Si la imprevisión mostrada en la mayoría de los programas de gobierno en materia de política exterior pudiera ser compensada por una relativa abundancia de diagnóstico el programa el señor Humala podría haber brindado un buen servicio a la ciudadanía y al Estado. Lamentablemente, ese diagnóstico y sus peculiares propuestas estructuralistas no otorgan ese beneficio debido a su extraordinaria persistencia en el error propositivo, la insuficiencia conceptual y el anacronismo político.
En efecto, ese programa no contiene una sensata definición del sistema internacional, anuncia medidas de desinserción externa, afirma con falsedad la ausencia de interacción entre países en desarrollo, desinforma sobre la importancia actual del mercado interno en el crecimiento nacional y otorga al Estado un rol sobreprotector en tanto sujeto de una impracticable y más bien conflictiva soberanía absoluta. En resumen, el programa distorsiona la realidad para acoplarla a una propuesta ideológica que, además, es altamente riesgosa.
Por lo demás, bebiendo de la teoría de la dependencia y del estructuralismo cepalino de los años 70 del siglo pasado, ese programa olvida la precisión del interés nacional (marginación inaceptable en un “nacionalista”), margina la realidad de la interdependencia, se aferra a entidades que han mutado (el “tercer mundo”) y opta por obviar la evolución conceptual de la Cepal cuya matriz estructuralista ha variado de “estilo” con el tiempo.
Sin embargo, el programa no está ausente de virtudes. La primera consiste en recordar que existe una estructura económica en el sistema internacional y que, por tanto, existen jerarquías en ella. Y la segunda radica en permitir una discusión eventual sobre política exterior peruana que los demás programas eluden por falta de planteamientos en el sector.
Por ahora nos limitaremos a establecer algunas precisiones al respecto. La principal consiste en reconcordar que la realidad del sistema no es sólo económica, que ésta funciona no sólo debido a la presencia de grandes potencias sino al creciente dinamismo de la interdependencia entre la gran mayoría de sus miembros y que el sistema no puede entenderse sin un contexto que influye en él de manera evolutiva aunque de compleja predicción.
De manera contraria a estos planteamientos el programa del señor Humala implica que la interacción es esencialmente económica, que ésta se asienta en la dependencia y que las transacciones entre los países en desarrollo son impedidas mecánicamente por el sistema como lo sugerían los viejos planteamientos de los años 70 del siglo pasado cuyo intento de materialziación terminó en una confrontación sistémica y con la pauperización de los países latinoamericanos en la década de los 80 de ese siglo. Por lo demás, el programa del señor Humala prefiere aludir a ese “sistema” como el “modelo neolibeal” desconociendo que el “modelo” es sólo la forma en que se presenta una política (no describe un sistema) y que el neoliberalismo al que alude es en realidad el capitalismo visto con los lentes del marxismo que proliferó en la versión latinoamericana de la época en que la elección de Allende y de la revolución cubana intentaron imponer su realidad al conjunto regional con las conocidas y funestas consecuencias.
A ese distanciamiento con la realidad contemporánea (fenómeno que configura una brecha peligrosamente proclive al error y adscrita a la imprudencia), el programa añade la negación de la misma. Como es evidente para todos, la nueva fenomenología de las relaciones internacionales está definida, en alguna medida y en alguno de sus ámbitos, por la importancia de los mercados emergentes. Y éstos se caracterizan, entre otras cosas, por el gran dinamismo de sus mercados internos. Sin ser una potencia como el Brasil, éste es caso del Perú y de otras economías latinoamericanas.
Si bien las exportaciones explican en ellas buena parte de su dinámica perfomance debido al incremento de los precios de las materias primas (que han resultado en términos de intercambio favorables), el ahorro y la inversión nacionales constituyen factores todavía más importantes que las colocaciones externas y que el correspondiente ingreso de divisas y de inversión extranjera en el crecimiento nacional. En ello radica su atractivo para los agentes económicos externos. Y precisamente por ello es que la integración no sólo es factible sino creciente –aunque podría ser mayor- entre las economías regionales que comparten reglas de juego liberales. En efecto, el volumen de comercio intraregional es mayor entre las los mercados peruano, chileno y colombiano no sólo porque son más grandes que el mercado boliviano o el ecuatoriano sino porque las reglas del mercado han permitido la diversificación productiva –aunque de manera incipiente- y complementariedades que permiten generar mercados de escala. Por lo demás, la creación de comercio en ellos es inmensamente superior a la desviación de comercio al revés de lo que ocurre entre los países del ALBA.
Sin embargo el programa del señor Humala insiste en volver al esquema andino en su versión antigua bajo términos de “comercio justo”. Si éste implicara compensación normativa la propuesta no sería mala (es más, el reconocimiento de países de mayor, mediano y menor desarrollo relativo es una realidad desde 1969). Pero el hecho es que su práctica, bajo los términos de la programa del señor Humala, ello denota sólo la más primaria forma de comercio administrado –el trueque o sus modalidades- como lo, ha mostrado en la región el comportamiento comercial de los países que practican el modelo que el señor Humala propone.
Por lo demás, en lugar de recurrir a los recursos que cuenta la OMC sobre trato preferencial (que, siendo más estrechos que el que patrocinaba el GATT, podrían replantearse), ese programa llama a una suerte de imposición global de ese tipo de comercio como si fuera posible y no implicara el inmenso costo del aislamiento. Si el programa del señor Humala estuviera dispuesto a pagarlo ello confirmaría que su propuesta no es de interdependencia -y ni siquiera interactiva- sino de autarquía.
Bajo estos parámetros aislacionistas, el programa se acerca a la realidad regional planteando la profundización de Unasur al margen de cualquier consideración hemisférica o interamericana que no sea el abandono del TIAR (cuya redefinición, por razones de necesidad, debe replantearse en el nuevo escenario internacional) o la mención impresionista a la Carta Democrática. Bajo un programa como el del señor Humala las propuestas de pluralismo político y de rigidización del principio de no intervención en la defensa colectiva de la democracia representativa hace imposible el funcionamiento de ese régimen hemisférico.
De otro lado, el extraordinario desconocimiento de los crecientes vínculos entre grandes, medianas y pequeñas potencias mediante la negociación de acuerdos de libre comercio (cuya proliferación ha llegado a colocar a la OMC en un serio predicamento), mediante acuerdos de seguridad o por predisposición cooperativa para el combate de problemas globales lleva al programa del señor Humala a privilegiar la fantasía aislada del “tercer mundo”. Ello muestra cuán disfuncional sería la política multilateral que emanara de la aplicación de ese programa.
Finalmente debe decirse que, bajo los términos de ese programa, el Estado peruano en lugar de fortalecerse se debilitaría extraordinariamente. La autarquía que emana de su intención política, de su peculiar aproximación al concepto de inserción (que implica emenos participación y desconocimiento de lo actuado) y la confusión de los medios disponibles para “crear” un sistema multipolar -que es producto del devenir sistémico-, son garantía de ello.
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