10 de marzo de 2005
La incidencia de la retórica en política suele ser ambigua hasta que la retórica deviene en la política. Si ese tránsito demagógico es augurio de desorden en el ámbito interno, en el internacional pronostica conflicto adicionalmente complicado por la influencia de la irracionalidad. Lamentablemente la relación entre Venezuela y Estados Unidos, hoy basada en el escalamiento verbal, ha ingresando a ese campo contencioso que perjudica el vínculo interamericano. Así, mientras la Secretario de Estado norteamericana se limita a definir al régimen venezolano como una “fuerza negativa” en la región, el presidente Chávez enardece el verbo antimperial esgrimiendo el arma del petróleo considerando que Estados Unidos “alienta, planifica o permite” su eventual derocamiento. Al calor de ambas expresiones devenidas en políticas y en percepciones incompatibles, América Latina está ingresando a un escenario cada vez más polarizado entre el viejo activismo ordenador norteamericano y un renovado antiimperialismo que complica el progreso interamericano observado hasta el 2000. Si este proceso se agudiza, América Latina no saldrá beneficiada, su influencia regional será mermada por el conflicto intrahemisférico, sus miembros se dividirán entre pronorteamericanos y suramericanos radicalizados, sus regímenes –como el de la defensa colectiva de la democracia representativa- serán cada vez más inaplicables y su inserción en Occidente se debilitará. Es verdad que a ello contribuye Estados Unidos desde que la famosa arenga del 12 de setiembre (“están con nosotros o con los terroristas”) marcó el comportamiento global de la superpotencia. Ésta cubrió de inflamada retórica antiterrorista una relación hemisférica explícitamentre coincidente en valores liberales, contribuyó a restar pragmatismo a proyectos económicamente complementarios (como el original ALCA) y ayudó a que la tradicional postergación latinoamerican en la política exterior de Estados Unidos adquiriera una renovada dimensión estratégica (América Latina fue subordinada a las prioridades del Medio Oriente y del Asia). Lamentablemente el poder de la retórica de la Casa Blanca no ha sido aún contrarestado por el esbozo de una política exterior hacia la región que el Subsecretario de Estado para Auntos Hemiféricos, Roger Noriega, sustenta en cuatro pilares (democracia, progreso, bienestar y seguridad) y la señora Rice en el primer círculo de influencia norteamericana; desde México hasta Colombia). Éstos, por su generalidad y estrecha circunscripción, parecen frágiles para sustentar una estructura de relación sofisticada que, por lo demás, no existe en el papel visible de la segunda administración Bush. Ello obliga a que el derrotero racional de esa política general, ambientada en la retórica, sea nuevamente compensado por la especificidad de cada relación bilateral que, por su naturaleza, no tiene demasiado perfil público. En ese contexto la estridente retórica chavista campea. Ésta no sólo se muestra agresivamente antinorteamericana en múltiples frentes sino que pretende alumbrar en la región una ideología integracionista conceptualmente polarizante (la idea de Suramérica como un núcleo de poder desprendido de Occidente) y metodológicamente paralizante (la inhibición del consenso en agrupaciones elementales como la CAN). Ello ocurre además, en un contexto global de vulnerabilidad energética (que induce al señor Chávez a esgrimir el “arma del petróleo” como en los peores momentos de los 70), en uno bilateral de regresivas “alianzas estratégicas” venezolanas (desde la “defensiva” con Cuba hasta la los acuerdos bilaterales tipo trueque –p.e. petróleo por alimentos-) y en otro de apoyo creciente a actores fragmentadores de la viabilidad de ciertos Estados suramericanos (como en el caso de los miembros de las FARC en Caracas o del señor Morales en Bolivia). La retórica del señor Chávez comanda este conjunto de disfuncionalidades. En el campo militar ésta se expresa en la potenciación de la fuerza armada venezolana, en su proyección sobre Colombia, el Caribe y Centro América y su vinculación con Rusia y China con objetivos que superan largamente los del mero aprovisionamiento. A ello añade ahora una doctrina de defensa que no sólo incluye escenarios de invasión norteamericana a Venezuela sino a Cuba. El presidente Chávez no sólo asegura resistencia hasta el fin en el primer caso sino participación activa en el segundo. En consecuencia, como ningún otro Estado en la región, Venezuela está estableciendo que uno de los fundamentos de su posición estratégica consiste en la consideración de Estados Unidos como enemigo. No es ésta la posición del resto de América Latina que sabe distinguir