8 de enero de 2024
Aunque el 2023 terminó con una cierta dosis de optimismo debido a los compromisos de cooperación multilateral logrados por la COP 28 en diciembre último, el 2024 no será un año de entusiasmo signado por grandes expectativas de crecimiento o de estabilidad política globales.
En efecto, al muy lento crecimiento de la economía internacional que estima la ONU se agrega un contexto de mayor competencia sistémica, de sostenimiento o escalamiento de la conflictividad, de creciente fragmentación antiglobal y de debilidad del orden internacional en el que los intercambios económicos parecen crecientemente marcados por la intereses estatales.
La incertidumbre general incluye a los parámetros conceptuales de comprensión de la problemática que vivimos. Así, la ONU sigue calificando de “recuperación” económica los términos actuales de marcada desaceleración, mientras que altos funcionarios del FMI emplean terminología que les es impropia (“Guerra Fría”, p.e.) para enmarcar proyecciones de seguridad inciertas.
En el primer caso, de manera contraria a la “recuperación” señalada la estadística de los organismos multilaterales establece que la perfomance de la economía global viene deteriorándose en términos generales. En efecto, si en 2022 ésta creció 3.2% (FMI), en 2023 habría registrado un preocupante 2.4% (ONU) con expectativas de un 3% recién en 2025 (BCRP) aunque siempre por debajo del promedio de 3.8% del ciclo 2000-2019. Y si la curva de deterioro se revierte lentamente en un par de años lo hará, en apariencia, para marcar un etapa de bajo crecimiento. Ello a pesar del exitismo reinante sobre innovación tecnológica y acumulación de capitales que, a contramano de la difusión general esperada, podría sugerir nuevos términos de concentración en la titularidad de esos factores de producción y de fragmentación en su uso.
Dicha concentración está fuertemente correlacionada con la renovada contienda de capacidades estatales entre grandes potencias que se refleja ya en los declinantes flujos de comercio e inversión.
En efecto, en 2023 el comercio global decreció alrededor de -4.5% (UNCTAD) con dos características bien marcadas. La primera indica que la contracción se produjo más en el sector de bienes (-7.5%) que en el de servicios (que se incrementó en 7%). Y la segunda muestra que el deterioro se produjo mucho más en el comercio entre países en desarrollo (-6% las importaciones, -7% las exportaciones) que entre países desarrollados (-4% las importaciones y -1% las exportaciones) con el comercio general “sur-sur” cayendo -8%.
La relativa concentración del crecimiento del comercio entre países desarrollados en medio del deterioro general, pareció, además, marcada por una fuerte influencia geopolítica. En efecto, si la tasa de concentración del comercio ha ido creciendo a lo largo del año hasta alcanzar niveles cercanos al 5%, le tendencia a que ésta ocurra entre economías manejadas por estados ideológica o geopolíticamente próximos (“friendshoring”, que ha alcanzado una tasa de 2%) supera a la que ocurre entre mercados físicamente próximos (“nearshoring”) (Idem). Ello muestra que la fragmentación antiglobal está más influida por la renovada confrontación geopolítica que por una desglobalización inercial (que es también parte del problema).
Ello se refleja en el incremento del comercio entre aliados y el deterioro entre contrarios. Así los intercambios entre Estados Unidos y la Unión Europea, entre la Unión Europea y Ucrania y entre China y Rusia crecieron 1.3%, 10% y 8%, respectivamente en términos interanuales hacia el 3er trimestre 2023. Y el deterioro ocurrió entre Estado Unidos y China, Rusia y la Unión Europea y entre China y Taiwán en -1.8%, -6.4% y -2-2%, respectivamente (UNCTAD).
Esta creciente influencia de la geopolítica en el comercio mundial preocupa explícitamente a funcionarios del FMI en tanto manifestación (incierta para ellos) de una supuesta nueva Guerra Fría que afecta a la economía. Si el FMI parece equivocado en la comprensión del concepto “Guerra Fría”, su preocupación está bien fundada. Pero lo estaría mejor si se refiriese a la emergencia de un nuevo mercantilismo que, cada vez con más fuerza, da cuenta de la quiebra del consenso liberal que se impuso a finales de siglo pasado.
