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Alejandro Deustua

La Curiosa Visita del Presidente de China a la Región

La estrategia china de “emergencia pacífica” tiene como propósito nominal el incremento de sus capacidades y de un cambio multipolar del sistema con la menor fricción posible.


A la luz de sus necesidades de crecimiento interno ello requiere un relacionamiento externo en el que el componente económico tiene un rol superior mientras el interés político se envuelve con intensidad, cuando se puede, en lo que hoy se llama “poder suave” (una redefinición de la influencia).


Ese marco es más eficiente o viable con los Estados o regiones considerados “relativamente lejanos de los centros de conflicto” que muestran, en algunos casos, una tendencia a la neutralidad extrarregional (aunque la virulencia califique su trato intrarregional).


Bajo esos parámetros generales realizó el Presidente Xi Jinping su reciente gira suramericano-caribeña. Aunque esta vez visitó oficialmente sólo Brasil, Argentina, Venezuela y Cuba, el Sr. Jinping se reunió con una buena mayoría de jefes de Estado regionales al amparo del Unasur y del Celac en Brasil.


Bajo esa luz, la gira no pudo ser más exitosa. Especialmente si la relación de China con América Latina, marcada esencialmente por la relación comercial y por las expectativas de inversión (antes que por su menor dimensión real), se presentó en los países anfitriones casi como redentora (en general, ello ocurre con los que esperan recibir más de que lo que se les ofrece, subordinando el trato más cauteloso que proponen quienes anticipan las consecuencias estructurales de ese tipo de vínculo).


Teniendo en cuenta el esencial rol de China en el largo ciclo de altos precios de los commodities (que ha favorecido, como pocas veces, el crecimiento regional), el status de la potencia asiática como segundo socio comercial de América Latina (en términos generales) facilitó extraordinariamente las expresiones de mutuo interés.


En efecto, a la luz de un crecimiento de las exportaciones latinoamericanas a China equivalentes en el 2013 a 25 veces el valor de las mismas del 2000 y teniendo en cuenta un incremento de las importaciones de 18 veces durante esos trece años, los beneficios mutuos, aunque asimétricos, han sido inmensos (de US$ 12 mil millones a US$ 250 mil millones en el período según la CEPAL). Éstos tienden a despertar, como es evidente, entusiasmo diplomático algunas veces excesivo.


Más aún cuando el intercambio ha sido tan extravagantemente dinámico que la superación de la barrera de los US$ 400 mil millones de dólares se calcula en términos de una tasa de crecimiento comercial que oscila en el rango de 14% a 29% anual (CEPAL) nada menos.


Y mientras ello ocurre, la participación de Estados Unidos en el mercado comercial latinoamericano, aunque principal, sigue cayendo mientras China reemplaza a la Unión Europea como 2o socio regional.


En este contexto, parece importar menos que los términos de la relación comercial con China obedezca a una típica relación Norte-Sur en la que América Latina exporta poco diversificadas materias primas a precios ahora reducidos e importa volúmenes crecientes de productos terminados.


El déficit comercial resultante, que impacta negativamente en los términos de intercambio (aunque con consecuencias diferentes a las de los años 60 y 70 del siglo pasado), tendía a importar poco cuando el superávit comercial con ese país correspondía, hasta hace un par de años, a Perú, Chile, Brasil y Venezuela (CEPAL).


Esa importancia debiera ser hoy mayor a la luz de los problemas de balanza comercial que se presenta en los países del Pacífico sur. Especialmente si se tiene en cuenta que China es responsable de la compra del 40% del cobre, 47% del hierro y 55% de la soya del mundo.


Al respecto, llama la atención que, en general, no se tenga en cuenta que la estructura de las exportaciones peruanas está dominada por las ventas de minerales (especialmente de cobre), que buena parte del 85% de las exportaciones de alimentos argentinos están ligadas al mercado chino y que el hierro es un producto importante en la canasta de exportaciones brasileñas.


