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  • Alejandro Deustua

La Devaluación del Dólar y La Deuda

A pesar de recompras y “reperfilamientos”, la deuda externa pública peruana se ha incrementado en US$ 2000 millones desde el 2001, según el vice-Ministro de Hacienda (el valor antes conocido era de US$ 3000 mil millones). La dinámica perversa de un refinanciamiento requerido para cumplir con los pagos a costa de intereses cuyos saldos se capitalizan y los requerimientos de un mayor gasto no serían el único motivo. Según el vice-Ministro, una razón paradójica --la devaluación del dólar frente al euro y el yen— consituiría al respecto, un explicación fundamental.


En principio, la devaluación del dólar en una economía involucrada en el “área de influencia” de esa divisa, debería facilitar la adquisición de esa moneda (la apreciación del sol, por el incremento de flujos derivados de mayores exportaciones, lo facilita) implicando un menor requerimiento de soles para pagar la deuda denominada en dólares. Sin embargo, si lo primero resulta en ganancias netas para la economía nacional, el segundo beneficio no se realiza necesariamente para las acreencias en otras monedas. En efecto, si el dólar se devalúa frente al euro, se requerirán más dólares para pagar las obligaciones adquiridas en la moneda europea Y si el efecto cuantitativo de esa relación es de la magnitud indicada, entonces estamos frente a un progresivo shock externo que tenderá a incrementarse, además, de acuerdo al monto y velocidad con que se produzcan las futuras alzas de los tipos de interés que realizará el FED.


Si las crisis monetarias de la segunda mita de los 90 han sido superadas disminuyendo la volatilidad financiera, a la luz de esta coyuntura bien podríamos estar asistiendo a la gestación de otra modalidad de deterioro financiero derivado, esta vez, del debilitamiento de la divisa dominante. Veamos.


Las autoridades monetarias peruanas explicaron el menor impacto relativo de las crisis financieras de de los 90 (la crisis mexicana, la asiática, la rusa y la brasileña) arguyendo la escasa interdependencia con esos mercados. Ello amortiguó, en su percepción, el impacto directo de la crisis en economías pequeñas como la peruana aunque éstas sufrieran el embate del deterioro del contexto económico atribuido precisamente a esas crisis además del que produjo la recesión americana de fines de la década y principios de este milenio. La CEPAL denominó esa época como “la media década perdida” (en realidad, un sexenio) en clara comparación con la “década perdida” de los años 80 originada en la crisis de la deuda y el efecto inmediato de la reforma liberal.


En esa coyuntura, los organismos financieros multilaterales (desde el Banco Mundial hasta el BID) y los regionales (como el Grupo de Río) anunciaron la aplicación inmediata de mecanismos de prevención para atenuar el impacto de crisis futuras. Su recurrencia cada vez más rápida en ciclos cada vez más cortos agregaron drama a unas medidas que nunca se adoptaron de manera muy visible porque quizás no estaban destinadas a tener éxito en una mercado global volátilmente desregulado y en el que los grandes fondos especuladores (los hedge funds a los que la OPEP atribuye una responsabilidad de US$ 15 dólares por barril en el reciente incremento del precio del petróleo ) actuaban con absoluta impavidez. La falta de voluntad del Grupo de los 7 para incorporar instrumentos de estabilización, como lo habían hecho en décadas pasadas, se dejó sentir.


Las crisis financieras, felizmente, cesaron muy probablemente debido a las expectativa decrecientes en la fragilidad de las economías emergentes, al incremento de la disciplina de su manejo (la Argentina y Venezuela son una excepción) y, especialmente, al contexto optimista generado por el retorno del sólido crecimiento a la economía norteamericana y mundial (asistido en menor escala por la perfomance europea y japonesa).


Pero el crecimiento económico norteamericano se fundamentó, entre otros factores, en un fuerte estímulo fiscal (inducido por un sustancial recorte tributario), el crecimiento del consumo y la fuerte expansión del mercado de capitales. La escala del primero ha producido, sin embargo, un fuerte déficit que compromete alrededor del 4% del PBI norteamericano y el segundo, en una propensión a importar estimulante del déficit de balanza corriente cuya dimensión comercial arroja un desbalance histórico proyectado este año a US$ 600 mil millones (The Economist). Ambos, en perspectiva, se consideran insustentables e imposibles de financiar permanentemente con mayor deuda adquirida en el mercado de capitales. Su corrección afectará a los países en desarrollo.


Para comenzar, la disminución del ritmo de crecimiento de la economía norteamericana (4.2%) tendrá un impacto inhibidor del crecimiento latinoamericano mientras el incremento, hasta hoy gradual, de las tasas de interés afectará, como es evidente, el servicio de la deuda. Y la corrección del déficit comercial (de ocurrir) contribuirá al incremento del monto de nuestras obligaciones contraida en otras divisas (el euro) si como sugiere The Economist, la depreciación del dólar se incrementa en otro 20% para favorecer las exportaciones norteamericanas, se estimulan las tendencia proteccionistas norteamericanas (lo que va a contramano de la necesidad de un TLC indispensable para la generación de divisas para el servicio) y se inhibe, por tanto, la conversión de la deuda a la moneda más barata, el dólar (porque incrementaría la exposición a un fuerte aumento de los tipos norteamericanos).


Si es verdad que mientras la economía norteamericana siga creciendo y el Perú maneje la suya disciplinadamente, tendremos estabilidad –aunque no necesariamente progreso-, también es cierto que los términos actuales de ese crecimiento implica la perpetuación del empeño financiero de nuestros países esta vez paradójicamente incrementado por el aumento de la interdependencia comercial. Si la devaluación del dólar favorecerá nuestras exportaciones (pero más a las norteamericanas hacia nuestro país porque el sol se aprecia relativamente), una mayor apreciación del euro encarecerá más la deuda contraída en esa moneda, hecho que las mayores exportaciones hacia la Unión Europea no necesariamente podrían compensar. Dentro de un contexto de interconectividad es necesario atajar esta nueva vulnerabilidad que contribuye adicionalmente a gravar nuestro futuro financiero inmediato y a complicar los términos de confrontación, en el mediano plazo, de un eventual un próximo ciclo recesivo de la economía mundial.

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