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Alejandro Deustua

La Reelección de Cristina y el Kirchnerismo

La Presidenta Cristina Fernández ha sido reelecta y su mandato potenciado como quizás no había ocurrido desde que Perón fue reelegido también en 1973 con 60% de los votos. Pero quizás la Presidenta argentina haya superado, en términos cualitativos, esa marca si se considera que ahora controla las dos cámaras del Congreso, consolida el poder sobre el 75% de las provincias y no encuentra al frente oposición significativa ni coaligada.


De esta realidad exultante para la ganadora podría concluirse que la versión actualizada del peronismo ha potenciado su carácter de partido de masas (El País estima que el 70% del voto argentino es “peronista”). Sin embargo, teniendo en cuenta la realidad faccional de ese partido-movimiento y la atomización jibarizada de la oposición (en la que, por ejemplo, el tradicional Partido Radical obtuvo apenas 11% de los votos) quizás estemos más frente a un escenario electoral en el que la ciudadanía, reconociendo por anticipado el triunfo kirchnerista (una realidad mostrada en las primarias de agosto pasado), decidió apostar a ganador, no sacrificar su voto y beneficiarse de lo que quede del crecimiento actual (8.3% proyectado para el 2011 por la CEPAL aunque ya corregido hacia abajo) y de las ventajas del mercado nacional estimulado adicionalmente en circunstancias de crisis externa. Eso se llama “opción racional”, no militancia necesariamente.


En el ámbito externo el abrumador resultado ha sido quizás menos destacado por las tradicionales felicitaciones de los gobernantes latinoamericanos y de algunas europeos (los presidente Sarkozy y la Canciller Merkel) que por las felicitaciones del futuro Presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy (principal opositor de José Luis Rodríguez Zapatero y en las antípodas de las políticas peronistas y de lo que éstas representan) y por el Presidente Obama que, no obstante una serie de incidentes ocurridos con la de Argentina, ha solicitado una reunión bilateral con la Presidenta Fernández que debe realizarse durante la próxima cumbre del G20.


En este escenario la legitimidad del redoblado mandato de la Presidenta Fernández plantea dos cuestiones fundamentales: el carácter del peronismo contemporáneo y la influencia de Argentina a partir de ahora.


La primera cuestión se plantea bajo una nueva denominación: el kirchnerismo como variación peronista. Como es evidente, ésta modalidad de nacionalismo argentino, de su forma de gobernar y de sus relación con “las bases” deriva del expresidentes Néstor Kirchner a quien la Presidenta reconoce principalísima tutela política.


Sus políticas mantienen la vigencia de la prioridad autonómica limitada por las realidades de la interdependencia. Pero ésta se expresa menos en la sustitución de importaciones que en la valoración heterodoxa del consumo interno (mediante subsidios a la provisión energía, control de precios de los alimentos y reorientación de la exportación al mercado interno a través de impuestos a la ventas externas -el caso de la carne, p.e.-). Ello va acompañado de una política monetaria relajada, un tipo de cambio aparentemente subvaluado bajo flotación administrada y una política fiscal hiperactiva con alta inversión en infraestructura sustentada, a su vez, en mayores impuestos e ingresos derivados de los altos precios de los commodities (especialmente, de la soya).


El resultado es un descenso del desempleo (a 7% en el 2010 luego de que la crisis del 2001 lo llevara a siderales 25%/30%), un crecimiento del PBI entre el 2003 y 2009 que no bajó del 8% (y, luego del hipo del 2009, se reanimó al 9.2%). Ello se ha sustentado en altas tasa de inversión (24% en promedio entre el 2005 y 2010, buena parte de la cual proviene de reinversiones), de ahorro (CEPAL) y de inflación (que se estima en los alrededores del 25% en gran contraste con el 11% oficial del 2010.


La discrepancia sobre este último rubro está en la base de la desconfianza externa hacia las cifras oficiales de la economía argentina derivadas, de un lado, de la manipulación de la contabilidad (en el caso de la inflación, tema que los privados están prohibidos de cuantificar, y en el de las inversiones, donde se estaría incluyendo rubros que normalmente se contabilizan como gastos) y del otro, del manejo de la deuda.


La gestión de esta última se encuentra en los orígenes del modelo cuando Argentina, luego de que la paridad fija del peso con el dólar (el Plan de la Convertibilidad) no soportara, en el 2001, las presiones de la desconfianza (salida de capitales), las obligaciones externas, la falta de ingresos y la falta de apoyo externo.