Para países pequeños como el Perú ello indicaría que es necesario renovar los mecanismos de integración regional sustentados en un firme piso de comercio. Pero ello será extremadamente difícil en el ámbito subregional si se considera que las exportaciones intrazona de la Comunidad Andina equivalían en el 1er semestre de 2022 a apenas al 6.1% del total luego de 54 años de experiencia mientras que las de la Alianza del Pacífico (que se presume mucho más exitosa) registraron en ese período apenas una participación de 2.7% (y el MERCOSUR, que es un mercado mucho más grande, da cuenta de sólo 10.1%).
Ello indica que, más allá del esfuerzo que se haga por reanimar esos mercados, es más importante prestar atención al comercio intra-latinoamericano que absorbe 26% de las exportaciones andinas y que es nuestro principal espacio de influencia económica real. Sin embargo, bajo los parámetros actuales parece más importante todavía, dinamizar el comercio con nuestros socios extrarregionales que absorben alrededor del 80% de nuestras colocaciones.
En efecto, si la geopolítica marca en alguna muy desmejorada medida los flujos de los acuerdos de libre comercio del Perú con Estados Unidos y la Unión Europea, éstos debería ser potenciados por su dimensión estratégica (arraigo histórico, principales importadores de bienes y productos agropecuarios y proveedores de capital) sin perjuicio de los de la APEC (cuya dimensión geopolítica debe ser mejor priorizada entre los países con los que se tiene o negocia acuerdos de libre comercio).
Sobre el particular es necesario tener presente que si, por ejemplo, México se beneficia inmensamente de la nueva influencia geopolítica extrarregional en el comercio (la rivalidad sino-norteamericana) y ésta se suma a su proximidad física con Estados Unidos, en el Perú no ocurre lo mismo. Perú no sólo carece de un mercado vecinal absorbente sino que, distancia marítima de por medio, es crecientemente dependiente de un mercado chino que se desacelera, y cuya dimensión geopolítica es marcada especialmente por el comercio de minerales. Por lo demás, su cuestionable dimensión estratégica es correlativa a nuestro progresivo desalineamiento occidental y a nuestra precaria capacidad e identidad internacionales. Y es estimulada por la vocación china por incrementar zonas de influencia.
De otro lado, es evidente que la atención al escenario extrarregional debiera redoblarse en términos de atracción de inversiones. A pesar de que los flujos de inversión global, que cayeron -12% en 2022 (y que no se deben haber recuperado en un escenario de mayor desaceleración económica en 2023), Estados Unidos y la Unión Europea siguen siendo las principales fuentes de inversión extranjera en la región (CEPAL).
Ello ocurre a pesar de que los flujos de inversión se han concentrado especialmente entre países desarrollados triplicando las inversiones que se dirigieron a los países en desarrollo en 2022. Es más, al margen de que América Latina superó como destino sólo a África (bien por debajo del Asia en desarrollo, Norteamérica y Europa), la concentración también opera en el área: en 2022 los destinos principales fueron, por lejos, México, Brasil y Chile. En un marco de creciente influencia geopolítica y de concentración de inversiones no parece sensato optar por la creciente y más descentralizada inversión china sin promover adecuadamente la muy prevaleciente inversión de origen occidental.
Para afrontar este complejo escenario es necesario comprender que la precariedad de nuestra situación económica no debe llevar a esfuerzos desesperados de captación indiscriminada. En efecto, la fuerte contracción económica que afecta al Perú forma parte de un fenómeno generalizado en la región. Si, según fuentes locales, nuestra economía se contrajo -0.5% en 2023, ello ocurrió en un marco de declive suramericano (que apenas creció 1.5% por debajo del promedio latinoamericano de 2.1%) y mundial (3%). En ese escenario, los andinos Chile, Colombia, Ecuador y Bolivia crecieron apenas entre 0.1% y 2% y en el MERCOSUR, descontando la fuerte contracción argentina, Brasil sólo creció 1.6%. Si la problemática es conjunta, la promoción individual está ciertamente justificada. Pero algún tipo de coordinación debe poder establecerse entre los países del área para confrontar este pésimo momento. Especialmente si el valor geopolítico de la región, salvo en casos singulares, está sumamente degradado justo cuando esa condición cuenta más en el mundo. Antes que en el Pacífico chino, éste debe empezar a resolverse en el Pacífico americano y del denominado Indopacífico.
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