando que la imperfecta inserción global puede ser, circunstancialmente, también un factor atenuante en la transmisión de crisis.
Casi una semana después del inicio de la "corrección", los escenarios financieros y bursátiles globales parecen más calmados (aunque una nueva caída se ha producido en los mercados asiáticos) y el ciclo de expansivo de la economía global no parece haber sido mayormente afectado (aunque habrá que esperar próximas evaluaciones para ratificar este diagnóstico).
En este contexto, es evidente que la volatilidad financiera ha devenido en un riesgo mayor para la economía global y, por lo tanto, para la perfomance de economías pequeñas como la peruana (a pesar de la imperfección de su conectividad). Ese riesgo podría agravarse si la afluencia del crédito se recorta mediante incremento externo de las tasas de interés (el caso de los bonos norteamericanos), el requerimiento de garantías crediticias más sofisticadas y de eventualidades como, por ejemplo, una eventual retracción de la industria de la construcción (que revelaría el desborde de la crisis hipotecaria).
Aunque los agentes económicos se han acomodado a la nueva situación, es prudente adoptar medidas para que el crecimiento económico nacional no se vea afectado y contraríe los objetivos económicos de mediano plazo anunciados por el presidente García. Para asegurarse que éstos se cumplan es necesario evaluar las decisiones económicas inmediatas en el marco de un optimismo más realista a la luz de las nuevas circunstancias. Si esa es la mejor receta para seguir estimulando la inversión y evitar el pesimismo financiero, quizás el Banco Central pueda considerar una reducción de intereses referenciales en línea con la reacción de sus pares externos. En todo caso, los fundamentos de la economía peruana son suficientemente sólidos para afrontar cualquier schock externo negativo siempre que éste sea moderado.
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