Ello condujo al caos económico, a la explosión de los niveles de desempleo y de pobreza y a uno de los más grandes defaults previos a la crisis actual: Argentina, uno de los más importantes ofertantes de bonos, decidió una “quita” en la deuda externa equivalente a 35 centavos por dólar. Las consecuentes dificultades de retorno de la Argentina al mercado de capitales (entre los que se encuentran el anuncio de veto norteamericano a los créditos del Banco Mundial y del BID y los problemas con el Club de París) aún están presentes a pesar de haberse recurrido a un renovado canje de instrumentos para los acreedores que no se habían acogido al primer canje del 2005.


El modelo autárquico del primer peronismo se contextualizó en la fricción política con Estados Unidos y el Reino Unido pero no con los mercados internacionales. Ese modelo, por lo demás, se flexibilizó en el segundo mandato de Perón. Éste no parecer ser el caso del kirchnerismo. Bajo estos parámetros es fácil comprender la ansiosa disposición de Venezuela y los países del ALBA para relacionarse con Argentina bajo condiciones de comercio administrado (lo que incluyó ciertas versiones de trueque no sin grandes problema de cumplimiento posterior).


Ello ciertamente no explica la relación fundamental que mantiene Argentina con Brasil y que constituye el núcleo comercial más importante de Suramérica. Luego de la aproximación lograda por los presidentes Alfonsín y Sarney en 1988 y de la fundación de MERCOSUR los niveles de integración comercial argentino-brasileña han crecido extraordinariamente a partir de la cuasi inexistencia hasta acerca de US$ 33 mil millones en el 2010 incluyendo los sofisticados mercados automotriz, aeronáutico y de hidrocarburos.


Si se tiene en cuenta que el 24% del comercio intrarregional latinoamericano compete al MERCOSUR (BID) y que los socios principales de esa agrupación son Argentina y Brasil (vs 10% en la CAN) se tiene un orden de magnitud de la importancia de ese núcleo comercial (que, sin embargo, está lejos del 50% del norteamericano). Sin embargo, en ese comercio la asimetría reina a la sombra del 70% de las exportaciones con que Brasil predomina en el MERCOSUR la mayoría de las cuales se orientan hacia Argentina. Sobre este punto las discrepancias y fricciones son constantes (Bouzas). Pero la vitalidad del mercado brasileño para las exportaciones argentinas está fuera de discusión al punto de que el déficit argentino parece tener hoy una menor importancia que la desaceleración de la economía brasileña para los agentes económicos ríoplatenses.


Por lo demás, dado que la historia de competencia geopolítica entre estos dos países fue oficialmente “cancelada” en 1988, el hecho es que Argentina quizás padezca la dimensión de la influencia brasileña en la región pero no parece discutirla. Confrontada con la realidad del poder del vecino y las oportunidades que éste ofrece, Argentina ha optado por priorizar el MERCOSUR como centro de gravitación conosureño desde el cual proyecta una inserción que, sin embargo, quizás sea menos intensa en el mundo que la que procuran su vecino mayor y Chile. Ello aviva en Argentina quizás una particular percepción de la integración regional a la que añade la vieja retórica hispanoamericana (no compartida necesariamente por Brasil) de la Patria Grande.


Hacia el 2004 ésta visión no excluía necesariamente al ALCA. Pero las ambigüedades brasileñas, la corrosiva hostilidad venezolana y quizás la tradición de inestabilidad en la relación entre Argentina y Estados Unidos contribuyeron a que este proyecto sensato no se articulara. Argentina perdió así una carta hemisférica que, a su vez, debilitó su influencia en la región arrinconándola en el Cono Sur a pesar de su participación en grandes proyectos de integración física (como el IIRSA) y la relevancia creciente, pero aún débil, del UNASUR.


El kirchnerismo no sólo no pudo superar este escollo (como tampoco pudo el peronismo original) sino que, además, ahora carece de la “tercera posición” a cuya frustración se sumó después la de su criticada relación con la OTAN. En lugar de ello, ha optado por esfuerzos de seguridad colectiva asociado a Chile que genera confianza pero no influencia propia.


Argentina ciertamente no está aislada, pero su mala relación con los mercados globales, su marginalidad en la estructura BRIC y su escasa oferta integracionista no le ofrecen las mejoras cartas en el ámbito global (el G20), en el de las potencias emergentes y en el amplio escenario regional. A esta posición, organizada en torna la gran prioridad de la reconstrucción interna, ha contribuido la expresa despreocupación de Néstor Kirchner por los problemas globales.


A la luz de la crisis sistémica por la que transita el mundo, quizás la segunda presidencia de la señora Fernández ayude a cambiar este estado de cosas. Las señales hasta ahora son, sin embargo, de continuidad. Y esperamos que no sean luego de retroceso bajo la influencia remembrante de ciertos afiliados a Perón cuyo nombre ya ilustra una de las nuevas facciones peronistas.



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