Así como el presidente Santos planteó a los colombianos el dilema moral que deberían afrontar para retornar a la estabilidad política (¿“cuánta justicia” debe sacrificarse para recuperar la paz?), los brasileños podría plantearse cuánta corrupción es aceptable para recuperar la estabilidad económica.
La respuesta debiera ser: “cero”.
Pero el hecho es que, más allá de esa respuesta, la estabilidad política está regresando a Colombia y Brasil está reemergiendo lentamente de la recesión.
En efecto, la economía que representa el 60% del PBI suramericano inició el año con dos trimestres de crecimiento consecutivos y proyecta cerrarlo con una performance de entre 0.4% (CEPAL) y 0.7% (FMI) mientras el presidente Temer se atreve a un pronóstico aún más optimista (1%).
Ello pasa por una inflación por debajo de 3%, saludable caída del desempleo, gasto privado al alza, tasas de interés reducidas a 7.4% (vs 14.25% en 2016), riesgo país cayendo de 533 a 239 puntos básicos y la bolsa duplicando su valor interanual (EP).
Por lo demás las exportaciones brasileñas se fortalecieron el año pasado (US$ 185 mil millones) en mercados con fuerte apetito por lo que Brasil ofrece (especialmente en China, que representa 19% de las colocaciones seguida del 13% del total en Estados Unidos).
Una debilidad al respecto podría ser la escasa participación argentina en las exportaciones totales brasileñas (7%) reflejando la precariedad del comercio intrarregional.
Pero con el país de Macri prosperando en todos los frentes (crecería este año 3%) no sólo es probable que el comercio bilateral mejore sino que la integración en el sector industrial se manifieste (ambos países renovaron el año pasado un acuerdo productivo y de libre comercio en el sector automotriz hasta el 2020).
En un contexto en el que el comercio mundial se recupera (3.2%), los intercambios dentro del Mercosur han crecido (28% en el sector automotriz) más que en el resto de la región y con mejores perspectivas para diciembre (CEPAL).
De otro lado, debe considerarse que Brasil pesa más en el Atlántico que en el Pacífico (su comercio con el área andina apenas bordea el 3%).
De allí que la presencia de la inversión brasileña en esta parte del mundo sea el factor central de la vinculación andina con ese país.
Pero su inmensa corrupción ha calcinado ese vínculo. Mientras éste no se depure seguirá inhibiendo transacciones. En esta perspectiva, la recuperación brasileña en sí no beneficiará sustancialmente a esta parte del continente.
El dilema que presentó el presidente Santos a sus compatriotas en relación a las FARC era uno de vida o muerte. Éste no es el caso de las empresas brasileñas generadoras de perversión. Ellas debieran salir del mercado y refundarse. Brasil y sus socios lo necesitan tanto como las reformas que consoliden su recuperación.
Si proceden así volverán a generar progreso regional beneficiando a sus inversionistas y a los mercados receptores. Debemos plantear a Brasil este requerimiento luego de exigirle disculpas a pesar de los copartícipes locales.
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