Si los precios bajan en relación a los precios de las importaciones del ciclo pasado muchos estarán tentados a examinar el problema bajo la vieja tesis del deterioro de los términos del intercambio (especialmente cuando el comprador es el Estado chino que opera mediante empresas públicas). Y al hacerlo, esa evaluación se realizará en el marco de una nueva realidad centro-periferia (la cuna de esa teoría, la CEPAL, parece extraviada de esta evidencia).


De otro lado, los volúmenes comerciales crecientes parecen producir distorsiones perceptivas en la relación multisectorial de largo plazo con esa potencia. Éstas incluyen las financieras cuando, salvo excepciones, la inversión y el crédito chinos no brillan hoy por su abundancia en la región. Hasta que no se demuestre lo contrario, a esa distorsión contribuirá hoy el Banco de Desarrollo que han creado los BRICS en su reciente reunión en Brasil.


Mientras tanto debe recordarse que hacia el 2012 China apenas había invertido en América Latina US$ 9206 millones de los cuales dos terceras partes (US$ 6057 millones) correspondían a Brasil. Esa panorama escaso e hiperconcentrado, puede haber cambiado hoy en el Perú debido a la compra forzada del proyecto Las Bambas (US$ 5800 millones) y en otros países por proyectos de inversión en infraestructura y energía (que, en apariencia, están en su fase inicial).


Entre ellos destaca el aún onírico proyecto nicaragüense de un nuevo canal transtlántico a un costo de US$ 50 mil millones (EP). Pero hay otros. Especialmente en Cuba (donde la inversión china es esperada como maná del cielo) y en Venezuela (donde la dimensión concreta del financiamiento del comercio –que ha pasado de sustentarse en la venta de 400 mil a 500 mil barriles diarios de petróleo- con una expectativa de la potencia asiática de llevar ese valor a un millón de barriles diarios- que son colocados por Venezuela como pago de créditos ya concedidos por US$ 30 mil millones).


Si esa relación implica la expectativa china de que Venezuela copie el modelo político cubano reformado y el modelo económico chino, la “alianza económica integral” sino-venezolana que se forja habrá adquirido un nuevo cariz geopolítico en el norte de Suramérica y en el Caribe.


Y el Caribe es Cuba donde el presidente chino ha decidido evaluar la profundización de las reformas que se acomoden a su interés y a estudiar la nueva ley de inversión extranjera cubana que permitiría que China llevase su propia mano de obra a la isla. Cuba espera inversiones chinas en petróleo (mucha en plataformas para explotación en aguas profundas, una refinería en Cienfuegos que ya cuenta con algún grado de avance y una planta de gas líquido), en minerales, agua dulce, industria y, muy especialmente, en la infraestructura para una “zona de desarrollo especial” en Mariel.


En Argentina el calificativo de la visita como “fundacional” parece exceder de lejos lo comprometido financieramente. Ello incluye US$ 4800 millones para la renovación de un viejo ferrocarril; proyectos agrarios, de infraestructura y nucleares; y un acuerdo swap mediante el cual podrá solicitar yuanes depositando pesos para diversificar la dependencia del dólar.


Sobre esas bases, todo tipo de acuerdos han sido firmados durante la gira despertando aún mayores expectativas. Con Venezuela China suscribió 38 acuerdos (llegando a 450 desde 1999), con Cuba 29 organizados en una maraña burocrática incomprensible y con Argentina 20 durante una visita de tres días. ¿Cuántos de estos se cumplirán, cuántos generarán vinculaciones políticas directas o colaterales y cuántos serán marcos de cooperación futura o de exquisito minimalismo (p.e. el de un acuerdo para evaluar la calidad del tabaco cubano)? No lo sabemos.


Lo que sí sabemos es que la visita del presidente Xi Jinping ha tenido un esencial carácter geopolítico que, como la visita del Presidente Putin, debe ser adecuadamente examinado. Ello nos dirá qué nuevo tipo de inserción busca la región y sus miembros, en qué zona estratégica estamos (y si ésta está tan vacía que re quiere de otras potencias antes excéntricas una reforzada e influyente presencia), cuánta fricción habrá con Estados Unidos y cuánta compatibilidad se desarrollará entre los propios suramericanos al respecto.


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