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Alejandro Deustua

La Crisis No Es Sólo Financiera

A pesar de su extraordinaria magnitud, el plan de rescate financiero adoptado por el gobierno norteamericano sigue siendo reducido frente a la dimensión global de la crisis que pretende controlar. Por lo demás, éste no ha sido acompañado aún de la coordinación económica internacional que reclama la dimensión de la fractura sistémica a la que asistimos.


La morosidad en esa acción cooperativa puede revelar diferentes valoraciones del problema. Pero ciertamente evidencia también la diversidad de intereses en juego. La primera de ellas radica en la asignación de responsabilidades. Si ésta corresponde nacionalmente a Estados Unidos, la condición global del sistema financiero no admite tamaña hipocresía. Especialmente cuando la crisis fue advertida hace tiempo.


En efecto, cuando el mal recordado Alan Greenspan fustigaba la “exuberancia irracional” reinante en los mercados (al tiempo que sostenía una baja de intereses que alimentó la especulación) las inversiones globales en la “nueva economía”, alimentadas por una tramposa ingeniería financiera, siguieron arrojando basura hipotecaria y todo tipo de derivados al ciclo económico expansivo.


Al respecto ni el impotente FMI, ni el G7 hicieron mayor esfuerzo preventivo ni regulador. Ello incluyó a la Unión Europea que no agregó a la unión monetaria un sistema de supervigilancia financiera equivalente. Y nada se diga de los impulsivos mercados emergentes, especialmente de los nacionalistas asiáticos.


Hoy, cuando la extraordinaria crisis del sistema financiero obliga al cambio del sistema político reclamando mayor presencia del Estado, el G7 sigue sin poder articular coordinación alguna mientras que sus miembros europeos se limitan a anunciar que tomarán nota de los salvatajes que cada uno practique al tiempo que su capacidad inyectar liquidez ad hoc va encontrando un techo.


Mientras tanto la relación entre la crisis del mercado hipotecario con la del mercado de crédito y la del sistema financiero no se han aislado. Ello sigue alimentado la desconfianza que sólo podrá revertirse cuando esos circuitos se corten. Para ello se requerirá de una estrecha concertación entre los miembros del G7 incluyendo compromisos con la apertura, mayor coordinación entre bancos centrales, propuestas regulatorias de emergencia (p.e., sobre limitación de la actividad especulativa) y pasos decididos para fortalecer la instituciones financieras multilaterales orientados, en un primer momento, a la estabilización antes que a la refundación del régimen.


Ello requiere de la activa participación de las potencias emergentes sobre la base de un acceso a transparente a la información, mejor supervisión y de la convicción general de que un liberalismo mejor regulado debe emerger de este desastre del laissez faire.


Pero ello puede ser demasiado pedir. No sólo porque en este tipo de crisis los Estados buscan diferentes posicionamientos, sino por porque esa dinámica puede ser más contenciosa cuando es estimulada por la percepción de que la estructura del sistema internacional está cambiando. Más aún, cuando los Estados actúan con esa orientación aun careciendo de la capacidad suficiente.


En América Latina, éste es el caso de Venezuela que, increíblemente, cree estar fundando “un nuevo sistema financiero” junto con China, Rusia y Cuba y actúa política y militarmente en consecuencia. El contagio de esa actitud divisiva a la región puede empeorar las cosas extraordinariamente. Al punto de parecerse como dos gotas de agua a la emergencia de las dinámicas totalitarias que emergieron en Europa luego de la crisis de 1929.



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