Es posible que la identificación de Irán como parte del "eje del mal" no sea el mecanismo más eficiente para mostrar la preocupación colectiva por el comportamiento desestabilizador y hostil de esa potencia. Pero, aunque ése es un problema norteamericano, también lo es de la comunidad internacional en tanto ésta considera que Irán pone en cuestión deliberadamente la paz y la estabilidad internacionales
Si no lo fuera, el Consejo de Seguridad de la ONU no habría adoptado resoluciones que instan a Irán a deponer sus programas de enriquecimiento de material nuclear y otras actividades afines y a acepar la vigilancia de la Organización Internacional de Energía Atómica. Y tampoco Alemania, el Reino Unido, Francia y la Unión Europea habrían emprendido acciones conjuntas para disuadir a Irán de proseguir en la ruta de la proliferación. Y mucho menos Rusia, China y Estados Unidos se habrían sumado a esos países para proponer a Irán alternativas a sus futuros requerimientos energéticos. Y por cierto Estados Unidos no tendría que agregar presión militar y política a la que ya despliega en Irak para contrarrestar la disposición iraní a alcanzar el status de potencia nuclear. Por lo demás, Israel no consideraría esa posibilidad como una inadmisible amenaza a su seguridad.
Pero esa extrema preocupación comunitaria por el peligro que implica Irán como agente proliferador y renuente actor en la generación de la confianza internacionalmente requerida no es la única de alto riesgo. De agregar otra a ese dudoso arsenal de inseguridad se ha encargado, con cruda claridad, el señor Amadinajad, presidente de ese país, al estimar que Israel debe ser literalmente borrado del mapa.
A mayor abundamiento, el señor Amadinajad, no sólo desconoce la catástrofe judía durante la segunda guerra mundial sino que niega públicamente (esta vez, en la universidad de Columbia cuyas autoridades académicas han querido hacer historia en materia de la libre expresión facilitándole al presidente iraní una tribuna) que su gobierno patrocine el terrorismo en el Medio Oriente o que asista a los combatientes islámicos radicales en Irak. Ello contraría los hechos evidentes para múltiples actores en esa región (entre los que se encuentran las sectas chiitas que el gobierno iraní manipula) de una manera sólo equivalente a su disposición desestabilizadora (al respecto baste recordar que la OIEA, luego de reconocer que ha podido realizar algún tipo de inspección en Irán, no ha logrado convencer a ese Estado de que desactive su programa de enriquecimiento de material nuclear ni de generar confianza elemental al respecto).
Por lo demás, hasta el presidente Kirchner, indignado por la participación iraní en el atentado contra la AMIA en Buenos Aires piensa plantear ante la ONU la falta de cooperación iraní en las investigaciones.
Pues bien, con ese Estado Venezuela incrementará sus vínculos en los próximos días cuando Amadinejad visite Caracas confirmando el traslado de la dinámica del conflicto del Medio Oriente a Suramérica. Y como si ello no fuera amenaza suficiente, Amadinejad consolidará su presencia en el centro geopolítico regional cuando visite oficialmente Bolivia a instancias del presidente Morales para confirmar las relaciones diplomáticas recién establecidas.
El motivo de esas visitas es principalmente el de la cooperación energética, según las autoridades de ambos gobiernos. En Venezuela los acuerdos bilaterales suscritos en el sector equivalen a 50% de un total de US 10 mil millones según algunas fuentes a lo que probablemente deberá agregarse, quizás, la coordinación de un sustento más estricto de los altos precios del petróleo (el señor Chávez desea un barril de US$ 100 como contribución a la estabilidad económica internacional). Y en Bolivia, el señor Morales, de manera inocua y minimalista, apenas desea promover con su colega fundamentalista la industria petroquímica.
El resultado está a la vista: además de los problemas de seguridad no convencional que genera la presencia iraní en la región andina y su vinculación con las potencias desestabilizadoras en el área, ahora complicará su seguridad energética. Ello escala el problema que presenta Venezuela y Bolivia al nivel global. Frente a esta realidad importa menos si los señores Chávez y Morales desean considerar esa visita como un estímulo de su soberanía que el peligroso resultado de la misma.
De cara a esos hechos, los gobiernos suramericanos no pueden seguir escudándose en el respeto de la soberanía del vecino cuando éste contribuye a plantear una amenaza mayor. El Brasil, que pretende un sitio entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad debe expresar su preocupación por el hecho y el Perú, un adalid de la no proliferación nuclear, debe hacer lo mismo en la sesión de la Asamblea General que se inaugura.
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