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Alejandro Deustua

La Política Exterior en el 2007

En el 2007 muestra política exterior ha contribuido a consolidar la dimensión occidental de nuestra inserción extraregional. Ese esfuerzo ha sido, comandado por la promulgación del TLC con Estados Unidos y por el inicio de negociaciones de un acuerdo de asociación y de libre comercio con la Unión Europea en el marco de la CAN. Desde ese nuevo aunque asimétrico posicionamiento en el sistema internacional se desarrollará más rápidamente el proceso de vinculación con el Asia-Pacífico ampliando la condición liberal de nuestra relación con los núcleos de poder y los principales mercados.


En el nivel de las grandes potencias, esa proyección ha sido matizada por una renovada pero aún distante relación con Rusia (a la que, bajo la categoría de "socios", se le reconoció el estatus de economía de mercado) y una más reposada relación con Japón cuya incidencia fujimorista no se ha esclarecido aún.


En el ámbito multilateral, el Perú concluyó su período en el Consejo de Seguridad contribuyendo a mitigar conflictos en África, Medio Oriente y los Balcanes y renovando su compromiso con las fuerza de la ONU en Haití. Sin embargo no se logró establecer una agenda mínima que no fuera una iniciativa a proteger a los niños de la guerra. La debilidad del multilateralismo global contribuyó a esta modestia de resultados.

En el ámbito económico, tal incapacidad quedó demostrada por el nuevo fracaso de la OMC en la conclusión de la Ronda Doha (aunque su Director General, Pascal Lamy, estima perspectivas de éxito para el 2008). La reaproximación del Perú al Grupo de los 22 siguió ese mismo destino que hoy intenta compensar a través de la negociación bilateral de acuerdos libre comercio.


Por lo demás, nuestro potencial político en el multilateralismo ambientalista sigue tan subutilizado como la irracional oposición gubernamental a nuestra adhesión a la Convención del Mar. Esta situación responde al escaso progreso global en el área (un cronograma para redefinir Kyoto) aunque la conciencia sobre los problemas del cambio climático y la necesidad de cumplir con los Objetivos del Milenio está ya establecida.


En el ámbito regional, la orientación liberal del gobierno no ha mostrado mayor interés por revertir la grave fragmentación suramericana cuya animosidad ha alcanzado niveles prereformistas. En lugar de ello se ha involucrado insustancialmente en la Unión de Naciones Suramericanas aunque sin intervenir en la creación del Banco del Sur de inspiración venezolana. Como alternativa esperanzadora se ha abierto el escenario del arco del Pacífico latinoamericano aunque (aún con excesiva tendencia comercialista) y como realidad concreta se ha progresado en la integración física regional (los proyectos IIRSA) aunque sin la velocidad suficiente.


En el ámbito bilateral, la relación con Chile ha complementado normas de protección de nuestros migrantes con una creciente relación económica. La evolución de esa interdependencia, sin embargo, ha padecido los excesos de ciertos inversionistas chilenos que no ayudaron a mejorar el clima de negocios ni a minimizar críticas a la profundización del acuerdo de complementación. Esta nueva realidad ha corrido paralela primero a la esperada decisión de resolver la controversia marítima en la Corte Internacional de Justicia y luego a fortalecer los requerimientos jurídicos de la posición peruana. Si bien los gobiernos del Perú y Chile han decidido reanudar las reuniones 2+2 no han establecido aún mecanismos de control de daños frente a emergencias potenciales derivadas de la inminencia del proceso.


De otro lado, en el marco de la gran inestabilidad andina, la relación con Colombia adquirió un carácter prioritario al que las reuniones presidencias, de cancilleres y ministros de Defensa deben brindar aún mayor contenido. En el mismo curso constructivo se ha ubicado la relación con Ecuador dando hoy ejemplo positivo de la necesidad de diferenciar la política interna de la externa. Una muestra de lo contrario ha sido la relación con Bolivia que sólo ha generado inestabilidad con fuerte concurso venezolano a pesar de que la relación con este último país se normalizara en términos formales.

En cambio la "alianza estratégica" con Brasil se ha mantenido en una especie de limbo del que, aparte de la mitigada presencia de Petrobras, de la lenta evolución de las transoceánicas y de la continua expectativa del SIVAM, no sobresale como debiera una más influyente coordinación económica y política con la potencia emergente suramericana.



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