entre la retórica del presidente Bush y los interes regionales de largo plazo que establecen que, en materia de seguridad, si no comunes, son complementarios. Ello se refleja en un amplio rango que va desde la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico hasta la activación de regímenes de seguridad colectiva (el caso del liderazgo del Brasil en la puesta en marcha del TIAR en el caso de la acción norteameriocana en Afganistán). Por lo demás, seguir el rumbo que plantea el señor Chávez bloquearía la posibilidad regional de incrementar su influencia contribuyendo a la solución de conflictos extraregionales (especialmente, en el Medio Oriente) y complicaría su eventual presencia en esas áreas si se alineara con actores antagónicos (recuérdese los propósitos y oportunidad de los viajes del señor Chávez a Irak y a otros países de esa zona). La traducción de esa posición en la región constituye un problema de seguridad para sus miembros. El hecho de que nuestras autoridades no lo deseen definir oficialmente así no quiere decir que no lo perciban de esa manera. De otro lado, en materia de defensa de la democracia representativa en la región la retórica “antintervencionista” del señor Chávez ha marcado el declive de la aplicación de los regímenes consecuentes en el área. En efecto, si bien el presidente venezolana ganó limpiamente las elecciones presidencial de 1998 y el referendum del 2003, el hecho es que su gobierno ha concentrado extraordinariamente el poder, excluido a la oposición y legislado ambiguamente sobre el ejercicio de libertades fundamentales. Este comportamiento político ha seguido a la retórica hasta el punto del cuestiononamiento del principio básico de la “cláusula democrática” que el conjunto latinoamericano ha suscrito: no constituye violación del principio de no intervención la preocupación de las democracias regionales por la vulneración democrática en uno de sus miembros. De allí que la OEA decidiera aplicar benignamente el régimen en la criris que afligió Venezuela en el 2002 y recomendara sólo una solución constitucional, democrática, pacífica y electoral de la misma (RES CP 833). El debilitamiento de la voluntad colectiva para tratar este tipo de problemática se ha intensificado, como lo muestra el caso de Bolivia a propósuito del cual el régimen andino ni siquiera ha sido invocado. En buena cuenta ello se debe a la indisposición venezolana que, siguiendo la retórica del señor Chávez no sólo considera que el principio en que se fundamente la cláusula democrática no sólo es inaplicable sino que es aplicable al revés: el resplado a líderes disfuncionales como el señor Morales y sus organzaciones no violan, a su juicio, el principio en cuestión. Finalmente vale la pena considerar la retórica chavista en materia petrolera en momentos de creciente vulnerabilidad frente a la escalada de precios del crudo. Como si se tratara de un exportador en los albores de la OPEP el señor Chávez ha sostenido que la época del petróleo barato se ha acabado. Con la misma irresponsabilidad retórica que llevó al mundo a la crisis petrolera de los 70 y a América Latina al pozo de la deuda, el presidente Chávez estima que los precios deberán establecerse entre US$ 45 y US$ 50 cuando hasta hace tres años la OPEP estableció la franja de US$ 22-US$ 28. En lugar de estimular la estabilidad, su retórica entusiasma a los especuladores para empujar el precio a US$ 53, bastante por encima de lo que el crecimiento de la demanda justifica. Y en ese contexto anuncia, además, que podría desabastecer al mercado norteamericano si su país fuese atacado o él sufriera alguna agresión como si eso fuera posible (salvo que esté pensando en Cuba). Como se ve, la retórica beligerante no sólo llega aquí a extremos de irracionalidad no vistas en ningún miembro de la OPEP sino que afecta directamente la economía regional (incluyendo a los exportadores) que pagaría las consecuencias si la economía norteamericana regresionara a las épocas de inflación y estancamiento. Es más, para compensar la irracionalidad, y ganar inflluencia en el proceso, el señor Chávez se apresura a suscribir convenios-trueque de petróleo por alimentos como los formalizados con Argentina y Uruguay. En eso consiste la solidaridad bolivariana que inspira también a líderes como el señor Morales. Los países de la región no pueden dejarse llevar por la retórica chavista originada en su confrontación con la retórica norteamericana sin comprometer sus intereses vitales. Sus ciudadanos, específicamente los de izquierda, no deben permitir la expopiación de sus planteamientos políticos por este irracional y sistemático, bombardeo verbal.
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