11 de octubre de 2021
Al cabo de las recientes elecciones federales en Alemania (setiembre 26, 2021) los herederos demócrata-cristianos de Angela Merkel no han podido reemplazarla ni en su dimensión de líder del partido –rol en el que destacaron especialmente Konrad Adenauer como fundador de la República Federal (1949) y Helmut Khöl como gestor de la reunificación del país (1990)- ni como sucesores políticos inmediatos de la República Federal.
Este último rol correspondería eventualmente a una coalición de social-demócratas, verdes y liberales luego del triunfo del social-demócrata Olaf Scholz (exministro de Finanzas de Merkel) sobre Armin Laschet, el candidato de la Democracia Cristiana.
Aunque Merkel no estuvo a cargo de cambios históricos equivalentes a los realizaron Adenauer y Khöl, ella condujo a la República Federal durante largos 16 años y cuatro períodos de gobierno manteniendo la estabilidad alemana y la cohesión europea a pesar de una sucesión de crisis sistémicas (la crisis financiera del 2008-2009 -que debilitó el sistema financiero global y golpeó al euro-; el Brexit que, a pesar de su costo, logró ser negociado por la Unión Europea y el Reino Unido; la anexión rusa de Crimea, que puso en cuestión la influencia de la Unión Europea y el liderazgo alemán en la región; y la mayor ola migratoria desde África del Norte que resultó en el ingreso de un millón de migrantes a Alemania y en la reacción nacionalista en ese país).
En ese contexto disolvente (al que se sumó el rol aislacionista de Donald Trump), Merkel fue considerada la lideresa (o “el líder”) más respetada de Europa -y hasta de Occidente- cuando ésta entidad civilizatoria de alcance global perdía influencia aglutinadora.
En el camino Merkel generó nuevas vinculaciones estratégicas sin deteriorar su centro de seguridad colectiva (la OTAN, alianza que recibió mayores contribuciones alemanas aún insuficientes) que fueron acompañadas por ciertas vulnerabilidades: la energética con Rusia (el gasoducto Nord Stream 2 destinado a incrementar los suministros pero que también incrementó la dependencia euroasiática) y la comercial con China (el principal destino de sus exportaciones después de la Unión Europea que incrementó la capacidad exportadora alemana con saldos favorables de balanza comercial) (Foreign Affairs).
Ello incrementó la proyección de la política exterior alemana y la condujo a posiciones que no fueron unilineales pero tampoco plenamente ambiguas (se gestionó por “cuerdas separadas” según los temas involucrados). En ese proceso la complejidad idealismo-realismo se incrementó fuertemente para Alemania.
De otro lado, la conexión global de esa potencia y la importancia de sus puertos (Hamburgo se ubica en el puesto 19 entre los principales puertos de contenedores) no restó un ápice a su importancia continental como pilar de Europa Central y acceso principal a Rusia (intermediada por “la zona de amortiguación” polaca). Bajo Merkel esas capacidades nunca llegaron a extremos de no retorno o pre-bélico a pesar de la crudeza geopolítica de la crisis ucraniana.
No obstante el riesgo de pérdida de control, el manejo de estos asuntos no escapó a la capacidad de gestión del gobierno alemán (aunque incluyera concesiones políticas, p.e., a las tendencias autoritarias de Polonia y Hungría). Tal capacidad de gestión estuvo en la base del incremento de la confianza que Merkel generó incrementalmente en sus conciudadanos y aliados o socios. A pesar de ello, Merkel no intentó un quinto período gubernamental.
Dada su predisposición pragmática caracterizada por fragmentar los “temas” en problemas puntuales que debían resolverse y por auscultar sistemáticamente el “sentimiento” popular, es posible que ese desistimiento haya derivado de tales usos de gobierno.
Pero si fue así, ¿cómo se explica que no pudiera elegir a un sucesor adecuado luego de la renuncia de su primera opción? La respuesta podría encontrarse en el hecho de que la ciudadanía alemana, cuya composición demográfica ha mutado desde que Merkel asumió el poder, deseaba “cambios” como sostienen interlocutores del Real Instituto Elcano.
Éstos se han reflejado en el ya referido triunfo del Sr. Scholz (25.7%). Si las negociaciones en el Bundestag (Cámara Baja) concluyen en que, habiendo triunfado Scholz y logrado éste, en apariencia, la disposición del Partido Verde (14.8%, un gran avance) y de los liberales (Demócratas Libres) a formar una coalición “semáforo” (debido a sus colores representativos), el Sr. Scholz debería recibir el mandato de formar gobierno.
Ello ocurrirá en un contexto de fuerte fragmentación electoral en el que los principales partidos -la Democracia Cristiana y el Social Demócrata- han sufrido fuertes mermas de apoyo al punto de que pudieran estar ingresando a un preocupante proceso de decadencia (especialmente la Democracia Cristiana que ha padecido la mayor derrota federal desde la reunificación).
La predisposición germana por la “estabilidad” podría revertir ese proceso pero no está claro qué rol externo podría tener Merkel para lograrlo. Mientras tanto, y a la espera de la negociación en el Bundestag sobre quién encabezará el próximo gobierno, Merkel continuará a la cabeza. Ello es bueno para Europa y el mundo.
Pero para Latinoamérica puede ser indiferente. En efecto, las relaciones entre Alemania y América Latina no se definen por específicos intereses estratégicos sino por intereses globales y de cooperación multilateral.
Y en términos económicos, a pesar del interés regional por la inversión alemana (generalmente, materias primas y tecnología), Alemania es fuente sólo del 9% de la inversión extranjera en la región (CEPAL).
De otro lado, sus socios principales socios comerciales en el área no ocupan puestos de avanzada en las interacciones comerciales bilaterales: México se sitúa en el puesto 22 como destino de las exportaciones alemanas, Brasil en el puesto 28, Chile en el 53, Argentina en el 54 y Colombia en el 61 mientras que Perú ocupa el puesto 73 (Außenhandel).
Pero su capacidad industrial y tecnológica, su liderazgo europeo y su rol estratégico en el mundo (que hoy podría ser mayor) la relación con Alemania debería ser más intensa con la región. No lo fue con la Sra. Merkel.
Al respecto se debe recordar que no fue con un demócrata-cristiano sino con un social-demócrata como Willy Brandt que Alemania se acercó más a América Latina por el simple hecho de colocar, en otros tiempos, la relación Norte-Sur entre sus mayores prioridades.
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